Caminamos 1 h. para llegar al hielo que se alterna con la roca. Nos ponemos crampones y formamos las cordadas. Eloy conmigo y Joaquín (de último), y la otra Rodrigo, Fabián y Don Eloy, el guarda del Refugio Carrel. Eloy era nuestro guía, el cual ha subido innumerables veces al Chimborazo y es perfecto conocedor de la montaña. Fabian era el guarda del Refugio Hermanos Carrel y nunca había subido al Chimborazo, de modo que Rodrigo le invitó, animó, aconsejó o dio su permiso para subir con nosotros hasta la cima de la montaña. Recordad que la empresa de Rodrigo era la que gestionaba estos dos refugios del Chimborazo.
Hasta aquí muy bien. Pero a partir de aquí el guía va bastante más rápido que nosotros y no dejo de recibir tirones de la cuerda en el arnés sobre todo al final. En esta parte, hasta el collado entre El Castillo y el resto de la montaña, no recuerdo excesivos tirones, supongo que cuando hay pasos en lo que nos lo pensamos un poco parando centésimas de segundo antes de proseguir, es cuando Eloy, que no se lo pensaba por su experiencia, nos daba el tirón al proseguir la marcha.
Mientras subimos a veces nuestra cabeza comienza a pensar sobre nuestra situación personal, nuestra vida, a veces más incluso que la misma actividad que estás haciendo; en medio de esa oscuridad, al no ver el escenario y estar inmerso en la monotonía que a veces nos da la senda, el recorrido, la ascensión.
Pero esta vez podemos pensar en esas noches en Urbina cuando Rodrigo nos contaba esas historias ancestrales sobre las creencias de los antiguos Quechuas, los antiguos pobladores de las faldas de la montaña, cuando aún no adoraban o rezaban a dioses artificiales, traídos de otros continentes, y respetaban y temían a las fuerzas de la Naturaleza y a las grandes montañas, como al mismo Chimborazo. Nos comentaban que cuando las mujeres se quedaban en cinta las noches de tormenta con rayos y truenos, y después daban luz a un niño albino, de tez blanca, decían que era hijo del Chimborazo. Aunque mejor no mencionar lo que la historia dice sobre los sacrificios y ofrendas hechas al extinto y alto volcán, que éstos hacían…
Pasamos el corredor y dejamos atrás El Castillo, en él se abre un valle glaciar en el que fueron encontrados los dos alemanes que se accidentaron el 1 de enero. Eloy propone que guardemos silencio y hagamos una oración. Es emocionante. Estos descendientes de los incas son muy ceremoniosos y respetuosos con éstas y otras cosas.
La parte más alta de El Castillo queda a unos 5.271 metros. Creía que era más alto, con lo que puede ser la razón que curiosamente llegáramos enseguida, poco más de 200 metros de desnivel desde el refugio, contando el paso lento de altura que llevamos. Realmente no era una cresta, era una ancha loma cimera, la cual unía el peligroso Castillo con la subida por el glaciar a la cima Veintimilla. Después de todo lo que había oído de la peligrosidad de este recorrido, y justo bajo las paredes más inclinadas de El Castillo, mi paso es prudente y temeroso, estando al tanto de cada piedrecita que cae por los alrededores de por donde caminamos. Realmente las piedras y las paredes terrosas de la blanda e inestable tierra, arena, volcánica, daban la impresión de que todo se desmoronaría en un visto y no visto.
Antes de llegar al cordal cimero, hay que cruzar un paso de hielo en diagonal, después de subir por la blanda e inclinada ladera. Entre la oscuridad y la luminosidad que da la linterna frontal, nos damos cuenta del paso y lo pasamos más lentos. Estamos cerca de la parta más alta del cordal cimero, a nuestra espalda, arriba, queda la torre de El Castillo. Eloy se para a esperarnos mientras cruzamos este paso sin crampones. Aún no nos los hemos puesto y cualquier paso de este extraño hielo medio escondido entre el terreno y las piedras, como concentrado, acumulado en pequeñas pero peligrosas chorreras en los pequeños corredores que llenan esta larga ladera deshecha, puede ser muy peligroso con esta oscuridad… no nos queremos caer aquí, nada más comenzar la ascensión.
El camino de subida escogido no era ni el que subía a la cima de El Castillo por su parte izquierda, ni la vieja ruta por la que subió Whymper más a la derecha, introduciéndose en el glaciar bajo la cumbre Veintimilla antes de subir a la parte más alta del cordal cimero que, como he mencionado antes, une El Castillo con la cima de la montaña; si no una senda que va en busca de las vertientes de El Castillo, para girar algo a la derecha y aparecer entre éste y el glaciar que baja de la Veintimilla por el mismo cordal cimero. El pequeño descanso y la oración la hicimos justo en este punto. Cuando al otro lado, el lado contrario al que hemos subido, tenemos el valle por el que baja el glaciar de “los alemanes”. Aquí giramos a la derecha y este en busca del Glaciar Thielmann. Estamos a unos 5.300 metros más o menos.
En esta oscuridad, en plena noche cerrada, subimos el fácil cordal hacia arriba aún sin tener muestras de cansancio ni mal de altura. A nuestra espalda queda el resto del cordal cimero que baja hasta los inestables escarpes de El Castillo.
Alcanzamos la arista y avanzamos por ella (parece eterna). Toda la “huella” discurre entre penitentes formaciones de hielo resultantes de la fusión diferencial del glaciar por las cenizas del Tungurahua. Esto hace penoso el avance. Para alcanzar la arista debemos “escalar” algunos tramos de hielo y otros mixtos ayudándonos del piolet y los crampones.
Llega un punto en que nos topamos con una pared. No la vemos perfectamente en la oscuridad de la noche cerrada con los frontales, pero es la pared del glaciar. Estamos al pie del glaciar. El cual, en lugar de ser una lengua cuyo hielo comienza a la misma altura del suelo, esta vez era una alta pared vertical y larga… aunque ahora de noche, en la oscuridad, no nos damos cuenta de sus proporciones. Por suerte llevamos los piolets técnicos; nunca está de más llevarlos para subir montañas escarpadas con hielos, para salvar aunque solo sea unos pocos metros de peligroso hielo inclinado, que podría hacer peligrar el éxito de una ascensión si nos echaba para atrás.
Otro descanso al pie de la magnífica pared de hielo para ponernos los arneses, coger los piolets… Rodrigo hace una exclamación como diciendo, ya que no era su primera ascensión, sorprendido y encogido como de tristeza, lo que había retrocedido el glaciar en estos últimos años. Que el retroceso de los glaciares del Chimborazo era un hecho irrefutable y real, pero que era más bien producido por las cálidas cenizas del Tungurahua que se depositaban en ellos, los calentaban y se iban fundiendo y deshaciendo, mermando su espesor y retrocediendo hacia las alturas. Incluso nos contó que un año, en los glaciares del Chimborazo que llegan e inundan las cimas más altas, se habían formado tales penitentes que llegaban a alcanzar una altura de dos metros o más… ¡¿penitentes?! No sabía que podían haber penitentes en estos glaciares; siempre los había visto u oído en documentales sobre glaciares de valle como los del Himalaya… Curioso.
Ya estamos a unos 5.500 metros cuando comenzamos a subir por la pared de hielo en plena oscuridad. No es una pared recta, vertical, es más bien inclinada, podría tener unos 45º a 55º. Primero sube nuestra cordada encabezada por Eloy, después Jesús y cerrando yo. Por un momento en la subida por esta pared de hielo, al ver a Jesús justo encima de mí subiendo, recordé ciertas situaciones como en la subida al Monte Rosa, en la que Jesús se acojonó y progresaba inseguro por la pala congelada hasta llegar a los 4.500 metros del resalte al final de la pala Sattel. Con lo que decidí dar lo más fuerte posible al piolet y a los crampones en el hielo de forma que podría parar una supuesta caída de Jesús y no caer los dos al vacío… supongo que pensé que la cuerda con la que iba atado a Eloy no aguantaría. Esto hizo que el sobreesfuerzo de dar esos puñetazos y patadas al hielo para clavar más que bien los piolets técnicos y los crampones, me desgastara excesivamente y a esta altura lo pagué caro. Una vez salvada esta gran muralla de hielo, arriba de ella, ya me comenzaba a sentir muy, muy cansando, y se iría agravando con el paso de la marcha y ascenso a la montaña.
Comienza a amanecer entre los penitentes y cada vez que crees que la arista se acaba, aparecen dos tramos más. Por fin tras 8 h. de marcha alcanzamos la cima Veintimilla (6.250 mts.). El arnés se me cae por que va flojo y casi llego al límite. Sin pedir una parada por que las veces que lo hemos hecho a petición de Joaquín jadeante he sentido mucho frio y he tiritado.
A partir de aquí el ascenso no es peligroso pero sí muy, muy largo, o al menos a mí se me hizo muy largo. Esta una gigantesca ladera de hielo del Glaciar Thielmann que sube hasta la misma cima de la Veintimilla. Hay penitentes en el glaciar que algunos llegan entre el metro, y metro y medio, y las huellas hacen una especie de recorrido serpenteante entre ellos. Es muy extenuante ya que continuamente tropiezas los crampones con las paredes de estos penitentes. Esta es la causa del deshielo de los glaciares del Chimborazo por la templadas cenizas caídas del Volcán Tungurahua, como ya he mencionado.
Llega un momento en que el enorme cansancio por la altura y el sobreesfuerzo anterior, se apoderan de mi cuerpo. Aún es noche cerrada en mitad de la fría madrugada del día. Ahora no recuerdo si iba en medio o al final de la cordada, creo que seguía al final, pero sí que el cansancio y el sueño de altura comenzaron a atacarme fuertemente mientras caminaba entre los molestos e infinitos penitentes del glaciar. Tropezaba, Eloy no paraba de estirar de la cuerda… realmente Eloy casi nos arrastra literalmente muchas veces a lo largo del recorrido. El cansancio era tremendo, exagerado, y cuanto más andábamos y cogíamos altura, peor me ponía, más cansado. Era un zombi caminando entre las congeladas lápidas de los penitentes. Esperaba con ansia el amanecer para animarme un poco con las vistas, con la luz… pero parece que no amanecía nunca.
Seguimos caminando arrastrados por Eloy. El cansancio ya es tal y el sueño tan insoportable que se me cierran los ojos sin querer, solos… me duermo mientras camino y casi pierdo la conciencia mientras camino. Me cuesta mucho, muchísimo mantenerme despierto a pesar de que estoy caminando. Jesús no va tan mal como yo; es increíble como ese sobreesfuerzo me está costando la salud y el éxito de llegar y disfrutar de la cima del Chimborazo… y no paramos de caminar y no amanece. Parece que la noche será eterna.
Al final comienza a amanecer justo cuando ya no puedo abrir los ojos, a penas y el cuerpo no me responde. Pero contrariamente a lo que pensaba, ver la luz del día no me anima, sigo igual de extenuado. Además hace frío, mucho frío; caminar por estas alturas entre los 5.500 y los 6.000 metros ya son lugares muy fríos, pero si añadimos que estamos inmersos en un glaciar que nos rodea y nos abriga hasta la cintura o más, gracias a sus penitentes, el frio es exageradamente envolvente, insoportable. No puedo disfrutar del amanecer y del despertar del día, como poco a poco va saliendo el sol y el paisaje cambia de la total oscuridad a la brillante luz de un día despejado. Seguimos por la serpenteante huella entre los penitentes, que ahora sí podemos verlos (las veces que abro los ojos), y no paramos de caminar y subir; quiero pararme, casi bajar, pero como en el Cotopaxi me haré el valiente y aguantaré.
Sí que es verdad que la poca conciencia que me quedaba mientras no pensaba en dormir dulcemente dos días seguidos, llegué a pensar en lo peligroso de mi situación: si me pasara algo, en el estado que estaba, no podría bajar por mí mismo, no podría hacer esfuerzos o caminar mucho más, tendría que ser recatado y movido, llevado por los rescatadores, ya que no podría mover un músculo; y seguramente la hipotermia sería mi perdición… pero aun así sigo adelante como puedo. Incluso cuando le digo a Eloy de parar y descansar 2 minutos, lo hago jadeando, casi sin voz, me falta el aire y las fuerzas…
Llega un momento casi milagroso que nos paramos en medio del llano y horizontal glaciar. Levanto la vista, estoy muerto, creo que me tiré entre los penitentes a acostarme desfallecido, muerto, sin aliento, aire ni fuerzas. La imagen del lugar es casi tétrica: es una extensión ondulada casi horizontal, pero llena de penitentes de forma que no queda espacio para caminar o deambular sin tropezar con estos mini gendarmes o agujitas de hielo. Parece la superficie exagerada, gigante, de una de las palas de esos utensilios que sirven para chafar ajos, o como esas esterillas, aislantes que estaban llenas de piquitos con forma de pirámides pequeñitas, pero aquí gigantes y más profundos los huecos entre ellas…
Estamos en la cima Veintimilla a 6.250 mts. (actualmente, según nuevas mediciones, 6.241 mts.). Por fin puedo descansar algo, pero veo que la otra cordada se aleja. No estamos en lo más alto. Al cabo de un tiempo parados y yo tirado entre los hielos, me levanto y avanzamos, ya por terreno más horizontal, llano, en busca de un rincón del glaciar, a más altura de donde estamos. No estamos muy lejos. Seguimos hacia la cima Whymper o Ecuador del Chimborazo, la más alta de la montaña. De todas formas aquí en la Veintimilla ya estamos a una altura que jamás habíamos llegado a estar. Hemos sobrepasado los seis mil metros, pero mi mente no se da cuenta, no funciona, soy casi un zombi, es como si tuviera alzhéimer. Sé que estamos en la cima del Chimborazo, pero ¿Qué hago yo aquí? ¿De qué tengo que alegrarme? ¿Dónde vamos ahora?…
Como es buena hora Rodrigo propone ir a la Whymper (la cima más alta a la que no siempre se puede llegar por la hora, las grietas o las condiciones del glaciar). Progresamos de forma muy penosa entre un pequeño surco entre los penitentes y hacemos cumbre exhausto pero alegre. La cordada de Rodrigo llega primero y la nuestra tiene que soportar los tirones del guía, que no accede a ir más despacio y que tiene mucha prisa todo el día. Esta ha sido su ascensión número 206 al Chimborazo. Pero eso no quita que para ser un buen guía acomode su paso un poquito más al de los clientes.
Y así llegamos a la cima más alta del volcán Chimborazo, a los 6.310 metros de entonces, que son los 6.268 de ahora, después de las últimas mediciones (aunque hay un baile de números en diferentes informaciones sobre su altura). Sé que hemos llegado a la cima por que la cordada de Rodrigo, junto con Don Eloy y Fabian, está parada en un punto desde el cual no se ve nada más alto. Sigo muy aturdido, presa del cansancio, del sueño, mi cabeza no responde bien pero al menos ahora sé que no tengo que subir más. Estamos en lo más alto de esta gigantesca montaña. Tiene que ser alucinante, pero mis emociones están apagadas, escondidas… solo quiero echarme para dormir en el suelo.
Rodrigo nos abraza. Jesús y yo también nos abrazamos, nos damos la enhorabuena. Jesús está mejor que yo, más recuperado, es más consciente del lugar en donde estamos y disfruta con el momento y con las vistas… yo no puedo ni levantar la cabeza. La cima es calcada a la Veintimilla pero a más altura: un campo ondulado casi horizontal helado, glaciar, extenso, enorme… Rodrigo sale a caminar por la cima para hacer “sus exploraciones”, parece que le gusta hacer un diagnóstico de la salud de la montaña y sus glaciares. Descubre que hay una parte del glaciar muy abierta, con grietas y seracs gigantescos, señales inequívocas de su retroceso, destrucción, lenta desaparición. Se asombra y alarma; le tiene una gran estima a las montañas y a lo que le dan su personalidad, sus componentes, lo que la forman. En un momento anterior Rodrigo nos dice que un científico subió a la cima de la montaña e hizo una prospección para ver que había debajo del hielo glaciar, ya que tenía ciertas sospechas; y descubrió que había agua, agua templada, con lo que concretó que “los calores” de lo que fue el Volcán Chimborazo, no estaban del todo apagados, aún podía estar activo… Increíble.
Me siento en unos penitentes a modo de banco, los Eloys y Fabian se sientan conmigo. Rodrigo coge la cámara con alegría y decide hacernos las fotos de cima. En nuestra mano sacamos dos dedos, es nuestra segunda cumbre en Ecuador. Sacamos las banderas, la del Centro Excursionista Almoradí y una camiseta blanca a modo de bandera, del Grupo de Aire Libre de los compañeros de Universidad, amigos o compañeros del colegio salesiano de Jesús. Después descanso, contemplación… pero no llego a entrar en la conciencia dejando atrás el cansancio y sueño de altura, sigo como un zombi. Jesús se acerca a mi casco e intenta apagarme la linterna frontal… aún la tengo encendida.
Al cabo de un tiempo volvemos a la cima Veintimilla y allí decido echarme de nuevo en una cama de hielo algo apartado del grupo para echarme un sueñecito. La necesidad de dormir, de descansar, era tan fuerte, tan enorme, tan grande, que la sensación de frio, era algo secundario. Solo quería dormir tumbado en el hielo a 6.250 metros de la cima del Chimborazo bajo un sol brillante que no calienta nada de nada. No me importa el frio, no me importa morir congelado mientras pueda dormir, descansar… y de ahí vienen las muertes por congelación, por hipotermia, los montañeros vencidos por el sueño de altura que se quedan dormidos, y mueren con esa muerte dulce, mientras duermen, sin enterarse de que la temperatura corporal baja rápida y peligrosamente, hasta colapsar su cuerpo.
La vista desde la cima es maravillosa. Cotopaxi y otros gigantes sobresalen del mar de nubes. Nos hacemos las fotos de rigor con la bandera del Centro y la camiseta del curso de Aire Libre y bajamos a la Veintimilla a descansar y comer algo (sin mucho tiempo, el guía nos da dos aspirinas, que él así lo arregla todo). Nos ponemos un poco de crema e iniciamos el descenso. La Veintimilla es la segunda cima del Chimborazo y lleva el nombre de un General que era el Presidente cuando Whymper hizo cumbre en 1.880, y le pidió que le pusiera su nombre a una de sus cimas.
En mitad de mi sueño, nuestro guía Eloy, me dio dos aspirinas para que se me pasase el mal de altura, el cansancio, el sueño de altura, pues no tenía ni dolor de cabeza, ni ganas de vomitar… solo un cansancio extremo. Y seguí durmiendo pocos minutos más… creí escuchar a Rodrigo algo refiriéndose a lo peligroso que era que me quedara durmiendo, al menos mucho tiempo, tumbado en el hielo glaciar, por si el frio se apoderaba de mí. Y ya era hora de bajar. Me preguntaba “Como estoy… ¡¿Cómo voy a bajar?!… pero tampoco me pueden bajar”. Curiosamente, después de las dos aspirinas (después Jesús y yo ironizábamos porque Eloy lo solucionaba todo con un par de aspirinas), y de comenzar a bajar altura, supongo, me repongo milagrosa y rápidamente, de forma que, como Eloy me ha dejado el primero de cordada ahora a la bajada y él va el último, comienzo a bajar cada vez con más ánimo y conciencia, incluso con alegría y regocijo… ¡¡Ahora puedo celebrar que he estado en la cima del Chimborazo!!… hasta incluso cojo velocidad o una marcha rapidilla, entre los penitentes, glaciar abajo, deshaciendo la subida, desandando lo ascendido.
Aun no repuestos del esfuerzo de la subida, comenzamos el descenso apremiados por el guía que constantemente nos mete prisa. Menos mal que va Joaquín en cabeza, porque si no Eloy nos hubiera arrastrado montaña abajo, que tío más pelmazo. Hay que bajar con cuidado entre los penitentes campeando bien en algunas pendientes más acusadas. Alguna vez me tropiezo el crampón con la cuerda y me caigo de culo, de puro cansancio. Pero el guía lo ignora totalmente y sigue metiendo prisa.
Al llegar al corredor, Rodrigo y Fabian montan un rappel y nos dejan en la loma de piedras que es bastante peligrosa porque ruedan cuesta abajo, a veces con tamaño y velocidad considerable. Justo al llegar al borde de la muralla, de la pared del glaciar por la que habíamos subido, yo con el temor de que Jesús se me cayera encima, y me había desgastado demasiado mis escasas fuerzas a esta altura, bajamos haciendo un largo rapel hasta el pie de la misma pared, lugar donde sigue, sin hielo, la loma cimera que une la cumbre Veintimilla y su Glaciar Thielmann, con el peligroso Castillo. Es divertido. Eloy y Fabian bajan después destrepando. El casco se me mueve y muerdo la cinta, el plástico del cierre, con la boca. Realmente no es un rapel en sí, ya que estamos al final de la cuerda y lo que hace Eloy es bajarnos, nos da cuerda mientras nosotros andamos de espaldas por la pared pero con nuestro peso sujetado por la cuerda… Después recoge la cuerda y hace lo mismo con Jesús. Estoy muy recuperado y eufórico… ¡¡Han hecho su efecto muy bien esas aspirinas!!
Por esto al llegar al Castillo no bajamos hacia el Refugio Whymper y descendemos al valle por el otro lado. Por una ladera de rocas totalmente descompuestas y caedizas. Pero sin hielo y debo de suponer que menos peligrosa en cuanto a caídas y accidentes. Aun así los destrepes por esta ladera de piedras sueltas tienen su peligro, y ha de pasar una cordada primero y la otra esperarse para no tirarle piedras que se desprenden sin querer.
Justamente al llegar al supuesto collado al que habíamos aparecido al subir desde el Refugio Whymper, y desde el que podíamos “ver”, intuir, al lado contrario, la bajada del valle del “glaciar de los alemanes”, dejando a un lado El Castillo y al otro la ruta de subida hacia la pared de hielo del Glaciar Thielmann que nos llevaría a la cima de la montaña, se decidió no bajar por la ruta subida bajo las verticalidades deshechas e inestables, muy inestables, de El Castillo, y hacerlo justo por el lado contrario, al otro lado, por el valle del “glaciar de los alemanes”, cuyo nombre es Glaciar Stübel. Estábamos de nuevo a esos 5.300 metros, y toca bajar por ese lado.
La tierra es muy blanda y parece que la montaña se va a desmoronar en cualquier momento. Es como arena gris clara u oscura, después de la rojiza anaranjada. Pero hay ciertas partes que son muy verticales e inestables, y debemos bajar sin intentar desmoronar la montaña. Es llegar al collado y en lugar de girar a la izquierda, bajar por la derecha. Pero después de esta primera parte tan vertical y deshecha, más abajo, el seguir por la morrena de un lateral del Glaciar Stübel, se hace más fácil, rápido y divertido. Curiosamente hemos tenido un día muy bueno para hacer la actividad, muy soleado, por el momento no han aparecido las típicas nubes de viento que aparecen en la cima y la cubren, o las de niebla alta que crea esos mares de nubes tan simpáticos y preciosos, mientras subíamos y bajábamos hasta las cercanías de El Castillo. El sol ha sido el rey del día. Pero una vez bajamos pegados al Glaciar Stübel las nubes han comenzado a invadir las alturas de la montaña.
Ya en el valle bajamos por el canchal y la morrena que flanquea el glaciar donde encontraron a los dos alemanes. Tropezando con las piedras y dejando profundas huellas en la arena-ceniza que hay debajo. Rodeamos el Chimborazo, saltando una a una las aristas y contrafuertes que de él bajan. Se hace pesadísima y muy larga. Rodrigo y Don Eloy se han adelantado y nosotros vamos con Fabian (tío de Julio) y con Eloy que aún ahora sigue metiendo prisa y casi no nos permite parar a tomar un bocado.
Realmente no recuerdo pararme y sentarme a comer algo, después de bajar por el valle del Glaciar Stübel… Al salir de los dominios más verticales de la montaña y ya por terrenos menos inclinados, más suaves y menos empinados, nos cruzamos con una senda o recorrido marcado y que es el que hace una gran circular alrededor de toda la montaña por su base, la que llaman Ruta Alrededor del Chimborazo. Al llegar aquí giramos a la derecha, circundando, rodeado, la base de El Castillo para ir de un lado al otro, hacia el lado bajo el cual se encuentran los refugios.
Nos hemos alejado bastante de la montaña para coger este recorrido y las vistas hacia ella, hacia el Chimborazo, son encantadoras, medio cubierta. Se distingue las vertientes, los dos lados de El Castillo, por el que hemos subido y por el que hemos bajado; El Castillo aparece desde este punto como una cresta terrosa de color anaranjada, se distingue perfectamente. Detrás se aprecia la gran mole de la montaña, con la caída de dos glaciares cada uno a cada lado, el Thielmann a la derecha y el Stübel a la izquierda, y justo más arriba de donde se unen sus hielos debe de quedar la cima Veintimilla oculta bajo la blanca nube.
También vemos alguna vicuña solitaria y como perdida por estos inmensos páramos de cordales y dunas gigantes de tierras, arenas, piedrecillas de cenizas, y sedimentos, restos, volcánicos. Ciertamente el camino fue muy, muy largo, mientras rodeábamos la mole y base de la gran montaña, o así nos pareció. Pero al final los guías se fueron distanciándose, y Jesús y yo nos quedamos más rezagados disfrutando del paisaje, aprovechando el recorrido, el lugar y la actividad… y también porque estábamos más hechos polvo.
Por fin llegamos cansados, hambrientos y quemados a las inmediaciones del Refugio Carrel donde Rodrigo nos espera con la camioneta. Nos cambiamos y tomamos te antes de bajar a Riobamba escuchando Los Panchos. En total hemos andado 15:30 h. (casi tanto de subida como de bajada. En Riobamba nos despedimos del condenado Eloy en la oficina y subimos a Urbina a ducharnos y cenar.
Se va la luz y cenamos alumbrados por velas, con dos alemanes que vienen haciendo una travesía siguiendo las vías casi desde Quito a Guayaquil. Sobre 400 km., con algún tramo neutralizado en tren (Quito-Cotopaxi); un francés y su novia peruana, él está de año sabático y ha cruzado el Atlántico en barco velero en 2 meses, y luego para la Selva.
Por fin hemos hecho la montaña más alta de Ecuador y el principal objetivo montañero de esta expedición, la cima del Chimborazo. Después del fracaso del Cotopaxi, de las inclemencias atmosféricas e ígneas del Tungurahua, del “turismo burocrático” y de los desánimos de los primeros días de viaje, hemos conseguido subir la que fue la montaña más alta que jamás habíamos subido, el excepcional Chimborazo; sobrepasando la línea mágica de los 6.000 metros. Ha sido todo un éxito, estamos muy contentos, orgullosos aunque cansados, muy cansados. Esto demuestra que, si no perdemos la esperanza, las ganas, fuerzas y valor, a pesar de los impedimentos, obstáculos, dificultades, podemos llegar a hacer realidad nuestros sueños.
Lo malo es que no pude disfrutar del éxito, de la cima, por culpa de mi extremo cansancio producido por la altura y ese sobreesfuerzo (innecesario al final) al subir por la pared inclinada de hielo para subirnos al glaciar. Realmente los recuerdos y experiencia de aquella subida, de aquella parte de la subida a la cima del Chimborazo, es que lo pasé bastante mal, sufrí de tal manera que incluso dudé en si podía llegar a la cima o hasta bajar de ella sin verdadera ayuda de los compañeros, no había sufrido tanto en la montaña como en aquella ocasión, tampoco habíamos subido o llegado a tanta altura… pero las aspirinas de Eloy hacen milagros.
Estamos contentos cuando recuperamos el aliento y las necesidades básicas están saciadas, como la de descansar, comer… ¡¡Hemos hecho el Chimborazo!! Pero aún nos queda el segundo ataque al Cotopaxi, 400 metros más bajo que este extinto volcán. La aventura montañera no ha acabado aún, y se está poniendo interesante…