Hablaros del Puig Campana, me llena de buenos recuerdos, a la memoria me vienen momentos únicos con amigos y compañeros únicos. Hablaros del Puig Campana es como hablaros de la belleza monumental de la Naturaleza, de la Tierra, como si fuera una de sus Obras de Arte. Hablaros del Puig Campana, a la vez, es hablaros de esa magia inherente a las montañas especiales, de formas distinguidas, altivas y atrayentes, magníficas… y a la vez piensas que esa magia no solo viene de su solemne presencia e imagen, que hay algo más oculto en su espíritu.
Podría hablaros y encantaros con mis palabras si comenzara a escribir sobre esta montaña, pero prefiero que vosotros mismos los descubráis por vuestra cuenta. Ya no os diré que merece la pena su ascensión… si no que ya su sola presencia en el horizonte, merece la pena desde donde la veáis.
Un objetivo, un reto, un proyecto: hacer las Montañas Forcadas: Encantats, Forcanadas, Pedraforca y como no, el Puig Campana. Esperando que la nieve vuelva a los rincones del Pirineo, dejos las montañas del norte para más adentrado el invierno, y aprovechando la visita de Reyes a mi tierra (Alicante) decido (como cada vez que viajo a mi pueblo, Almoradí) intentar subir una montaña que hacía años no subía, y que formaría parte de esas Montañas Forcadas: El Puig Campana.
Lo de Forcadas “salta a la vista”, no creo que haga falta mucha explicación; y el Puig Campana, a parte de mi “Amor” a esta montaña, su fisonomía cumple la nombrada condición de “forcada”, en sus crestas rocosas y verticales: esa gran “mella” en la montaña, con leyenda incluida. Así pues el pasado sábado 5 de enero decido organizar la salida a esta montaña; también alentado por Quique que me sugiere la subida por la cara norte normal, más fácil, larga pero entretenida y menos sufrida que el canchal sur habitual.
Son malas fechas. Por la tarde es la Cabalgata de Reyes, y no mucha gente está animada a pasar un día largo en la montaña y arriesgarse a llegar tarde o estar cansado para tal evento. Solo mi buen amigo y gran compañero de grandes montañas Jesús Santana, su cuñado José y un amigo nuevo, Vicente (que vive en Almoradí) y yo, somos los únicos que nos atrevemos a salir esa mañana.
Llegamos a Finestrat. El “Fí d’Estat” de un antiguo reino. Desde casi su carretera principal que cruza el pueblo de este a oeste, junto a un semáforo, sube una estrecha y angosta calle o camino que, saliéndose del pueblo y pegado a las casas de su vera, nos deja en el famoso rincón de la Font del Molí, donde aparcamos y emprenderemos la marcha. Abrazos, saludos y presentaciones. Miramos al día y a la montaña. Espléndidos los dos. Una imagen sobrecogedora e impresionante del Puig Campana, con su pared suroeste inquietante, gigantesca, interponiendo su cima a la verdadera cumbre de la derecha. Un efecto óptico peculiar. Desde esta primera visión bajo su imagen y frente a ella, ya vas dándote cuenta que es una montaña que guarda una magia y belleza única.
A la izquierda del aparcamiento, sube un camino asfaltado que sigue como si fuera en dirección a la pared de la montaña. Lo seguimos. Y seguimos las marcas blancas y amarillas que no dejaremos en ningún momento. Vemos en medio de la montaña, entre las vertientes escarpadas y alomadas con una inclinación vertiginosa de la derecha, y las encrespadas, verticales, cuarteadas, escarpadas y excepcionalmente bellas de la izquierda, una especie de corredor enorme, de brecha, que se enfila y empina hacía la cima de la montaña, hacía el collado entre las dos cimas: es el pedregal/canchal de la cara sur; antaño todas las subidas a la montaña se hacían por este escarpado, vertical y esforzado camino; ahora, las señalizaciones del P.R. (blancas y amarillas) te llevan a la cara norte de la misma, más fácil y menos castigada, ya que el desgastado canchal antaño excepcional tobogán de bajada, se ha convertido en un peligroso camino descarnado y muy dañado.
Hace un día excepcional, radiante, se mota que estoy en la montaña alicantina, días de calor hasta en invierno. Llegaremos a estar a 20º, que con el sol dándote, parecerá que estamos camino del verano. Las marcas blancas y amarillas dejan el camino asfaltado pronto y se adentran a la derecha por un camino hacía arriba y atajando trayectos entre la seca pero viva pinada. Una ardilla se acerca a nosotros saltando de rama en rama por estos pinos. Parece sana, alegre y no demasiado asustadiza. Es la primera vez que veo una en estas montañas, en esta montaña.
Pronto el P.R. se convierte en senda en dirección a la parte suroeste de la pared del Puig Campana. Lo rodearemos por su oeste para pasar a su norte. A medida que nos acercamos a la pared suroeste, vamos cogiendo altura y salimos del bosquecillo, de la pinada, pasa seguir por una zona libre de arbolado, solo troncos carbonizados, muertos, quemados, pelados y de raquíticas ramas que nos muestran la desolación de un grave incendio ocurrido hace ya algunos largos años. Desgraciadamente es una montaña que ha sufrido muchos incendios; el más trágico fue el más reciente, que calcinó la cara este sureste de la montaña, una gran cantidad de hectáreas… pero esa desazón no nos quitará el amor y atracción por la misma, ya que sus altas cimas están guardadas del fuego por sus paredes y barrancos impenetrables e infranqueables menos para las cabras y los montañeros, escaladores aventurados.
Las vistas se agrandan. El horizonte se aleja. Y una hilera de montañas, sierras, y valles mediterráneos aparecen reconocidos y vivos en mi memoria: Cabeçó d’Or, Sierra de Orcheta, Alt del Realet, La Grana… A medida que nos acercamos hacía las vistas del norte rodeando las paredes del Puig Campana, vamos descubriendo las crestas del Castellets, el Alto de la Peña de Sella y el puntiagudo y magnífico Peñón Divino, y detrás de todos estos, la solemne, larga, altiva Sierra Aitana gobernándolo y dominándolo todo ¡Excepcional! Arriba, en su cima, esas pelotas gigantes vetadas al andarín, al caminante, sus radares militares.
Pero de repente mientras admiras el paisaje hacía el norte, observas la sombra de la montaña. Gracias a que es principios de enero, las sombras son largas aunque sea mitad de mañana. Y descubrimos en ella la magnífica forma mellada de la “forcada”; ese hueco en medio de la inexpugnable cresta de la cima oeste ¡Increíble visión! Miramos hacía arriba, en la montaña, y observamos ese enorme agujero en medio de la cresta, vivo y perfecto, lugar de “aterrizajes de ovnis” para algunos creyentes, y vivaque de escaladores de su pared sur, cuando el día se acaba pero la pared se alarga, a la vez, huella de un faro o campana imaginario y gigantesco al que todos los ojos miran desde las inmensas lejanías. La atracción del vacío, de lo diferente, de lo especial y superlativo… en muchos sentidos y formas.
Poco a poco vamos girando e internándonos entre el vallecillo que forma la vertiente norte del Puig Campana y las inmediaciones montañosas de sus hermanos pequeños en su noreste: el Ponoch y el Cabal. No hemos salido de sus sombras, y menos ahora que estamos en su cara norte y escondida. De repente observo como los matorrales se agrandan, las encinas, carrascas arbóreas, emergen como de la devastación en recuperación, y la vida gana la partida a la muerte. Después el bosquecillo vuelve a aparecer, hace más de un mes que no llueve y eso se nota en la hierba, en los árboles. Aparece a nuestra izquierda aquel refugio de metal donde mis compañeros alicantinos pasaron más de una noche, señal que nos acercamos al Coll del Pouet. Y a partir de aquí la senda se convierte en un estrecho camino, con más vegetación y vida, al norte de la montaña.
Poco a poco nos acercamos al punto más alto que separa el Puig Campana del Ponoch: el Coll del Pouet. Y justo enfrente nuestro, cuando las arboledas y sus frondosas ramas nos dejan, vamos viendo como se desdibuja la fabulosa imagen del Ponoch; con sus paredes, crestas calcáreas y barrancos, pendientes y vertientes que no envidian al altivo Puig Campana. Y ya llegamos al llano y descansado Coll del Pouet.
Nos cambiamos y cogemos algo para comer y recuperar fuerzas, Observamos los carteles indicadores y de repente un grupo de ciclistas aparecen con sus mountain bikes. Salen por una senda que aparece paralela a la izquierda, y se paran con nosotros en el Coll del Pouet. Nos hacen una foto. Y después de rechazar tres veces los enormes dátiles de Vicente, emprendemos la subida a la cima del Puig Campana. Ahora es cuando se pone interesante.
Muy bien señalizado, seguimos lo que llaman “Sender botànic l’ombria del Puig Campana”, que nos llevará a su cumbre por la cara norte. Al sur del Coll del Pouet y derecha según llegamos a él, comenzamos a subir por un camino que luego se transformará en senda. Nada más empezar nos topamos con las indicaciones, a la izquierda, de la Font de La Solsida. Aquí gira el camino a la derecha y en subida cada vez más empinada, dejando atrás dicho cruce. A la vuelta bajaremos por el mismo camino, hasta llegar al mencionado cruce.
El camino poco a poco se va convirtiendo en senda a medida que vamos caminando, y cogiendo altura, al principio con poca inclinación. Debemos dirigirnos al collado entre las dos cumbres, que ya aprecio allá arriba, al menos las puntiagudas rocas de la cima más agreste y oeste, van surgiendo en un lado de la montaña. Llegamos hasta un cartelito que nos indica la cercanía del Pozo de Nieve del Puig Campana. Antes nos hemos topado con paneles informativos de la importancia botánica de la cara norte de la montaña, indicando, allá arriba entre las verticales paredes de las cimas y los empinados canchales bajo las mismas.
Nos acercamos al Pozo de Nieve; construcción que da nombre al collado de abajo. Jesús tiene ilusión de visitarlo. Aún me acuerdo cuando Quique en una bajada de la montaña, se topó con él cuando casi nadie lo conocía y no estaba señalizado ni arreglado (vallas, escalones, mirador, sendero…). Lo han cercado, vallado, y desde su barandilla resulta ser un mirador extraordinario hacía el norte. La montaña que mejor se ve con su espectacularidad, es la parte de atrás (oeste) del Ponoch… puntiaguda, esbelta y agreste como un pico de alta montaña. A veces las montañas calcáreas, calizas, gracias a la erosión, tienen aspectos sorprendentes, agrestes y espectaculares, como las montañas que rodean al Puig Campana, como el propio Puig Campana, y como muchas montañas alicantinas.
Dejamos el Pozo de Nieve y volvemos a la senda, la cual vemos helada en algunas partes libres de vegetación y muy en sombra. La importante diferencia de temperatura en sus diferentes caras, la caracterizan. Seguimos subiendo entre las frondosas y sanas carrascas. Nos topamos con los primeros canchales, pedregales, y con las primeras inclinaciones del terreno, que poco a poco se empina más y se vuelve más agreste.
Bordeando un canchal, en el que un grupo perdido tiraba piedras hacía abajo como mulos torpes en una senda de nieve, empezamos a acercarnos por terreno más vertical, con porciones de paredes, rocas y pasillos entre ellas casi difíciles de ver si no fuera por las marcas, los hitos… observamos que hay 3 tipos de marcas no oficiales (aparte de la alargada blanca y amarilla): una macha azul, otra verde y otra roja. A veces se me hace difícil entender tantas marcas para una misma ruta; lo veo absurdo y ridículo para sus promotores… por muchas guías que hayan escrito, deberían tener un respeto mayor por la montaña y dejar y seguir las marcas oficiales.
Son verdaderos pasillos entre la agreste montaña que, con un zigzag, nos llevaran, por su sombra, hasta el nombrado collado. A la vez el horizonte hacía el norte se agranda: Sierra Aitana se ve más enorme y magnífica, y el terreno allá abajo más alejado y profundo.
Por fin llegamos al ondulado collado entre las dos cumbres. Siempre me sorprenderá el hermoso y magnífico roquedo que forma la cumbre oeste, no sé si por nostalgia o por su propia belleza: inexpugnable, la cresta se abre paso en el cielo entre grandes rocas malpuestas en un rompecabezas de formas varias, de pedruscos lisos, verticales, sobre paredes escarpadas, extraplomadas en ocasiones, abruptas… ¡Impresionantes! No paro de hacerles diferentes fotos, de admirar este gran trozo de montaña y de rememorar experiencias, recuerdos, vivencias importantes, auténticas… en esta montaña, en este collado, con la mirada puesta en las malformadas, escarpadas y verticales rocas de la cresta en la cima oeste ¡Excepcional!
Ya estamos todos reunidos. Hay gente por la zona, disfrutando de las onduladas formas rodeadas de agrestes paredes y dispares sendas, y del excelente sol que hoy nos ilumina y da calor, y que aquí arriba, es cándido, suave, especial. Ahora debemos encontrar la senda que sigue hacía la izquierda, hacía el este, buscando la cumbre este, más alta. Hay que bordear una antecima, rodeándola por sus laderas sur; o bien subirla para hacer todas las cumbres. Nosotros optamos por coger la senda señalizada (dentro del lío de sendas que se presentan) por la ladera sur, hacía la cumbre principal más alta.
Jesús y yo vamos delante. Poco a poco el paisaje se descubre a medida que nos acercamos a la cumbre este y nos alejamos de la barrera de roca de la cumbre oeste… ¡Es increíble! El Puig Campana es como un gigantesco faro, por su altura, cercanía al mar y diferencia de altitudes entre las montañas de alrededor (menos Sierra Aitana) es un mirador excepcional, increíble e impactante. Pero hoy las vistas son más grandiosas y magníficas y abarcan más de lo normal por el buen día que hace: mirando hacía el suroeste y oeste, podría estar nombrando lugares, valles, ciudades y sierras que se veían y se ven desde su cima, pero la claridad de hoy hacía que viéramos hasta las sierras de Cabo de Palos, las cercanas a Portman, Cartagena, y las del sur de la provincia de Murcia, junto con las de las sierras entorno a Caravaca de La Cruz… ¡Exagerado!
Una suave subida, después de rodear la cima por la ladera sur, y ya llegamos a los 1.409 mts. de la cumbre del Puig Campana. Hacía el sur, sureste la extraordinaria visión de Benidorm con sus rascacielos, su isla en medio de un mar plácido y claro, y la Sierra Gelada, curiosa entre las bahías o golfos de Benidorm y Altea ¡Sobrecogedor! Finestrat está a 264 metros, hay más de 1.100 metros de desnivel hasta su cima en poquísimos kilómetros; y con algunos pocos más, el mar ¡Increíble! Datos necesarios para entender, comprender y amar la magia de esta montaña única y especial.
Vicente y José nos siguen y enseguida nos reunimos todos en la cima. El viento sopla fresco; incluso hace frío. Aunque abajo sintiéramos calor (otra de las excepcionalidades de la montaña: la notable diferencia de temperaturas entre sus faldas y la cima, por la diferencia de altura, con el gran desnivel que comporta). Por aquí ya hay más gente; desde el collado que nos hemos encontrado más visitantes, es una montaña digna de visitar y por ello muy visitada.
Y como siempre un repaso a las vistas, montañas, que vemos desde este fenomenal mirador, a ver si están todas las de la última vez; las más destacadas: Sierra Gelada junto a Benidorm, Sierra de Bernia con su encrestada y larga cima, bella, en su extremo el Peñón de Ifach magnífico, internándose en el mar, la perfecta línea de la Bahía de Altea… Cabe destacar la gran impresión de poder distinguir la Isla de Ibiza en medio del mar, entre el Peñón de Ifach y Bernia ¡Fabuloso! Como suspendida entre una imagen borrosa y el horizonte del mar desdibujado. Hacía el norte y tierra adentro, la espléndida y enorme Sierra Aitana y sus balones en la cima, y más al fondo, en un hueco entre las montañas, la línea del Golfo de Valencia, con los edificios que podrían ser de la misma capital; pero incluso más atrás una emboriada montaña puntiaguda que yo no había visto o no me había fijado desde esta cima: es el Peñagolosa en Castellón ¡Increíble! El asombro y regocijo son latentes en mis expresiones y sonrisa… no recuerdo haber disfrutado de un día con estas excepcionales vistas aquí, en la cima del Puig Campana.
Nos hacen la foto de grupo en la cima, almorzamos; ahora por fin pruebo los gigantes y sabrosos dátiles de Vicente. Y emprendemos la bajada por el mismo sitio por el que hemos subido, con las prodigiosas vistas de la costa de Alicante. Jesús tiene prisa por llegar a tiempo para pasar la Cabalgata de Reyes con la familia. Normalmente bajamos por un ancho pasillo de roca que justo baja por la cara norte a la izquierda de la cima, y que termina en unos excepcionales canchales… pero esta vez Jesús tiene el tobillo tocado y no puede hacer locuras, de forma que desandaremos el camino hasta el cruce con la ruta hacía la Font de La Solsida.
Volvemos al collado entre las dos cumbres. No dejo de mirar las paredes de la cumbre oeste. Es como reencontrarse con un viejo y buen amigo que hacía años no veías: “Espero sigas así mucho tiempo”. Fotos y más fotos. Desde la primera foto en papel que le hice en el año 1.992, han pasado más de 20 años. Le comento a Jesús el intentar llegar a la escarpada e inexpugnable cima oeste, y me contesta que es difícil, hace falta cuerda, si acaso podemos subir a la cruz (roca más al norte de la cima oeste, donde hay clavada una cruz metálica) pero no hay tiempo, debemos bajar rápidos. Debemos bajar rápidos por que la idea no es volver por donde hemos andado hasta el Coll del Pouet, si no, seguir por la Font de La Solsida y darle la vuelta entera a toda la montaña. De esta manera habremos pisado todas las faldas alrededor del Puig Campana. Y la tardanza por el lado este, al que nos dirigiremos, es mayor.
Gente pasando el día en el sosegado y tranquilo collado entre las dos cumbres. “Bon profit”. Dejamos dicho collado para desandar el camino, siguiendo por los mismos rincones de la escabrosa senda. Llegados al pedregal, Jesús y yo aprovechamos para lanzarnos a la diversión como cabras en el monte. José y Vicente son más cautos y bajan más despacio, después de estar pensándoselo un tiempo al comienzo del mismo. Después la bajada normal por la senda, caminillo, camino, hasta el cartelito que nos indica la dirección de la Font de La Solsida. Espectaculares vistas de Sierra Aitana y el puntiagudo Peñón Divino de Sella, que ahora tenemos enfrente ¡Magníficos!
A partir de que cogemos el camino hacía la Font de La Solsida. Un desolador y macabro panorama comenzaba a mostrarse: el bosque, sano y vivo de antaño, aquí aparece con los troncos de los árboles quemados; en un principio solo se ven sus troncos, ni raíces ni copas, pero a medida que caminamos hacía la fuente en las paredes de la cara noreste del Puig Campana, la arboleda aparece totalmente calcinada, sin agujas ni ramas pequeñas, y las ramas grandes esqueléticas, maltrechas, muertas… un paisaje dantesco, demoledor, impactante.
Hay que subir algo de altura con respecto al cruce de sendas y caminos, para llegar a la Font de La Solsida, pero enseguida comienzas la bajada llegando a dicha fuente. Bajo una lisa e impresionante pared, y bajo encrespados perfiles de crestas y rocas puntiagudas, se puede recoger algo de agua en dicha fuente. El lugar está cuidado y preparado para visitas: vallas, escalones, carteles y paneles informativos, y un tubito del que sale un mísero chorrito de agua, casi a cuentagotas.
Debemos seguir el recorrido, la ruta, hacía la Font del Molí, donde tenemos los coches. Y ahora sí nos internaremos por lo más espeso del calcinado bosque ¡Una verdadera lástima! Atrás nuestro se quedan las soleadas y altivas vertientes del escarpado y fabuloso Ponoch, y delante las recortadas y urbanizadas costas en torno a Sierra Gelada y la Bahía de Altea, con el Peñón de Ifach a la izquierda, como punto de referencia.
Poco a poco comenzamos a ver los rascacielos de Benidorm, ya le vamos dando la vuelta a la montaña. Pero el calcinado bosque sigue extendiéndose más y más… es intolerable, criminal y doloroso lo ocurrido. La gran mayoría del bosque en la falda este sureste del Puig Campana fue calcinado por un abrasador y devastador incendio. Aunque ya se podía apreciar el verdor del suelo, los primeros matorrales y plantitas que salían después de la barbarie. Una imagen muy impactante también: el verdor del terreno y el negror muerto de los árboles de ramas raquíticas y desnudas de agujas.
Al cabo de un tiempo salimos del bosque quemado hacía tierra sin arboleda. Dejamos atrás el incendio y la muerte de la montaña. Todo el tiempo seguimos las marcas blancas y amarillas, con cuidado de no perdernos, ya que en un punto del camino, Jesús y José, que se han adelantado, han seguido la senda hacía abajo, sin ver la marca mencionada que nos indicaba que la ruta indicada hacía la Font del Molí, seguía recto sin perder altura. Vicente les seguía por detrás. Les llamo y hago que suban monte a través hasta la senda correcta.
Al cabo de otro tiempo la senda hace un zigzag de bajada en la pelada ladera. Aquí ya apreciamos que estamos casi en la vertiente sur, y ya vemos el vallecillo que nos dejará en la Font del Molí. Poco a poco se va asomando las vertientes de la cumbre oeste, con sus paredes y escarpes, y la famosa “mella” en la cresta, en la roca, como si le faltara un trozo gigantesco de roca a la montaña. Y a la vez perdemos altura y volvemos a internarnos en el bosquecillo intacto del lugar.
Solamente es seguir la senda, seguir las marcas, por toda la ladera sur de la montaña, pasar junto a alguna ruina, algún antiguo terreno abancalado invadido por el bosque, y al tiempo aparecemos junto a unas casas y un camino. Seguimos el camino y cruzando el canal, llegamos por fin al aparcamiento de la Font del Molí. Siempre siguiendo esas marcas blancas y amarillas. No olvidaros de probar y llevaros agua de la Font del Molí, una bonita fuente de 15 caños. Es una de las mejores aguas de Alicante y de las que he probado… aún se acercan los coches a llenar sus marrajas vacías con esta agua dulce y buena. No hacer cola si la hubiera, si sois montañeros y solo vais a llenar vuestra cantimplora, que os dejen pasar hacía el chorro del caño (el que haría 16), el que se utiliza para llenar las botellas, para probarla.
Y hasta aquí el relato de una magnífica actividad en una magnífica montaña. Si tenéis la oportunidad, visitarla, subirla, disfrutarla, e idolatrarla como yo lo hago. No demasiadas montañas os harán sentir lo que el Puig Campana puede haceros sentir, y ni tantas serán tantas cosas a la vez como ella.