Amanece pronto y me cuesta estar en la cama. Nos levantamos a las 7 y el desayuno no se sirve hasta las 8. Esperamos. Antes de salir o puede que anoche, decidimos dividir el dinero de Jesús, para que una parte, 300 € o Dl. los llevara yo, y los otros 300 él. Me metí los billetes en la planta del pie dentro de la zapatilla. Aquí seguro que no me descuido para que me los roben. También hay que ir a una ferretería a ver si nos abren el candado del bidón, pues las llaves también iban en el bolso de Joaquín. Primero buscamos la Embajada Española por la Avenida Amazonas hacia el lado contrario y luego hacia el bueno, la avenida no parece tanto pero es que luego continua y es muy larga. En las puertas de los bancos y comercios hay guardias con chalecos antibalas y armados hasta los dientes con recortadas. Ayer vimos en la puerta de la zapatería a un segurata negro con una recortada. Aquí si tienes licencia puedes ir armado por la calle.
En la Embajada Joaquín hace el papeleo para renovarse el pasaporte y vamos a que le hagan las fotos y allí se compra una cámara y una funda. Cuando queremos pagar con un billete de 100 Dl. no nos lo aceptan (por lo visto por el tema de billetes falsos) y he de pagar con tarjeta. Me compro una cámara de fotos parecida a la Canon que me robaron, compacta, sin muchos líos, pero de la cual no sabía cómo iban a salir las fotos, fui a la aventura, creo que fue una Olympus, y me dije que esta marca no podía ser mala o salir malas fotos… pero curiosamente las fotos en la montaña, muchas salieron muy quemadas, borrosas por culpa de la luz. Por suerte al ser carretes de diapositivas, éstas eran más luminosas y claras, pero las copias digitales, fatal, fatal… creo que al ver el resultado dejé de utilizar esta cámara, nunca más, por ello la calidad y características de las fotos que han salido de toda la expedición. Y también me hice las fotos de carnet para gestionar mi situación en la embajada o consulado. Para las próximas veces es siempre mejor ya tener fotos de carnet hechas en España y fotocopias de los pasaportes y carnets de identidad, así será más fácil tramitar la regularización si te los roban o pierden la próxima vez… además porque podría ser en lugares que ni hay tiendas o fotomatones para hacerte las fotos, y eso, aunque parezca una tontería, sería muy grave, ya que sin fotos, no hay Salvoconducto.
Por ello vamos al Banco Central con unas oficinas espectaculares a cambiar a billetes pequeños los 600 Dl. que tenemos. Un edificio casi de estilo clásico enorme y majestuoso, seguramente en un pasado tuvo algún otro uso más solemne y noble, que contar el dinero nacional. Está lejos, por la Avenida Amazonas y hemos de ir en autobús. Qué desastre de tráfico. Va con las puertas abiertas, se llena bastante y de tanto en tanto sube un cuentista a vender o a pedir algo, ante la indiferencia de la gente. En esta avenida en cada semáforo hay buscavidas que te limpian el cristal y te venden chorradas. Nuestro sector se llama La Mariscal, sospecho que por la cercanía al aeropuerto Mariscal Sucre y a que de tanto en tanto pasa un avión atronando como si estuviéramos en Arenales. A partir de estos minutos que debemos recorrernos la ciudad en este “turismo burocrático”, vemos y observamos las características, condiciones, costumbres y vida de la misma. Cosa que nos intriga, nos asombra y extraña a la vez al ser algo nuevo para nosotros, muy diferentes en algunos casos a la vida en las ciudades europeas, casi como si volviéramos a Marruecos, pero también muy distinto a éstos, es otro continente, otras gentes y razas. Magnífico. Nos sentimos como exploradores en una tierra ignota. Nadie te cuenta estos pequeños detalles del día a día en las ciudades sudamericanas, o de cualquier otro continente más diferente al europeo, al occidental. Es algo emocionante y chocante; extraordinario. Y es algo que nos empapó el alma, el espíritu y nos enseñó lo importante que es viajar, viajar como exploradores, no como turistas de billetera, si no como observadores de lo real y cotidiano en estos pueblos y ciudades, de sus gentes y tradiciones diarias.
Volvemos en el bus para dar tumbos entre la Policía Judicial y el Ministerio Público con la denuncia de los cojones que al final dejamos por imposible y nos conformamos con la que ya nos hizo el agente de la Policía Judicial ayer. Teníamos que volver el martes a preguntar qué fiscal lleva el caso y que haga un documento, delegación, para llevar a la Propiedad y hacer la denuncia, etc.… un laberinto burocrático que ni la U.R.S.S. ¡Que les den! Da la impresión, como he dicho antes, de que ponen trabas para no trabajar, no ayudarte, quizás un robo como el mío es una minucia para poner en marcha la maquinaria de la justicia y del sistema policial. No me extraña que muchos ciudadanos de estos países sudamericanos se revelen o revolucionen de vez en cuando en contra del “sistema”. Es una injusticia social. Lo mejor es ir al consulado y hablar con la Guardia Civil o con algún funcionario español que te tratará mejor y te dirá que hacer para volver a España o regularizar la situación. Realmente no hacen una “copia de mi pasaporte” si no que hacen un Salvoconducto (que también parece papel mojado), añadiendo la siguiente descripción “… este señor dice ser…” o sea, no dice que seas, si no que tú dices ser. Ma pareció algo tan precario y chapucero. Pero eso será para el día antes de volar a España. Mientras iré por el país sin ninguna documentación que diga quién soy o de donde soy. Me toman las huellas dactilares, me cogen las fotos y relleno un documento con mis datos personales de identificación. Esto lo enviaran a España para cotejarlo con los datos que haya allá míos, para hacerme el mencionado “Salvoconducto”.
Pero una anécdota hizo reírme en este segundo día tan nefasto en estos recorridos de “turismo burocrático”, cuando en el consulado, el Guardia Civil (típico español, como salido de una peli de Berlanga), va pidiendo material a una funcionaria para realizar su trabajo, recoger el documento firmado por mí con la fotografía, para mandarlo a España y que vuelva el Salvoconducto… no sé si fue en esta ocasión o en alguna otra siguiente, pero el Guardia Civil con ese acento castizo profundo le pregunta a la funcionaria de la ventanilla del consulado por “el sello” del consulado para finalizar la gestión y enviarla, como he dicho, a España “…ha el tampón. Tenga” “El tampón. En España el tampón es otra cosa” con algo de supremacía irrespetuosa. Daba la impresión de que el Guardia Civil, tan lejos de “su tierra”, no estaba tan a gusto en este trabajo del consulado en Quito, rodeado de ecuatorianos. Estoy seguro. No me reía de su expresión, machista, casi racista, si no de la actitud y personalidad del uniformado ¡Típico Guardia Civil que saldría en una película de Torrente! (risas).
En la Oficina de Turismo junto al puesto de Guardia de la Policía Parque Gabriel Mistral en la confluencia de Reina Victoria. Por fin un mostrador en el que nos tratan bien, yo diría que muy bien. Información para ir a Urbina, bus a Riobamba y allí taxi. Nos consiguen el teléfono de la empresa Alta Montaña por si pueden esperarnos en el cruce y no hace falta ir a Riobamba. Nos dan planos, etc.…
Al Cafecito a tomar una cerveza Pilsener de 578 cm cúbicos y luego comer algo mientras esperamos que nos arreglen lo del candado (que abren a las 2’30). Vaya día de turismo burocrático ¡Diferente! Se nubla algo y ya no hace tanto calor. Estamos a 2.850 mts. Antes de comer he de subir al baño común para deshacerme de la Pilsener y que entre la de Club (marcas de cerveza más populares), solo nos queda probar la Brhama. El baño cutre, hay dos externos a las habitaciones cuádruples y dobles, y está en un estado de ruina. Comer sándwich, creppes, etc.… en el “vegetariano” del Cafecito en la terraza con “mismo ambiente” y separados por un muro y un seto a la calle y su anárquico tráfico. Se ven bastantes “guiris” por este hostal. Los naturales llaman a esta zona “gringolandia”. El edificio de El Cafecito como muchos en este barrio, es una casa con su murito, su jardincito y sus tejados de varias aguas intentado dar un aspecto o arquitectura acogedora, curiosa y amable entre los edificios victorianos de San Francisco y una sencilla casa burguesa con esquinas, ángulos, grandes ventanas, terrazas y solo un piso, o sea la planta baja y un primer piso. Con el Hostal de El Cafecito habían cogido una de estas casas y la habían habilitado para hacer un restaurante y habitaciones, camas o literas para comer y pasar la noche. El restaurante o bar también era algo acogedor, rústico pero cercano y de muy buena comida vegetariana, perfecto para los hippies, bohemios y trotamundos del primer mundo. Realmente le daban al barrio un toque encantador y simpático. En acabar de comer vamos a un taller de copias de llaves y el dueño nos acompaña a ver si puede abrir el candado. Como no lo consigue llevamos el bidón al taller para que lo sierre y por fin libre…
Nos llaman a un taxi y nos despedimos comprando una botella pequeña de 50 cl. de agua por 1,16 Dl. El taxi por 5 Dl. nos lleva rodeando el monte que llaman El Panecillo con sus suburbios encaramados en desorden. Al llegar a la Estación Terminal Terrestre, nos asaltan los hombrecillos de los carritos para llevar el equipaje. Desconfiamos y les pedimos tiempo para comprar el billete ¡Error! Paso y en el primer letrero a Riobamba compro dos billetes, 7 Dl. (a 3,5 Dl.) me mandan a la Puerta 4 Bus 83 que sale dentro de más de 1 hora, a las 17:45. Ahora le pedimos al hombre que nos lleve y le damos 1,5 Dl. y no entendemos lo que murmura. Para entrar a los andenes, cada uno debe poner en un torno 0,20 Dl., esto debe ser para disuadir a las personas que no van a embarcar. Durante la hora de espera, rechazamos artículos de los vendedores ambulantes, vigilamos nuestros bultos. Llamo a Urbina para que nos recojan, y escuchamos como los depredadores que llenan autobuses gritan el destino tratando de captar clientes. Si entras sin billete te hubieras ido en el primero que saliese. Eso nos pasa por desconfiar. Correcto. A pesar de estar las taquillas, parece que nadie compra en ellas, si no que ya al subir al autobús, por ello si pagas los 20 céntimos de dólar puedes entrar a la Estación Terminal Terrestre (estación de autobuses), y después subirte al primer autobús (guagua) con el destino que te interese. Para la próxima ya lo sabemos.
Así que a oír series de Riobamba, Riobamba, Riobamba, Riobamba, y a ver salir autobuses mientras nosotros esperamos con los billetes comprados y llegaremos a Urbina de noche. 25 Km. más o menos entre 2’30 h. y 3 h. (45 minutos antes de llegar pediremos al conductor que nos baje en el cruce de Urbina, a 1 km. de la posada. De tanto en tanto pasean guardas jurados fuertemente armados. Los buses son muy coloridos y muy ornamentales (barrocas) con cortinillas, pegatinas, llantas coloreadas, etc. Es cierto que cada autobús parecía una gigantesca Volkswagen de los años 60 llena de hippies, con esos coloridos y adornos tan personales. Realmente cada guagua era única y como una pequeña obra de arte hortera con ruedas. Es curioso cómo era la estación ya que los aparcamientos de los autobuses no estaban bajo techo, si no casi pegados en diagonal con ese triángulo que forma con la acera y es donde aparcan la cabina, la parte delantera, en paralelo diagonal, y con un poste que te indica el número del andén (aparcamiento), con la hilera de taquillas al otro lado de la acera.
¡Helados! de mora, de crema ¡Helados! Son artesanos y uno no sabe con qué agua los han hecho y quizás esconden una diarrea ¡Danger! o algo peor, ya que los lleva la chica sin envolver y de cualquier forma. Da la impresión de que no hay una compañía de autobuses de líneas de autobuses, si no que cada autobús, cada conductor y sus empleados (taquilla, botones que abre, cierra el matero y cobra los billetes que no se han comprado en la taquilla…) es una empresa por si sola, haciendo las rutas convenidas, parando donde les conviene o le piden… por eso cada autobús, cada guagua es diferente en su aspecto, estilo y forma de llevar. Curioso.
Aunque llevamos los números y somos los primeros en subir, se llena el autobús más de las plazas que tiene y nos brindamos a ceder el sitio, nos colocamos junto al conductor sin sitio para apoyar la espalda y con miedo de salir volando en cada frenazo. Como dice Jesús fuimos los primeros en subir a la guagua, pero poco a poco se iba llenando, y entrando gente. Suben unas mujeres mayores casi viejas pero gruesas, que se ve perfectamente son de una edad para no estar de pie mucho tiempo en un largo y peliagudo viaje de autobús; nos miran y nos piden cederles el asiento. Y así lo hacemos. Estábamos en los asientos de delante y no nos fuimos de la parte delantera de la cabina del conductor. Al final yo me senté, junto con algún otro, en el espacio que hay entre el conductor y el asiento del copiloto, en una especie de repisa o separador entre el hueco del conductor y el pasillo… creo; y Jesús se sentó en salpicadero de autobús delante del asiento del copiloto, junto a él se sentaron otros dos ecuatorianos… ¡¡Aquí se saltan las normas viales y de seguridad como si no existieran!! Y así era, no solo el autobús, sino también los coches, camionetas, motos… yo creo que la policía no pierde el tiempo en multar estas faltas de seguridad vial para que gente con pocos o ningún recurso, pueda moverse de aquí para allá para trabajar o buscarse la vida.
La carretera panamericana tiene 40 años y es un desastre de asfalto, sin línea pintada, con suburbios a los lados, comercios, gente esperando a la que no recogemos porque ya vamos llenos. Solo salir de Quito ya es una odisea, por carreteras sin asfaltar, en reparaciones, calles estrechas, etc. La misma salida de la Estación ya se retrasa con gente que sube a vender cosas y a pedir. Así las cosas anochece y el viaje se vuelve pesado. Nos da sueño, aún acusamos que en España son 7 horas más. Latacunga, Ambato y por fin Mocha, no se ha bajado nadie y el pobre viejo del cobrador va de pie todo el trayecto (las más de 3 h.), se cansa de piernas y voy sufriendo por él, pero es muy serio y solemne y no encuentro el momento de cambiarle el sitio. Recuerdo el rostro de este hombre de mediana edad, y también recuerdo el descosido del pantalón en un lugar poco agraciado, como si le viniera grande o que en uno de esos esfuerzos por coger y subir las maletas o bolsas de los pasajeros al maletero o a la vaca, hubiera hecho un movimiento y se le hubiera descosido el pantalón.
Con las prisas de la bajada me olvido el bolso con el dinero, 400 Dl., 305 €, las tarjetas, la cámara, las gafas de sol y el pasaporte. Un desastre completo del que no me daré cuenta hasta llegar a Urbina. Cuando bajamos la oscuridad es completa y no ha venido nadie a esperarnos. Desde luego no se puede estar más tirados, o sí. Parece que nieve, hace mucho frio pero no es nieve, son las cenizas del Tungurahua al que oímos y está en erupción desde hace años, pero se ve que hoy es especialmente fuerte y nos cuentan que han visto los resplandores y el hongo. Como no hay nadie ni lo habrá y hace bastante frío, nos ponemos a caminar cargando con todo el enorme peso de abultado equipaje, atenidos y golpeados por la lluvia de cenizas. Por fin en nuestro vagabundeo por lo desconocido buscando algunas luces, aparece una camioneta y sus ocupantes nos indican que vamos bien y que aún nos queda.
Después de avisar al conductor y al botones del punto donde debemos bajar, en un punto en medio de la profunda oscuridad de la noche, la guagua se para y el conductor nos dice que ya hemos llegado… ¡¡Pero si no hay nada!! Ni una triste luz, menos la que vemos en la lejanía perdida y sola ¡¡Cómo nos vamos a quedar aquí!! Tampoco hay nadie ni nada esperándonos. Pero bueno, hay que bajar… el botones nos ayuda a recoger el gran equipaje, mochilas, bolsas, bidón, que están dentro del maletero. Y una vez que lo tenemos todo, el autobús se marcha dejándonos en mitad de la oscuridad, de la profunda y cerrada noche. Buscamos las linternas frontales para al menos tener luz. Ya nos vemos algo. Reorganizamos las maletas, como llevar todo el equipaje y material hasta la casa de la Estación de Urbina que aún nos queda por buscar y llegar en mitad de la noche, sin tener ni idea de hacia dónde ir, solo seguir un camino que se abre bajo nuestro pies y nos aleja de la carretera para adentrarnos en una especie de altiplano, estepa, oscura e invisible ahora por la noche, y fría. En una mano compartimos el bidón entre Jesús y yo, en la otra mano otra bolsa, la mochila pequeña o de ataque en nuestro pecho, y a la espalda la mochila de travesía. Cargados como burros comenzamos a caminar por este oscuro camino en busca de aquella lejana luz, tenue y casi inapreciable, que puede ser la Estación de Urbina. Nada más salir del autobús y mientras hacemos todas las acciones de recoger el equipaje y organizarlo, nos ha estado cayendo algo del cielo, como una especie de extraña lluvia. No es nieve porque no está fría y es sólida, no es agua helada, congelada, tampoco hace tanto frio como para nevar, pero no sabemos que es… son bolitas, piedrecillas redondas y grises, pequeñas…y hasta llegar a la Estación de Urbina no supimos que era, mientras caminábamos en medio de la oscuridad, cargados como burros muy incómodamente, sin saber dónde ir…
Y de repente, cuando ya habíamos emprendido el camino hacia la nada, Jesús me dice muy seriamente que no encuentra su bolso, su bandolera, esa Altus que se compró para llevar el dinero, la documentación… me dice que puede ser que se lo haya dejado en el autobús, posiblemente en el salpicadero, donde estaba él sentado, y que se lo había quitado para descansar… no sé por qué mi extraña reacción en lugar de preocuparme, enfadarme o indignarme por pasar de nuevo por lo mismo que pasamos ayer, estando en medio de la nada, la auténtica nada, comienzo a reírme a carcajada limpia, pero una risa que no podía controlar, sonora, exagerada, larga… no sé cómo se lo tomó Jesús. Si las cosas se podían poner peor, se pusieron. Tampoco sabía exactamente por qué me reía, si era por nuestra situación o por que a mi único compañero de expedición le habían sustraído (seguramente) el dinero, documentación… como a mí ayer, y nos encontrábamos los dos perdidos en un país desconocido, con una gente que no conocíamos, sin documentación, sin dinero, sin tarjetas de crédito… por suerte teníamos los 300 € o Dl. que Jesús me dio para que los guardara, pero estaba claro que entre pagos, gastos y demás, nos faltaría dinero… ¡¡A ver qué hacemos!! De momento caminar cargados como burros en medio de una noche cerrada, oscura tenebrosa, por un camino que no sabemos a dónde nos llevará, y en busca de un lugar, de una casa y de una gente que no teníamos ni idea de cómo nos iban a tratar o como se iban a tomar el hecho de que no teníamos dinero suficiente para pagarles después de todo lo que nos había pasado ¡¡En los dos primeros días de visita en Ecuador, de Expedición!!
Intentamos seguir caminando por el camino cargados como burros y teniendo que parar para soltar las bolsas y bidón de las manos para que nos corra la sangre por sus venas de nuevo. Creo que nadie salió a socorrernos, y fuimos recorriendo el camino con la única luz de los frontales, en busca de aquella tenue luz que cada vez es más clara y a la que nos acercamos poco a poco.
Ya llegamos a la puerta de esa casa, del lugar, pero hay varias construcciones, barracas o casas, por eliminación pretendemos tocar o abrir una gran puerta en la entrada de la que parecía la casa principal por sus paredes y pocas formas que veíamos por las pocas y escasas luces que teníamos y nos ayudaban a ello. Abro la puerta tanteando el lugar. No vemos a nadie fuera, ni rastro de vida en mitad de la noche. Pero adentrándonos en la casa sin que nadie respondiera a nuestra llamada, al “¿hay alguien aquí?”. Descubro una cabeza que se asoma en un sofá que mira, o de pie en mitad de la semioscuridad con otra muy tenue luz, en mitad de una sala o comedor, mirando a una chimenea o mirando hacia nosotros, la puerta de entrada. Me mira y se asombra. Nosotros no sabemos quién es, no lo reconozco, pero descubrimos que era el mismo Rodrigo Donoso, ya visto en fotos y diapositivas enseñadas por nuestros amigos que ya habían estado con él e intentado el Tungurahua el año pasado, o hace dos… Una vez confirmado que estamos dentro del edificio de la Estación de Urbina y que la persona que nos ha atendido es Rodrigo Donoso, le contamos todo lo que nos ha pasado en estos dos días, desde que llegamos a Ecuador. Se queda perplejo, sorprendido, sin reacción en un principio, como si fuera algo tan surrealista que no pudiera ser verdad, que era una broma… pero al poco tiempo hizo una exclamación, así como “¡Dios mío!” o “¡Madre mía!” que hubiéramos dicho nosotros. Ya desesperados llegamos y nos socorre Rodrigo el propietario del refugio. Entramos aturdidos. Pedimos ducharnos y como ya todo el mundo había cenado, nos sirven a nosotros solos.
El lugar de la ducha nos deja un poco desencajados, una porque parece una ducha precaria, un grifo en alto en medio de un amplio rincón tapado y húmedo de un patio en la parte de atrás del edificio, y la otra por que el agua salía hoy fría o fresca, nada caliente en esta primera ducha, al menos cuando me tocó a mí. La ducha es para quitarnos sobre todo las decenas o cientos de bolitas pequeñitas que se nos había quedado en el pelo, en el cuerpo, de esa extraña lluvia, y que no se nos quitará con una sola ducha. Fue Rodrigo el que nos explicó que eran las cenizas del Volcán Tungurahua, que por la orientación del viento en esta época (de oriente hacia el océano) venían las cenizas traídas por el mismo viento, depositando o cayendo estas cenizas, como si fuera una lluvia, en las zonas al oeste del mismo volcán… entre otros lugares la zona de la Estación de Urbina y la montaña del Chimborazo. Rodrigo llama por teléfono para ver si han encontrado la bolsa del bus, y cuando llegue Janette, su empleada, puede pedirla, pero no hay suerte, el bus ya está en la cochera y habrá que esperar a mañana. Estamos rendidos y nos acostamos sin hacer planes, las mantas nos hacen entrar en calor y dormimos plácidamente.
A partir de aquí Rodrigo nos acogió y nos trató como si fuéramos familia, increíblemente bien, no nos dejó en ningún momento, ayudándonos en todo y siempre al tanto de lo que hacíamos, donde íbamos y con quien íbamos, incluso acompañarnos a las cimas de las montañas que queríamos subir, las más altas. Fue excelente, magnífico su trato, su complicidad y su compañía. No sé si por lo que nos había pasado para que no tuviéramos una mala impresión del país, de sus gentes y trato, o por la gran valentía que habíamos transmitido al llegar aquí, después de lo que nos había pasado, enteros y fuertes… parece que a partir de aquí las cosas iban a cambiar… La noche fría, la mantas de las camas con colchón de lana (como antiguamente en España), no abrigan hasta que no entras en calor. Pero por fin, después de todo, ya estamos en Urbina; la antesala de las actividades y visitas a las montañas. Comienza la aventura… ¿o ha comenzado ya?… La risa ha pasado a ser una sonrisa… quizás hago como los animales y la risa sea una acción inconsciente para enseñar los dientes ante las dificultades con las que nos topamos de cara para defendernos de ellas o mostrar que no nos dejaremos vencer tan fácilmente. Incomprensible.