Ya hacía tiempo que con a Eva Zurera y Josetxu queríamos quedar para hacer el Tempestades y el Margalida, estos dos picos que se encuentran en la enorme cresta de tresmiles que desde el Aneto sigue hacia el este acabando en el pico Russell, en el macizo de los Montes Malditos.
Siempre me había atraído el pico Tempestades, quizás no tanto el Margalida, pero me llamaba la atención por su ubicación, altura e incluso por su nombre. Siempre lo veía como el “hermano pequeño” de su cercano hermano mayor el Aneto, con la cercanía del estupendo y enorme corte en medio de esa cresta que es la Brecha del Tempestades, la cual me parecía inexpugnable, imposible, pero impresionante, bella.
La única indecisión era encontrar la base para subir al pico. El más cercano o habitual sería Coronas, por el Refugio de Coronas (Pescadores), metiéndonos por un estrecho valle hacia el noreste, en busca de la zona donde se ubican las lagunas, los ibones de Llosas… pero una ascensión, una salida a esta parte del Pirineo, hizo cambiar mi parecido sobre la ruta o recorrido hasta la base del pico: la ascensión al pico Russell.
Había pensado en hacer un recorrido pasando una noche en la base de la montaña, para que la actividad sea más completa, más entretenida y desafiante. Tenía la experiencia de la ascensión al Russell, en la que salimos de la presa del Estany de Llauset, en busca de los Ibones de Vallibierna, para pasar la noche junto a sus orillas. Al otro día subimos por la ladera contraría buscando la Brecha de Soler i Coll para acercarnos a la base del Russell ya a tocar. Es justo en esta brecha donde recuerdo la bajada hacia un vallecillo, un hueco, que era el final del valle de Llosas, y quedaba a la izquierda noroeste, cuando nosotros buscamos los hitos para seguir por el noreste hacia los muros del Russell… ese vallecillo, ese lugar, donde se ubicaba el Ibón Pequeño de Llosas, era el cruce de recorridos con la subida al Tempestades desde Coronas, y era la base perfecta para el ascenso a nuestros objetivos.
El mapa Alpina no engaña, el lugar, aunque nunca he estado, tiene que ser al sitio ideal para hacer una noche y ascender a la cercana cima del Tempestades, que solo queda al norte en una larga y a veces empinada rampa rocosa. Y desde el Tempestades, seguir la cresta hasta el cercano Margalida. Eva y Josetxu ya habían hecho el Tempestades en condiciones invernales, pero no habían podido hacer el Margalida después, con lo que les quedaba hacer este pico. Pero la montaña cambia de verano a invierno, y las condiciones invernales de nieve y hielo son diferentes, incluso dejamos de reconocer perfiles, al quitarse la nieve aunque nos recorramos los mismos rincones, palas y laderas… pero lo más importante era reconocer o saber de la cresta que unía el Tempestades y el Margalida; esa sería la parte más interesante y técnica de la actividad, ya que según guías, información que teníamos, podría ser algo escarpada y con grado de dificultad… la aventura estaba servida; solo había que poner un fin de semana y subir al hermano pequeño del Aneto: el Tempestades y Margalida.
Después de la salida en febrero al Pico de Vallibierna, no había vuelto a visitar el Pirineo central, y ya habían pasado muchos meses incluso sin salir a la montaña, a causa del enclaustramiento por la fastidiosa y traumática pandemia del coronavirus. Pero por fin este mes de septiembre ya decidimos sí o sí salir a realizar la actividad, poniéndonos de acuerdo en la fecha y fin de semana para salir hacia el Pirineo… antes de que nos vuelvan a confinar o comience una segunda ola de la pandemia.
Entonces el pasado fin de semana 11, 12 y 13 de septiembre salimos en busca del parking de la presa del Estany de Llauset. Después de tanto tiempo sin hacer montaña pero intentando mantener la forma, haciendo ejercicio todos estos meses, decido que es mejor hacer noche el viernes 11 en el parking del Estany de Llauset, ya que no quiero que la aproximación a Llosas me canse para que al otro día no esté perfectamente para la actividad que nos tocaría: la ascensión al Tempestades, Margalida y vuelta al parking del Estany de Llauset. Seremos 4 los amigos que participaremos en esta aventura: Eva, Josetxu, Paco y yo; Eva y Josetxu también pasarán la noche en el parking del Estany de Llauset, Paco subirá el mismo sábado 12 a mitad de mañana, con lo que quedo con Eva y Josetxu la tarde-noche del viernes 11 en el parking de la presa del Estany de Llauset.
El trayecto en coche, siempre el mismo, lo hago de un tirón hasta las inmediaciones de Aneto. Pero me paso en la entrada a la carreterilla que sube a la presa del Estany de Llauset, y sigo por la carretera que va a Viella en busca de un rincón que pueda dar la vuelta. Curiosamente tengo que llegar al parking donde dejamos los coches en el último viaje que subimos al Pico de Vallibierna, subiendo por el Valle d’Anglios. Aquí doy la vuelta y ya por fin salgo hacia la derecha y arriba en busca de la presa del Estany de Llauset.
Me sorprendo de la cantidad de coches y gente que hay en el parking al otro lado del túnel de la presa del Estany de Llauset. Pero es que ya en el pequeño parking a la entrada del túnel ya habían. La afición por la montaña ha crecido mucho, y ahora después de un forzado confinamiento por la pandemia, parece que la gente sale en tropel a invadir la montaña. Por un lado puede ser perjudicial para el propio medio si la gente que se encuentra en él no es consciente de su cuidado, protección y respeto, pero por otro lado es bueno que cada vez haya más gente que se adentre en las montaña para conocerlas y disfrutarlas, porque “no se respeta lo que no se conoce”. Es todo cuestión de encontrar un equilibrio y un control.
Me encuentro con Eva y Josetxu. Cenamos. Después ellos dormirán en el interior de su furgoneta y yo he decidido hacer un vivac con la funda y mi nuevo saco de Camp sustituto del Bambusa de Coleman. Subo la ladera para estar unos metros por encima del camino, de los coches y la gente, en una antigua plataforma, un antiguo talud o terraza creado para aguantar el terreno tan vertical en estas laderas cerca de la presa. No pasé muy buena noche, mejor dicho, horrible. La humedad era tal que atravesaba la funda y el finísimo pero ligero saco de dormir, no calentaba nada en absoluto. Como diría mi viejo compañero de montañas Tomás “es papel de fumar” … ¡¿y con esto voy a pasar otra noche a más altura?! Pero no sería la primera vez que la siguiente noche a más altura y más metidos en la montaña, resulta ser más cómoda que la que se supone debía de ser la más cálida. Ya que la situación de cada lugar no necesariamente está condicionada por la altura… con esa reflexión esperanzadora me quedo para no perder el ánimo de pasar otra noche de frio antes de subir a nuestros objetivos… ya que no es la primera vez que me pasa.
Al otro día un sol radiante intenta calentar la montaña e intento entrar en calor, que por suerte, lo consigo sin demasiado sufrimiento. Tendremos unos días idílicos para realizar la actividad, increíbles; dará la sensación de que también es el día elegido por muchos otros para realizar una actividad de alta montaña por estos lares. Ni una nube, ni un estorbo de niebla nos impedirán, en estos dos días, disfrutar de un magnífico tiempo, con una visibilidad encomiable.
Y una vez equipados con las mochilas a la espalda, ya conocemos el camino que hay que realizar en este día: será justo el mismo realizado en la subida al Russell. Seguir la orilla del Estany o embalse de Llauset, Estany de Botornàs, pasar por debajo del Refugio de Cap de Llauset para girar en busca del Coll de Vallibierna, de aquí bajar a las orillas de los Ibones de Vallibierna, donde, en la subida al Russell plantamos nuestras tiendas… esta vez no.
Encontramos mucha gente por este recorrido del G.R.-11. Incluso una familia con niños pequeños que suben de Vallibierna y llegan al collado justo en el momento que nosotros paramos en él para comer algo y descansar. Parece que mucha gente hace una travesía por el valle de Vallibierna para cruzar al otro lado en busca del Valle de Barrabés o del parking del Estany de Llauset, pero sin subir ninguna cima; es como si hicieran un tramo del G.R.-11. Otro grupo busca una subida al Pico de Vallibierna; éstos suben desde el valle de Vallibierna y es curioso porque antes de llegar al collado, se tenían que haber topado con mínimo dos recorridos para llegar a su cima. Una vez aquí solo me queda indicarles el recorrido que surge de la bajada del collado hacia Cap de Llauset que desvía, con el cartelito, hacia la montaña buscada por el valle de los laguitos de Coma Arnau… ¡pero menuda vuelta!
Desde este punto, el Coll o Collada de Vallibierna, a 2.732 mts., se vislumbra un precioso paisaje con montañas y cimas que intentan salir del anonimato que nos dan los fondos de los valles bajo ellas. Por fin vemos mirando al noroeste la cima más alta de la cordillera: el Aneto. Muy rocoso y con un solo neverito bajo su base rocosa. Nos damos cuenta de la cresta que le baja hacia el sur y que según observamos nos la encontramos poco más a la izquierda del Monarca del Pirineo. Es la cresta de Llosas, con algunos encrespados y espectaculares picos que sobrepasan los tresmil metros. Uno en especial es un cilindro de paredes casi lisas en mitad de la cresta como circundado por dos brechas, una a cada lado y que lo unen con la misma: es la Aguja Tchihatcheff. Rodeada por otras agujas y gendarmes. Espectacular. Justo delante de esta aguja de más de tres mil metros, en línea con la mirada, hay otro hueco en una cresta menos escarpada que queda delante de la de Llosas: es la Brecha de Soler i Coll. Por ahí tenemos que pasar para bajar al valle donde se ubican los ibones de Llosas. Bajo de éste, los preciosos y famosos Ibones de Vallibierna.
Ahora ya podemos bajar hasta las orillas del Ibón de Vallibierna. Mientras bajamos intento mirar o descubrir alguna senda que a cierta altura, girando a la derecha, nos deje en la empinada subida a la Brecha de Soler i Coll, sin necesidad de pasar por las orillas del fabuloso laguito. No es así. Al final tenemos que bajar hasta las mismas orillas y girar hacia el norte en busca de la ladera que nos sube a la nombrada brecha. Vuelvo a recordar que seguimos los mismos pasos descritos en el relato de la actividad y ascenso al Russell. En la ascensión al Russell nosotros montamos las tiendas aquí, pero esta vez seguiremos el recorrido del relato como si fuéramos a subir al Russell, pero solo hasta llegar a la Brecha de Soler i Coll… eso sí, con los mochilones y carga.
Ya estamos en lo más alto de la Brecha de Soler i Coll. Que más que una “brecha” tiene forma de colladito. Desde aquí ya vemos perfectamente nuestro objetivo si fijamos la mirada hacia el norte: arriba de una ladera rocosa y empinada, aparece un piquito alto que no parece demasiado encrespado pero si muy rocoso, es el Tempestades. La altura de esta montaña es notable, aunque queda bajo la sombra del alto Aneto que le queda a la izquierda. Y muy cercano, unido por una cresta, que desde esta distancia no se aprecia su dificultad y formas que la autentifiquen, a la derecha, queda otro piquito que parece solamente una roca más alta que el resto de la mencionada cresta; es el Margalida. Si seguimos la cadena de la cresta hacia el este y derecha, acabamos en el pico Russell, con esa forma rectangular como de meseta. Espectacular.
Si miramos hacia abajo, hacia el valle que comienza a abrirse o a hundirse bajo las laderas de estas montañas, descubrimos una lagunita casi al final del mismo; justo detrás esta la ladera y cresta de Llosas, con las agujas y picos como la mencionada Aguja Tchihatcheff que desde aquí se ve más escarpada e inexpugnable si cabe. Preciosa. Nos llama bastante la atención. Ahora debemos bajar pocos metros valle abajo hacia el norte, noroeste, y buscar un sitio para pasar la noche antes o como mucho en las orillas de la lagunita que vemos abajo, ya que por ahí pasa el recorrido que sube a las cimas del Tempestades y Margalida.
El día sigue siendo muy bueno. Las vistas y meteorología inmejorable. Mirando hacia el valle descubro unos hitos, y supongo que es el recorrido de bajada de la brecha hasta el laguito. El laguito es el Ibón Pequeño de Llosas. Al principio gira hacia la derecha y abajo por debajo de unas pequeñas paredes, después por una pendiente llena de rocas algo empinada, y poco más abajo por el centro del valle dejando a la izquierda el hueco del cauce de un riachuelo que nace por aquí arriba y alimenta el Ibón Pequeño de Llosas. Intentamos seguir los hitos, pero si los perdemos tampoco pasa nada, ya que seguimos valle abajo por campos de hierba con rocas esparcidas por el valle. Alrededor laderas rocosas, lisas, sin prados ni hierba, se verticalizan entre la misma roca madre y otras gigantescas rocas sueltas… como el recorrido cuando seguimos en busca del Russell.
Nos paramos en un punto justo antes de bajar o acercarnos al Ibón Pequeño de Llosas, vemos ya la senda que sube en dirección o en busca del Tempestades, y un grupo que baja ya por ella. Hay gente por todos lados, montañeros que sube o bajan del Russell o de las montañas cercanas. Mucha gente para pensar que estamos en un sitio que no es tan visitado como los de siempre o los más cercanos a los puntos donde se puede dejar el coche. Curioso. Entre el grupo que baja reconozco la voz de Flora. Baja con el numeroso grupo que ha subido al Tempestades. Son el Grupo Excursionista d’Horta de Barcelona. Nos acercamos a la senda para saludarles y hablar con ellos. Flora baja muy cansada, ya hacía mucho tiempo que no salía a la montaña.
Antes de plantar la tienda o acomodarnos en el sitio para pasar la noche, vemos a otro grupo que baja en dirección al centro del valle poco más arriba de donde estamos nosotros. Al poco tiempo bajan en busca de la senda de bajada a Llosas y nos indican un sitio donde podemos pasar la noche, un vivac (cueva entre grandes rocas sueltas), donde seguramente habían pasado ellos la noche o había dejado su material para hacer la actividad de alta montaña. Seguimos sus indicaciones y llegamos a un sitio mucho más horizontal, llano, herboso, pero con grandes rocas esparcidas por el lugar. Dos o tres de ellas forman una cuevecilla que junto con la colocación artificial de unas piedras, tapando los pocos agujeros, menos el de la entrada, hacen el vivac. Es el lugar ideal para pasar la noche y montar el campamento. La “cuevecilla” es perfecta para dos y algo ajustada para tres, con lo que para Paco y para mí, que haremos el vivac, nos irá perfecto. Eva y Josetxu plantan la tienda cerca, resguardada junto a una gran roca en un suelo mullido, adecuado y horizontal… ciertamente el sitio es idóneo e idílico para pasar la noche comparándolo con los alrededores de esta zona de estas montañas… quizás menos en las mismas orillas del Ibón Pequeño de Llosas, donde observamos desde la distancia que una pareja de montañeros han montado la tienda y alguno se está bañando en el laguito… y su compañero le hace fotos… le hace fotos mientras se baña y posa… ¡Qué cosas!… también habíamos visto como otro montañero se metía en el Ibón de Vallibierna… ¡Hay mucha actividad en la montaña este fin de semana!
En un momento oímos un grito que viene de la Brecha de Soler i Coll. Giramos las cabezas y vemos una figura que comienza a bajar por el mismo camino que cogimos nosotros. Lo reconocemos. Es Paco. Alzamos los brazos haciendo señales. Antes de salir le dí instrucciones a Paco de más o menos donde estaríamos o pasaríamos la noche; Eva y Josetxu en su tienda, y Paco y yo en vivac. Poco a poco baja por el vallecillo acercándose a nuestra posición. Y al poco tiempo nos reunimos todos… mis instrucciones geográficas han sido muy bien entendibles por Paco. Hemos tardado unas cuatro horas en llegar al sitio; Paco ha tardado algo menos, no ha parado, está en forma.
Una pequeña comadreja o hurón merodea el lugar, mientras encendemos los hornillitos para hacernos la cena. Aunque para recoger agua tenemos que ir al primer sitio donde queríamos pasar la noche, ya que el agua del vivac es escasa y casi estancada, allá habían regatas con agua que corría. Después de cenar ya solo queda hacer fotos al atardecer después de que el sol se pusiera por detrás la cresta de Llosas con aquella escarpada y desafiante aguja de nombre extranjero e impronunciable. Al final sí que han aparecido algunas nubes en el cielo para hacer bonito, para pintar el atardecer con decenas de colores pastel; pero no llegarán a más. La noche será rasa y muy estrellada, aunque desde el interior del vivac no podré observar el cielo estrellado, como lo hice la noche anterior en el húmedo y frío Estany de Llauset, donde algunas fugaces aparecieron para darme las buenas noches.
Al otro día, después de despertarnos, desayunar, equiparnos y guardar, esconder, el material que no necesitábamos para las ascensiones, y que recogeríamos a la vuelta, salimos a eso de las ocho de la mañana, ya con algo de luz para ver por donde podíamos pisar. El día despierta perfecto, casi templado, poco frío para la época, lugar y altura, otro inmejorable en el Pirineo. No he pasado tanto frio esta noche como en la pasada, mis esperanzas me han dado la razón, pero creo que no volveré a coger este saco a estas actividades más.
Salimos en busca de la senda que baja del Tempestades, la que vimos ayer que bajaba el Grupo Excursionista d’Horta con la Flora, para ello deshacemos un poco el recorrido valle abajo a media altura como buscando las regatas de agua donde nos paramos la primera vez pensando en vivaquear allí, buscando la senda que gira hacia la derecha y arriba en zigzag para salvar una primera casi barrera rocosa/ladera vertical escarpada, ya que la roca madre convive con espacios de hierba casi verticales, por ello la senda aquí hace unos zigzags siguiendo los hitos muy bien puestos… aunque la huella o marca de la misma senda también se reconoce.
A nuestra espalda hemos dejado el hueco del Ibón Pequeño de Llosas, que una vez pasada esta primera barrera vertical del terreno, desaparece a nuestra vista oculta por la ondulación de la misma; y delante ya tenemos la destrozada y caótica ancha, espaciosa y empinada ladera rocosa que desde la base del Russell hacia el este y derecha, se extiende hasta la cresta o espolón que baja del mismo Tempestades hacia el sur, hasta las profundidades de las cercanías del valle de Llosas, a la izquierda y oeste. Una ancha ladera llena de gigantescas rocas, roca madre que sobresale o se oculta, con balcones, paretillas, rocas lisas, rocas con escondidos pasillos… todo un laberinto. Por suerte hay unos hitos que seguimos, de hito en hito, ya que después de que se acaba la traza de la senda en la tierra herbosa, por la roca no se ve marca por las pisadas a menos que sigamos los hitos.
Por suerte los hitos nos guían perfectamente, sin pérdida, aunque curiosamente a la bajada nos llevarían un poco más perdidos. Más arriba encuentras un cruce visible de hitos, tengo que suponer que si seguimos a la derecha vamos en dirección al Russell, con lo que seguimos por la izquierda o recto hacia arriba. Detrás de nosotros el sol poco a poco va iluminando la cima de la alargada cima del Pico de Vallibierna. Ese tresmil solitario, increíble mirador al resto de tresmiles del macizo de los Montes Malditos. Delante aparece la Brecha de Soler i Coll, que queda como a la izquierda y tiene forma de collado desde aquí y muchos otros puntos. Y justo mirando hacia arriba, hacia las cimas y cumbres a las que nos dirigimos, el sol también comienza a iluminar la pequeña pirámide del Tempestades. Se ve empinada, escarpada, muy rocosa, pero con no demasiada dificultad. Desde esta perspectiva no se distingue la altura o el desnivel, ya que estamos metidos en ese desnivel, en esa ladera inclinada, empinada, rocosa, caótica de grandes rocas sueltas y grandes piedras, pero con espacios de roca lisa casi horizontal. El Margalida muy cerca del Tempestades casi no se distingue entre las puntas de sierra de la cresta que los une; pero girando la mirada hacia el este y derecha, si distinguimos la meseta del Russell descubriendo aquella canal por la que se sube a su cima, casi escondida, casi invisible entre tanta roca, entre tanto color marrón y gris.
Voy abriendo la ruta yo mismo mientras me acerco a la pirámide rocosa del Tempestades. Intento seguir hitos, senderillos, pisadas de otros montañeros que han subido a la cima. Una pequeña canal. Un giro hacia la derecha, y casi desde la parte alta de la cresta este del Tempestades, volvemos a girar a la izquierda para llegar a su cima, entre trepadas por las caóticas rocas, justo ahora en esta última parte más empinada, más vertical, para llegar al punto más alto de la cima del Tempestades.
Hemos tardado unas dos horas para hacer un desnivel de unos 700 metros desde el vivac donde hemos pasado la noche, a unos 2.570 metros, hasta la cima el Tempestades a 3.278 mts. El día sigue siendo increíble de bueno, de soleado, pero hace algo de frío aquí arriba, el viento es fresquito. Nos abrigamos y hacemos fotos de cima, de grupo. Estamos en la cima del Tempestades. Las vistas son también increíbles, tremendas: justo hacia el oeste, siguiendo esta cresta, columna vertebral de los Montes Malditos, tenemos el gigante Aneto, con la espectacular Brecha de Tempestades y la cima adyacente de la Espalda de Aneto, en línea hacia la cima del Monarca del Pirineo… curiosamente a pesar de haber menos de 150 metros de desnivel entre la cima en la que estamos y el alto Aneto, la visión sobre esta montaña es magnífica y soberbia, con una notable diferencia de altitud y envergadura, una enorme montaña, una meseta puntiaguda muy rocosa con decenas de canales, de arañazos en la vertical pared rocosa, por un lado y otro, dando un aspecto soberbio, magnífico, solemne, casi gigante. Espectacular. Pero las vistas hacia el lado contrario, hacia el este, me sorprende, y casi que me asusta: abajo tenemos la temerosa y temeraria cresta que une el Tempestades con el Margalida, y desde la roca que hace de cima del Margalida hacia el norte, izquierda mirando desde el Tempestades, el seguimiento de la cresta que se convertirá en la Cresta de Salenques, con un espectacular corte, muro vertical más a la izquierda, haciendo totalmente vertical la caída, haciendo de la Cresta de Salenques un verdadero desafío emocionante y bastante técnico. Más lejos siguiendo la misma cresta, el final de la columna vertebral de los Montes Malditos, queda el pico Russell, que curiosamente es puntiagudo desde estas vistas, la meseta rectangular nombrada aparece culminada en una punta pequeña pero roma. Curioso y espectacular. Pero en general la espectacularidad de las vistas de la alta montaña pirenaica en estas montañas de los Montes Malditos es formidable y admirable. Inigualable.
No estamos mucho más tiempo en la cima del ansiado Tempestades, ya que debemos de salvar una cresta que ninguno hemos hecho para subir el Margalida… y desde aquí se ve bastante “entretenida” … al menos para aquellos que la hacen por primera vez. Con lo que intentamos deshacer un poco la subida al Tempestades, hasta llegar a un punto en que, las inclinaciones de la roca sean las apropiadas para acercarnos en diagonal hasta el comienzo de la cresta. Deshacemos parte de la cresta este del Tempestades, giramos algo a la derecha ya que ésta se pone escarpada llegados a un punto, y poco más abajo por un terreno rocoso más asequible, giramos a la izquierda y arriba para subirnos al comienzo de la cresta hacia el Margalida en una especie de balcón o falso collado cuando la cresta deja de bajar y ya se horizontaliza. A partir de aquí nos subimos a la cresta y la seguimos por su parte más alta en dirección este, en dirección a la alta roca al final de la misma que es el pico Margalida. La cresta está a una altura de alrededor de 3.200 metros. Aquí la verdad es que no seguimos muchos hitos, salvo el comienzo de la bajada del Tempestades, más seguimos nuestro instinto montañero para hacer el recorrido más apropiado para subirnos, cabalgarnos, en la cresta en dirección al Margalida.
Sigo yendo yo el primero en la conquista y avance de la cresta, y este comienzo del recorrido por la misma. Al principio no tiene ninguna dificultad y es fácilmente entretenida, pero llego a una alta roca que sobresale en altura del resto, y que se caracteriza por tener una brecha, una hendidura, justo en su centro, vertical y casi desplomada, con pocos agarres. Justo al comienzo de la cresta hemos visto como aparecía gente, montañeros, en la cresta de Salenques justo en su parte más alta, entre las Agujas de Salenques. Recordad que es la cresta que sale de la cima del Margalida hacia el norte. El Margalida hace como el centro de una cruz, pero sin el brazo que baja hacia el sur. Espectacular. Les hago fotos. Pues esta gente, al cabo de un tiempo cuando yo me he quedado atascado en este punto de la roca alta, lisa, casi desplomada, con la brecha en su centro, aparecen desde arriba “como aquel que te quiere dar un susto y está escondido detrás de una pared” y bajan fácilmente por la parte que estoy yo, apartándome un poco… es un pareja con cuerdas y material de escalada, han hecho la Cresta de Salenques y ahora van en dirección al Aneto por toda la cresta, columna vertebral del macizo. Justo detrás de esta pareja, un trio de vascos igual, equipados y en dirección al Aneto… serán los primeros grupos de varios con los que nos cruzaremos que han hecho la Cresta de Salenques y se dirigen al Aneto ¡Espectacular!
Al final de una manera o de otra, llegamos a salvar este punto que yo califico entre III+º o IVº de dificultad, por la técnica para poder superarlo y por su ubicación en una cresta que comienza a ser aérea. A partir de aquí, nos seguimos cruzando con otros grupos y la dificultad de la cresta, haciéndola por su parte más alta, seguirá con puntos de IIIº, algunos aéreos y casi para pensárselo si no tienes costumbre de caminar, de progresar por cresta. Tardamos más tiempo de lo esperado. La cresta es entretenida y hay que llevar mucho cuidado, ya que también es aérea. No es solo uno o dos pasos, hay varios pasos de II+º o IIIº en los que hay que llevar mucho cuidado y prestar atención… pero al final se hace emocionante y excitante… la adrenalina fluye por las venas como una droga que nos activa y envenena a la vez.
Y después de un tiempo, más del que quisiéramos, llegamos a la base rocosa del Margalida, que desde la cresta a su cima serían de pocos metros, aunque lo suficientes como para diferenciarse en altura y prominencia. Una fácil subida entre las rocas casi por hitos que ahora vuelven a aparecer, y llegamos a los 3.239 mts. de la pequeña roca que hace de cima del Margalida.
Casi no podemos estar en su cima, no cabemos, y van llegando o pasando otras cordadas que vienen de la Cresta de Salenques en busca del Tempestades y el Aneto. Nos hacemos alguna foto de cima como podemos, e intento hacer otras fotos al paisaje, sobre todo a la serrada y encrespada cresta que llega a la cima por el norte, la Cresta de Salenques. Escarpada y técnica. Detrás de esta, abajo y a la derecha, sigue la larga Cresta de Salenques, con su collado, su pico, y el cordal que desde otro solitario tresmil, el del Tuc de Mulleres hacia el norte pasa por el Cap de Toro y la formidable figura de Las Forcanadas, que desde aquí, esta altura y perspectiva, no parecen tan escarpadas, tan verticales, y sí más romas, angulosas. También es espectacular el seguimiento de la cresta, este cordal que sale del Aneto hacia el Russell, que desde esta cima hacia el este, acaba en el mismo Russell, sigue siendo espectacular, escarpada, con una pared más vertical y desafiante si cabe la norte, a la izquierda, que la sur a la derecha. Fantástico. El Russell vuelve a tener su forma de meseta, ya menos picudo.
Varios grupos pasan por la cumbre, paran a comer pocos minutos y rápidamente siguen. Dos de ellos son una pareja: un cliente con su guía. Uno de ellos es un cliente francés, y el otro es un chaval de gafas y pelo rizado. Estos guías dominan muy bien esta cresta y la montaña pirenaica en general. Vemos como hablan estos dos: el guía le dice de seguir pero el cliente francés le dice que mejor baja sin seguir la cresta… ¡¿hay una bajada sin tener que volver por la cresta!? Eso sería una solución factible y aliviadora, ya que volver por los mismos pasos técnicos de la cresta… si la podemos evitar, mejor, es lo que pensamos o pienso. Observamos al francés mientras baja del pico en busca de la cresta, y llegando a un punto del comienzo por este lado de la misma, gira hacia el sur, hacia la izquierda y abajo, hasta que lo perdemos de vista. Me quedo con el sitio, la parte de la cresta, para que cuando lleguemos al mismo punto, sigamos sus pasos hacia abajo… el guía sigue la cresta. Le observamos. Cruza la cresta en nada de tiempo; los pasos complejos o peligrosos o aireados, los pasa tranquilamente; nos quedamos perplejos. No parece tan peligroso o dificultoso; igual ha sido una percepción nuestra de la realidad…
Y una vez decidimos que hacer, comenzamos a bajar del Margalida en busca de la cresta de nuevo. Hacemos los primeros pasos por el filo de la cresta, entre lajas afiladas rodeadas del abismo, y llegamos al punto donde, a la izquierda y sur, el francés se ha bajado, vemos hitos. Hay hitos que parece que bajan ¡Perfecto! Pero al poco de comenzar no sabemos por dónde ir y nos topamos con repisas llenas de piedras sueltas sobre paredes verticales las cuales ni asomándote con la cabeza en el aire, ves la base de la misma. Paco también me sigue e incluso baja poco más que yo. Pero no se puede. He bajado pocos metros y ya no veo más hitos. Igual el francés sí sabía por donde tenía que bajar, pero no lo vemos intuitivo, no lo vemos fácil, no conseguimos ver la ruta de bajada. Eva y Josetxu desde la parte alta tampoco lo ven claro y nos dicen de seguir la cresta, deshacerla. Al final tenemos que ceder, volver a la cresta y seguirla hacia el punto de partida, hacia el oeste, como si volviéramos al Tempestades… solo espero que los pasos cruzados a la ida, no nos asusten tanto ahora a la vuelta. Eva, Josetxu abren el recorrido, les siguen Paco que ya ha subido hasta donde estoy yo; y yo mismo me quedo atrás, el último, para observar sus pasos, hacer fotos (si las condiciones de equilibrio me dejan) y cerrar el grupo.
Pero curiosamente esta vuelta no ha sido tan complicada o técnica como a la ida, ya que hemos descubierto que hay ciertos pasos que no hemos visto a la ida, por el lado sur de la cima de la cresta, justo por debajo de ella, que hacen el cruzarla más fácil. Y así progresamos más rápidamente por la cresta deshaciéndola. Es curioso que una vez ya conoces con lo que te vas a encontrar, el recorrido es más rápido por la seguridad que te da el saber por dónde vas a pasar o pisar… y llegamos al paso de la alta roca con la brecha mirando hacia el oeste, hacia el Tempestades. Esta vez Josetxu saca un cordino por seguridad, y Eva y Paco cruzan la brecha, bajan por ella la otro lado de la roca, con el quitamiedos del cordino. Paco no lo usa, pero yo no dudo en agarrarme a ella y bajar a pulso por la brecha en mitad de la sobresaliente y cortada roca. Una vez salvada la roca, seguimos la cresta fácil y entretenida, preciosa, hasta llegar al colladito que la une con la cresta que baja en diagonal de la cima del Tempestades, lugar donde el terreno a la izquierda es más factible y fácil para bajar, menos vertical y dificultoso. Para buscar desde aquí los hitos que nos han subido a la cima del Tempestades desde Llosas, nos lleven, deshaciendo la subida, hasta las cercanías del Ibón Pequeño de Llosas.
El día sigue siendo fenomenal, extraordinario, a pesar de todo el tiempo que hemos estado subiendo y bajando el Margalida por la cresta, el tiempo no ha cambiado, y el sol y la inmejorable visibilidad sigue reinando el día. Una vez ya en el nombrado colladito, la alegría del éxito y su adrenalina de cruzar esta espectacular cresta nos hace tener una sonrisa de oreja a oreja. La búsqueda de los hitos para bajar de esta plataforma de roca viva no es inmediata. Driblamos rocas, bajadas, verticales paretillas… la normal zona de derrubios de alta montaña entre las laderas verticales de la roca madre y las gigantes rocas arrancadas a la misma montaña y depositadas o dejadas en medio de estas laderas rocosas. Por suerte el “campo caótico” de estas rocas, no es tan frondoso en esta parte de la montaña, e intentando bajar altura dejando la subida al Tempestades a la derecha, nos topamos con algunos hitos que seguiremos como salvados por una guía desconocida.
Seguimos estos hitos que nos hacen girar hacia la izquierda, oeste, suroeste, bajando poco a poco altura. Y llegado a un punto gira de nuevo directamente hacia el sur como queriendo salir rápidamente del lugar, en busca del fondo del valle que queda abajo. Justo por una especie de loma rocosa poco sobresaliente con el resto del terreno. Al subir por este camino oímos a un grupo como bajaba justo por la cima de la cresta que desde la cima del Tempestades hacia el sur. Pero nosotros intentaremos deshacer el camino de subida, con éxito… aunque las vistas o terreno parecen diferentes a los de la subida, es el mismo lugar… Atrás dejamos hablando, comunicándose a otro grupo equipados con cascos arneses… que seguramente han bajado por otro lugar desde la Cresta de Salenques, del Margalida… parece haber otra bajada oculta por la pared a la derecha del Margalida que tampoco conocíamos, nos quedamos mirando.
La bajada es rápida por una ladera muy empinada, a la subida no se apreciaba tanto esta inclinación tan fuerte desde el fondo del valle hasta las cimas y crestas de las montañas. Una vez ya vemos el Ibón Pequeño de Llosas, seguimos deshaciendo el zigzag; y en una de sus curvas giramos a la izquierda en busca de nuestro vivac por esas casi planicies o laderas herbosas, llegando a nuestra base, a esa cueva de entre rocas.
Desmontamos la tienda, recogemos las cosas escondidas en el fondo de la cueva y hacemos de nuevo la mochila, pero antes paramos a comer algo. Es cerca o mediodía. Después nos echamos los mochilones a la espalda de nuevo y emprendemos el viaje de regreso hasta la presa del Estany de Llauset. La verdad es que pensar lo que nos queda de recorrido hasta los coches, en otro momento, después de la actividad realizada, me echaría las manos a la cabeza… pero parece que nos hacemos habitual esta ruta, este recorrido, de los Ibones de Vallibierna hacia el Estany de Llauset, pasando por el Refugio de Cap de Llauset, con lo que no se hace tan eterna o esforzada la ruta… aunque la subida al Coll o Collada de Vallibierna, costó por el esfuerzo de los dos días de actividad que llevamos.
Subimos a la Brecha de Soler i Coll, bajamos a las orillas del Ibón de Vallibierna, subimos al Coll de Vallibierna, bajamos en busca del Refugio de Cap de Llauset, Estany de Botornàs, hasta el recorrido por los límites del embalse del Estany de Llauset, hasta el parking junto a la presa. O sea, deshacemos el recorrido realizado ayer para llegar al vivac arriba del Ibón Pequeño de Llosas. Ya descrito en aquella travesía para ascender al pico Russell… no hay pérdida. El sol también y el buen tiempo también nos acompañó en la actividad… aunque la próxima vez escogeré mejor el saco de dormir para hacer un vivac en altura.
Paco no encontró sitio en el parking de la presa y dejó su coche a la entrada de túnel, de modo que montó en mi coche para que no tenga que deshacer el túnel andando. Después nos reunimos en el Pont de Suert para celebrar y tomar algo por los picos subidos, las crestas recorridas y las noches pasadas en este excepcional y mítica cordillera de Los Pirineos. Realmente la actividad ha sido genial, fabulosa y completa: un recorrido de aproximación con noche en la base de la montaña, y la ascensión a dos tresmiles con emocionante cresta incluida. No es una subida desde un punto en que te deja un autobús, y el mismo día te recoge. Disfrutar, convivir, mezclarte con la Montaña, con su esencia, es lo importante, lo emocionante, lo genial y místico. No hacer una visita rápida como si quemara el estar mucho tiempo en la montaña; intentar disfrutar y comunicarse con la Montaña, por esos rincones solitarios o visitados, atrayentes de la cordillera, es lo bonito, lo excepcional y maravilloso.