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Esta madrugada acabó la huelga de Iberia (Pilotos) que cada verano es tradicional. 240 vuelos cancelados. 5.106 € perdidos al día.
Ayer, 11 J, el atentado en los trenes de Bombay se llevó por delante a 200 personas.
Israel ha invadido Gaza y el sur del Líbano, amenaza la guerra.
Ya comienza el viaje y expedición más larga, lejana y desafiante que hasta ahora habíamos tenido. Visitaríamos por primera vez el continente americano, los Andes, grandes montañas de más de seis mil metros… ya habíamos estado en Rusia, en el Cáucaso, en el Elbrus, pero por alguna razón este viaje, esta expedición iba a ser más especial, increíble y formidable que la conquista del Elbrus.
Hacia poco más de dos meses del desastre de la intervención de la empresa en la que trabajaba, y el golpe fue muy, muy duro. Pero daba la impresión de que el trauma o las consecuencias psicológicas aún no habían aflorado, mi mente no lo había asimilado o era consciente enteramente por el momento. Es como el duelo de un ser querido, cuando el derrumbe llega días o semanas más tarde. Por suerte, a la hora de hacer esta expedición ésta ya estaba programada mucho antes que ocurriera el desastre. Pero no quería pensar en que podía afectar al desarrollo y éxito de la Expedición, como ocurrió con la Expedición al Elbrus por culpa de mi tormentosa relación con la que era mi novia en aquellos entonces. Esta vez tenía que subir una montaña de más de seis mil metros, 600 metros más alta que el Elbrus, y esperaba que no me afectara, al contrario, que me ayudara a olvidar por unos momentos el desastre. En la Expedición al Cáucaso no fue impedimento para subir con éxito la montaña, esa vivencia, esa experiencia me ayudaría a pensar y animarme, para que pudiera pasar lo mismo y no afectara para llegar hasta las cimas de nuestros objetivos… curiosamente el trauma, golpe, fue tan grande que ahora que escribo estas líneas pasados más de 14 años, me parece que no está superado del todo, como bien dijo mi buen amigo Adrián «Bily», ni se superará enteramente… siempre quedará algo para el resto de mi vida… pero solo espero que no sea impedimento para llevar una vida normal, con sus matices, y para seguir ascendiendo esas grandes montañas.
Amanece y levantamos el vuelo dejando atrás Alicante hasta dentro de 3 semanas. Despegue tranquilo aunque el oído y el estómago protestan. En el avión muchos turistas alemanes colorados y la familia de dos alumnos míos, Gabriel y Carlos Ferre, a los que saludo. Hablando con Joaquín descubro que he olvidado la vacuna de la Hepatitis B en mi ambulatorio ¡Qué putada! No sé nada de esta enfermedad y eso me inquieta un poco. Por si acaso cuidado con las relaciones sexuales.
Viaje plácido con 10 minutos de antelación a la T4 recién estrenada, sin problemas y sin gente recogemos las maletas y tomamos autobús a la T1 donde guardamos cola en los mostradores de chequeo. Hay confusión y cuando Air Madrid abre más de un mostrador, nos colamos. Como es lógico todos en la cola son ecuatorianos. Algunos llevan distintivos de la visita del Papa a Valencia (encuentro de las familias). No ponen ninguna pega en el peso facturado. Pasamos la aduana camino de la Puerta A y buscamos una cafetería, el avión no sale hasta las 12 h. tenemos tiempo de sobra.
Hay mala leche y desorden en la cola del chequing. La espera es larga y en la Puerta A2 sentados hasta las 13 h. no salimos (1 h. de retraso). Algo incompetentes, para el paso del embarque tienen a la gente mucho rato en pie, la meten por filas, aunque avisan a los Vips y a los que van con niños que son la mayoría. Creo que la chicas y empleados de Madrid son antipáticos por racismo, porque son ecuatorianos y los tratan como si fuesen unos paletos (y aunque lo fueran, qué costará ser simpático). Subimos al Airbus 300 algo. 8 asientos por fila. 2, 4, 2 nos toca en el centro con una mamasita y su niña. Qué pena, no hay ventana. Las azafatas sí son simpáticas y están buenas. Pasan vendiendo auriculares para las pelis
El avión es espacioso pero viajar con tantos niños es un auténtico coñazo. Lloran, te mueven el asiento, se cagan, lo tocan todo. La comida ha sido escasa e insulsa, típica de avión. Café aguado. Cerveza de 25 cl. 3 € y no me devuelven el cambio de 5 €. Dormitamos lo que nos dejan los llantos. Leemos. A mi izquierda viaja una pareja de catalanes que estudian guías de Ecuador. Estamos aún en mitad del mar cruzando el Atlántico. Aún falta una eternidad.
Es nuestro primer vuelo transoceánico en avión y la experiencia y desarrollo del mismo siempre fascina y asombra al que lo hace por primera vez. Siempre pienso que cuando las montañas están lejos y tenemos un largo camino para hacer, el cansancio del trajín del mismo y el desánimo, es otra montaña que vencer, que subir, para estar en perfectas condiciones, descansado y animado para hacer esas grandes montañas.
Por fin llegamos tras 11 h. de viaje y un par de maniobras de aterrizaje con aplausos y vistas aéreas de Quito. Por fin vemos con el día aún en todo su auge, la llegada del avión, mientras bajaba altura al valle entre verdes montañas, volcanes, donde se encuentra Quito y su aeropuerto. Por alguna razón el piloto intenta hacer un primer aterrizaje pero justo antes de bajar a la pista, vuelve a coger altura, coge altura, y comienza un giro para ponerse de nuevo de cara a la pista ¿tan difícil es aterrizar aquí? No me pareció tan peligrosa la pista y aeropuerto, pero bueno, estamos en Sudamérica, igual lo que conocemos como standard en Europa no es tan evidente aquí. Lo que sí me acojono es que el piloto fallara en el primer intento y se aproximara con el segundo… pero al final todo bien. Aterrizaje perfecto y aplausos.
En llegar más desorden para esperar las maletas, el carrito para llevarlas y coger un taxi que nos ofrecía una chica en ventanilla que además se ofrece a buscarnos hotel. Preferimos pagarles los 5 Dl. que luego los convierte en 6 Dl. Cooperativa de taxis. Es parco en palabras pero nos señala el Cotopaxi nevado y nos lleva a la parte norte a Reina Victoria con Cordero donde está El Cafecito, un lugar entre con mucho encanto, ambiente bohemio, buena música, buena atención y oscuridad, chimenea. Me sorprendió mucho la magnífica y espectacular visión del Cotopaxi, no tan lejano, acercando su imponente, cónica, perfecta, grandiosa y alta figura a la ciudad de Quito. Supongo que entre otras razones podría ser la percepción de que las grandes montañas están como alejadas de las ciudades, de las urbes llenas de gente y civilización y descubrir su sorprendente e inconfundible gigantesca presencia en el horizonte de Quito me dejó muy sorprendido, maravillado y acojonado también. Acojonado porque era uno de nuestro objetivos y allí estaba, impasible ante nuestras miradas, casi desafiante y muy visible, sin nada que esconder; como si nos dijera “¿venís a por mí? ¡Aquí me tenéis! Conquistarme si tenéis lo que hay que tener”. Impactante.
En principio solo queda una cama en una habitación de literas, la vemos y como es ancha la cogemos pues es tarde y no apetece buscar al tun tun. 6 Dl. persona se convierte en 10 Dl. por los dos. Bajamos a cenar al restaurante vegetariano. Espagueti al pesto, champiñones en salsa en un creppe y nachos con guacamole y un par de cervezas Club 14 Dl.
1º en la frente. Aprovechando la oscuridad, el bullicio y nuestra candidez, dos simpáticos “choros” bien vestidos tropiezan con la silla, piden disculpas y se van con el bolso de Joaquín. Y no nos damos cuenta hasta que queremos subir a dormir a la habitación. Con nuestro jet lag y todo pero con hambre, olvido que estamos en una ciudad diferente de Sudamérica y mis precauciones y atenciones se relajan, la comida tiene tan buena pinta. Sufro los errores y sus consecuencias del novato, del principiante, lo primero llevar todas las documentaciones y dineros tan importantes en un solo bolso, en un solo lugar, y a éste también enganchada la funda con mi cámara de fotos Canon que tan contento estaba de ella por las fotos de los Alpes el pasado verano. Y el segundo error dejar a la vista y sin atar, aunque cerca de mí, dicho bolso, bandolera. Lo ocurrido fue bien sencillo y casi de manual de ladrón clásico callejero: en una mesa cuadrada había 4 sillas, una a cada lado de la mesa. Yo estaba sentado en una, Jesús en la silla de mi derecha, y cuelgo el bolso (sin atar) en la silla de la izquierda, en la silla de enfrente no había nada ni nadie. Los individuos bien vestidos, con chaquetas de piel de cuero negro, entran en el restaurante y de forma rara cosa que ya me llamó la atención pero no le dí importancia, comienzan a dar vueltas, uno detrás del otro, en fila, por las mesas del restaurante como si buscaran algo, en zigzag sorteando incluso mesas vacías. Muy raro. Desaparecen. Pero en una segunda tanda pocos minutos después, vuelven a pasar y circundan nuestra mesa por el lado entre la silla vacía y la silla de la que colgaba la bandolera. Con la dirección descrita. En fila primero pasaban cerca de la silla vacía, giraban y pasaban por la silla donde colgaba el bolso. Primero uno y justo detrás el segundo. El segundo hace como que se tropieza con la silla vacía, el primero ya ha pasado por ésta y la silla donde cuelga mi bandolera, y es en ese momento cuando la pericia del ladrón agarra la bandolera disimuladamente mientras nosotros prestamos atención y ponemos nuestros ojos en el individuo de detrás que se ha tropezado con la silla. Robo perfecto. Después del “simulado tropiezo” el segundo sigue el camino del primero sin mediar palabra y desaparecen los dos. Nosotros seguimos cenando plácida y tranquilamente, hasta que acabamos y tenemos que pagar… ¡¡¿Dónde está la bandolera?!! En ese momento no entendíamos nada ni sabíamos lo que había pasado. Pensaba que me la había dejado en la habitación, pero sabía que me la había bajado a la cena…
Desastre total: dinero, tarjetas, pasaporte, documentos, móvil, gafas, TODO. Desconcierto. Incluso en un momento pensaba que alguien de El Cafecito estaba compinchado con los ladrones o con alguien para entrar en la habitación o robarnos las cosas y hacer la vista gorda para luego sacar tajada. Estamos en un país desconocido en una ciudad desconocida en Sudamérica… el pensamiento es muy lógico. Se me cae la cara de vergüenza y rabia, mucha rabia cuando descubro que sí, que nos han robado, después de muchas vueltas por la habitación, el restaurante ¡Se me quitó el jet lag de golpe! Y mis sentidos se despertaron al máximo dejando el miedo y la impotencia a un lado… no sé si fue en ese momento, pero entendimos lo que pasó con aquellos dos ecuatorianos vestidos con chaqueta de cuero negro. Todo encajaba. Hablamos con los propietarios del restaurante, de El Cafecito. Ellos no llaman a la policía. No entienden y nos piden perdón (aunque no hayan sido ellos), pero no han visto nada, y si han visto no han hecho caso ya que pensaban que eran dos personas que pasaban a ver lo que había en el menú, en el restaurante, o buscaban a alguien, quien sabe… Nos arropan, consuelan e intentan ayudarnos indicándonos que podemos hacer. Lo primero ir al puesto de guardia que es como si fuera una comisaría, y allí o nos abren una denuncia y nos indicarán lo que debemos hacer.
Estoy muy furioso, enfadado y hastiado ¡¿Cómo puede ser que haya pasado esto en nuestro primer día?! Me acordaba de aquellas expediciones a Perú de los compañeros en los que, incluso desde los años 90, les robaban dinero, material… Me vino a la mente aquella a mitad de los 90 en que a Manolo Cano le robaron en Lima o por Perú, y su gran disgusto; esto nos lo contaban siempre a la vuelta, como anécdotas de estos viajes. Entonces ya somos expedicionarios como los amigos y compañeros veteranos que viajan a los Andes y también pasan por el “trago” de ser robados, como una especie de “iniciación” cuando viajas o haces montañas por Sudamérica ¡¡Éramos como ellos!! Aunque no es un consuelo que me agradara, que me quitara el cabreo y enfado que llevaba encima… y después de dos meses de lo ocurrido con la empresa en la que trabajaba. Me daba la impresión de que tenía “la negra”, de que todo iba a ir mal, de que todo el mundo y todo iba en contra mía… una sensación casi psicótica y peligrosa, pero intenté controlarla, sabiendo que en realidad no era así, pero era difícil entender porque ocurría todo esto.
Vamos al puesto de guardia de la policía y nos atienden pero la denuncia hay que ir a ponerla a la Policía Judicial (PJ) en Juan León Mena, a 8 cuadras (manzanas). Recuerdo la comisaria en la que habían varios policías, alguno de ellos era un hombre de color, gigante, alto y musculoso, era un lugar oscuro y arrinconado en una oscura calle. Ya era de noche en Quito. No daba la impresión de ser una comisaría, supongo que un “puesto de guardia” es diferente a ésta. El ver a chicos de color me sorprendió muchísimo… en Ecuador debería haber descendientes de colonos españoles, de conquistadores europeos y de Quechuas, los auténticos aborígenes del país, pero el hecho de que haya gente de color de origen africano es por ser los descendientes de aquellos esclavos que trajeron sobre todo a la costa y zona de Guayaquil, pero que también se han pasado a la capital del país, Quito. Los policías nos indican que hacer o lo que puede pasar para preverlo, pero es cierto que ellos no nos pueden poner la denuncia. Nos dicen que es importante cancelar las tarjetas de crédito o débito, ya que los ladrones suelen estar “conchabados” con alguien de un banco y les hace sacar el dinero de las cuentas gracias a las tarjetas, evitando las contraseñas y pins. Algo que pueden hacer los banqueros. Me deje perplejo. Desde luego los Bancos son los “ladrones legales” del sistema, pero que haya ladrones de por sí dentro de esta “casa de ladrones”, me dejó preocupado y sorprendido ¡En que país nos habíamos metido! Nos dicen que debemos llamar a un número extranjero, llamar a Visa, para cancelar las tarjetas. Es un número de teléfono cuya llamada es cara y cuando lo iba a hacer desde la oficina de estos policías, uno de ellos, el de color, grandote, me lo impide cogiéndome enseguida el teléfono que ya tenía en mis manos. Ellos tampoco nos pueden llevar ni a una cabina, locutorio, ni al Edificio de la Policía Judicial, pero nos indican como llegar y donde están. Salimos de allí más cabreado e indignado si cabe. Vamos en dirección al Cafecito para coger el taxi; y nada más salir un pobre ecuatoriano pidiendo limosna se dirige a mí, y yo le digo que me deje en paz que me han robado todo el dinero casi gritando y muy enfadado. El pobre hombre sigue su camino.
Nos llaman un taxi en El Cafecito por 1 Dl. la ponemos aunque no sirva de mucho. Entramos en el edificio de la Policía Judicial, este edificio parecía más serio que el “puesto de guardia”. Subimos unas escaleras y pedimos para poner una denuncia de robo. Nos indican un hombre asido a una mesa con una antigua máquina de escribir, como si fuera un funcionario del estado. No era demasiado mayor, joven, y al vernos en un principio se quedó extrañado. Nos dijo que él no hacía denuncias o que no era el indicado para escribir la denuncia. Yo después de ver tantas trabas y negativas para hacernos una denuncia, le explico el caso y le digo que los policías del “puesto de guardia” no quisieron hacerla y que nos dijeron que aquí si la podíamos hacer, así que le pedía el favor de que nos escribiera la denuncia. Después de un segundo en silencio, el policía o funcionario con vestido casual, informal, comenzó a escribir la denuncia con esa vieja máquina de escribir. Cuando acabó y nos dio el papel de la denuncia pensé que fue el único que nos ha querido ayudar de verdad. Aunque viendo el papel de la denuncia me pareció “papel mojado”, no sé si serviría de algo. Pero con ese papel teníamos que ir al consulado para pedir una copia de mi documentación, o un salvoconducto.
En un locutorio tratamos de anular las tarjetas y no responden por lo que Joaquín se lo encarga a su madre a la que la saca de la cama a las 4 de la madrugada de allí. Después de hacer varias llamadas al número que me dieron en el “puesto de guardia” de Visa (norteamericano) para cancelar las tarjetas, y no cogérmelo, decido, como último recurso, llamar a casa, decirle a mi madre que cancele las tarjetas nada más levantarse, nada más abrir los bancos, con la esperanza de que, ya que en España se despierta el día antes, poder cancelarlas, y así, pocas horas después cuando el ladrón se despierte y vaya corriendo al Banco de su compinche para sacar el dinero de las cuentas con las tarjetas, no puedan porque ya están canceladas. A las 4 de la mañana coge el teléfono mi madre. Por suerte la he despertado con un susto tremendo pensando que pasaba algo malo. “No pasa nada. Solo que me han robado, pero a Jesús no, iremos tirando de su dinero y en España ya se lo devuelvo yo. Tienes que ir mañana corriendo a este banco y al otro a cancelar las tarjetas, a primera hora. Antes de que lo haga el ladrón que puede tener un compinche en el banco” Mi madre se sobresaltó. Iba a hacer lo que le decía sin falta, pero al saber que me habían robado me dijo “Pues vente para acá y deja ya el viaje” “¡Si acabamos de llegar y nos quedan 20 días!” le digo a mi madre más calmado y como asumiendo lo que estaba pasando, suerte de haber reaccionado con fuerza y valentía para hacer frente al desastre. A partir de aquí y sin saberlo yo, en España, en mi pueblo, familia y amigos, seguirían nuestras peripecias de este viaje de Jesús y mías, para saber cómo lo haremos para salir de esta, no por las montañas que podíamos subir o no, si no por cómo lo íbamos a hacer sin dinero, sin documentación ni billetes de avión para volver a España, y aun así queriendo quedarnos los 20 días que nos quedaban y con las cimas de las grandes montañas propuestas.
Pedimos taxi de la cooperativa occidental (aunque externamente todos sean amarillos). Nos lleva al hostal sorteando el tráfico algo congestionado y nos vamos a dormir agotados. Mañana iremos a la Embajada.
La noche la paso más tranquilo pero sumido en la indignación, pesadillas, rabia… nada más llegar nos pasa esto ¡Qué fuerte! Pensaba ¿esta es la bienvenida que nos da Ecuador, Los Andes, Sudamérica…? ¿Esta anécdota nos tocará el ánimo para poder hacer esas grandes montañas previstas? No pasé muy buena noche, pero al menos no caí en el pozo de la oscura desesperanza, del desanimo irremediable, me dije que era mejor no pensar en que pasará e ir viviendo día a día, dejándonos fluir y no preocuparnos más allá de lo que nos pasa en la jornada. Mañana será otro día, otra jornada, otro ánimo, otra fuerza, valor y valentía… siempre pensábamos que al final tuvimos suerte de que nos pasara el primer día del viaje, y se pudo ir solucionando a lo largo de los días que estábamos allí combinándolo con las actividades, porque si hubiera sido el último día, sin los billetes de avión y documentación para poder volar a nuestro país…