Que bien he dormido hoy. Tenemos el desayuno a las 8, en la mesa pequeña con la pareja de ecuatorianos de Cuenca con los que cenamos ayer. Están haciendo un viaje en moto. En la mesa grande desayunan las inglesas, 10 chicas, 3 chicos, 2 guías, 1 profesor estirado y una miss alta con gafas y bastante pija.
Desde que estamos en Ecuador, aunque hasta ahora no lo había mencionado, nos ha sorprendido el que haya bolsitas de coca como si fuera manzanilla o poleo. La fama de la famosa droga con las conexiones con los cárteles y su tráfico ilegal de Colombia y otros países, delincuencia, criminalidad… hace que siempre pienses que es un producto negativo, perjudicial… pero cuando llegas a los países andinos y descubres las costumbres y tradiciones ancestrales con la hoja de coca, ves que la planta no es la mala de la película, si no que el malo es el hombre que la convierte en ese producto químico, ese polvo blanco. La planta, la hoja de coca, es habitual y tradicional tomarla para hacer frente al, “soroche”, mal de altura, y otras dolencias, y es muy tomada, consumida en diversas formas como ésta en forma de té, sin ser nada perjudicial para el cuerpo, la mente o la adicción. Con lo que el té de coca es algo normal, habitual, inofensivo, tradicional y muy común en todos los países andinos.
Nos hacemos la mochila y a las 10 ya está preparado el taxi de Napo (Olgar Napoleón, no sé qué, Gavilanez) de la cooperativa Macaji de Riobamba (un crack). Antes, en la espera, hacemos un reportaje de fotos de nuestra habitación y los alrededores de la Estación de Urbina. Acariciamos las llamas y alpacas que de nuevo han dejado atadas a las puertas del edificio. Descubrimos como dos personas están trajinando con una de esas vagonetas de tren, sin paredes, con ruedas de vagón de tren bajo una plataforma de madera. Como esas que salían en aquellas películas cómicas de cine mudo, cuando entre una o dos personas le daban a un especie de columpio arriba y abajo para hacer mover la vagoneta, y un tren de verdad les perseguía por detrás… En este caso han colocado una silla en la plataforma y ya está. Curioso. También no podía faltar el inmortalizar nuestro taxi camioneta todo terreno de Napo que a tantos sitios nos ha llevado y a tantos otros nos llevará.
Todo esto es síntoma de que estamos ilusionados y animados, vamos al Cotopaxi, ese gran volcán, y nos sentimos fuertes y valerosos. La actividad será increíble y espectacular, lo presentimos, con lo que estamos como un niño la noche de Reyes cuando le traen los regalos que ha pedido en su carta y esperando medio año para que llegue el día.
Julio y nosotros cargamos el maletero y partimos por la panamericana dirección Quito. Pasamos por Mocha, Salcedo, Ambato, Latacunga y Lasso, y allí subimos por un laberinto de pistas de tierra entre plantaciones de eucaliptos y pinos. Pequeñas granjas y haciendas.
Preguntamos muchas veces ya que no hay carteles, y estamos 1 h. dando vueltas para encontrar la comunidad de San Ramón y la pista que sube a los 4.200 metros del Refugio del Cotopaxi cara sur, que es un complejo de cabañas en construcción (algunas ya acabadas), recién pintadas, nuevas, bastante “chéveres”, un comedor y un baño con amplios ventanales continuos en casi toda la pared.
La idea de Rodrigo era subir el fantástico, alto y magnífico Volcán Cotopaxi por la cara sur. Por algún motivo que ahora no recuerdo no hacia la subida de la montaña por la habitual y común cara norte por el conocido Refugio del Cotopaxi José Rivas por el que nuestros compañeros del Centro Excursionista Almoradí y la mayoría de montañeros, habían subido y suben; esquivando aquella típica roca sin glaciar, en medio del mismo y de la subida, a la que llaman Yanasacha, y llegando a su cima de 5.897 mts.
Puede ser que nos dijera Rodrigo que por la cara sur era menos habitual o transitada con lo que encontraríamos menos impedimentos de aglomeraciones, o que sencillamente la cara norte no se encontraba en condiciones, no sabría decir… el caso es que Rodrigo hace las ascensiones del Cotopaxi por su cara sur; teniendo guías de montaña que suben grupos por esta cara.
Rodrigo nos dice que es la misma altura, pero al otro lado del cráter donde suelen llegar los montañeros que suben por la cara norte normal. Y realmente es casi la misma altura solamente 17 metros más baja, de diferencia, la sur con respecto a la norte. La cima sur está a 5.880 mts. Cosa inapreciable y sin importancia en una montaña con las características como ésta. Él nos decía que cuando estabas en la cima norte, veías la cima sur y ésta parecía más alta que la norte, y viceversa. Y las vistas, condiciones son casi las mismas. Pero la ascensión tiene más desnivel desde donde se deja el coche por la cara sur que la norte y entonces el esfuerzo y aclimatación se acentúa.
Por la cara norte dejas el coche ya a 4.600 metros y solo andas 200 metros de desnivel para llegar al Refugio de José Rivas que se encuentra a la misma altura que el campamento de altura de la cara sur, unos 4.800 metros. Recuerdo que Rodrigo nos decía que la aclimatación para subir el Cotopaxi por la cara norte no era la idónea (puede ser) ya que llegas en coche a mucha altura y al día siguiente ya estás ascendiendo a la cima, sin una correcta aclimatación en la propia montaña para asegurarnos el éxito de la ascensión con unas buenas condiciones físicas bien adaptadas. Esto me hace recordar la experiencia de los compañeros Zaida y Javi Berenguer, junto con Sara, David, Gemma, Ballester… que estando en el Refugio de José Rivas, Zaida se encontraba bien y comenzaba a moverse de acá para allá, cosa que con el paso de los minutos, a pesar hacer cosas habituales y sin esfuerzo a nivel de mar, acabó por afectarle y le dio un golpe de “soroche” … pero nada que lamentar. Reposo, descanso e hidratación. Al otro día todos hicieron la cima del Cotopaxi.
La idea era ir al “Campo Base” que era un conjunto de cabañas turísticas que estaban construyendo a unos 3.990 metros de altura y algo alejada de las faldas de la montaña, pero como al comienzo de ellas, de su subida. De aquí tenemos que subir a el campo 1 o campo de altura que se encuentra a unos 4.750 metros de altura a una media hora de coger el tremendo y espectacular glaciar del Cotopaxi. Y de aquí ya de una tirada a la cima sur de la montaña. Esta era la actividad habitual para ascender al Cotopaxi, pero estando más tiempo en las faldas entre los dos campamentos para una mejor aclimatación.
Para usar la cocina-comedor debemos coger una cabaña (10 Dl. cada uno). Muy bien distribuida con 10 literas de madera cada una con su nórdico y un altillo “sacódromo” de suelo de madera, nos instalamos y subimos a comer una sopa y un té. Nos asignan una cabaña para nosotros solos, al ser unas instalaciones relativamente nuevas, todo está impecable, se nota lo nuevo. Hay una chimenea sin leña… llena de piedras pómez o volcánicas, oscuras, negras y de apariencia liviana. Ciertamente el conjunto turístico era muy cuco y encantador. Eran cabañas separadas parecidas a las típicas Quechua como las que vimos en la Estación de Urbina, pero con muros de ladrillos, de bloques grises de tierra y cemento volcánico; unidas por estrechos pasillos exteriores que suben o bajan, ya que las cabañas están asidas en la pendiente de una ladera, con el edificio del comedor como el principal del conjunto inacabado. Las vistas eran extraordinarias hacia el oeste, a la altura que nos encontrábamos, se apreciaba todo el altiplano, ese páramo entre verde, marrón oscuro y tonalidades de grises que le da la mezcla de la vegetación rastrera, de matorral, y los terrenos volcánicos. Un excelente mirador.
La altitud se nota pues hemos llegado hasta aquí en coche (“muy rápido”). Como el coche no podía llegar hasta arriba porque patinaban en la tierra llena de ceniza, nos toca llevar las mochilas y las cajas de la comida unos 100 metros de distancia que resultan agotadores cuesta arriba.
Después de comer y de reposar un poco hacemos una excursión preciosa hacia el Campo Alto por cordales y lomas de ceniza, lapilli, piedra pómez. Mientras subimos dejamos a la derecha una profunda quebrada erosionada en los materiales volcánicos blandos. Varias lomas, un poco más de una hora de subida, y algo menos para bajar. Justo detrás de los edificios, hacemos una subida algo inclinada por una senda para subirnos a una ancha y larga loma de arenilla, tierrecilla fina, que no es más que tierra, arena volcánica. Esta loma gira y se acerca hasta la base del volcán. Nosotros nos subimos a ella con un paso tranquilo para hacer una pequeña marcha por la zona. También reconocer un poco el recorrido que tendremos que hacer mañana para llegar al campo de altura.
Julio nos acompaña. No lo había señalado antes pero el calzado de los guías, porteadores, empleados o contratados por Rodrigo, menos cuando hay que hacer una actividad de alta montaña, es la misma y común para todos: botas de agua. Esas altas botas de agua impermeables pero nada transpirables o que mantengan caliente el pie… unas botas de agua normales de plástico puro. Como las que se ponen los agricultores o ganaderos para salir al campo, al barro, húmedo o mojado. Quizás para ellos es cómodo y barato, asequible, pero nosotros desde nuestro punto de vista lo vemos como algo poco práctico, incómodo… pero todos las llevan de aquí para acá en las diferentes actividades: Igualata, Hieleros, laderas del Carihuayrazo… Julio siempre las lleva.
Descubrimos una roca picuda y agreste al frente y derecha que surge de entre las suaves laderas y lomas onduladas de tierra volcánica, destacando de forma considerable, llamando mucho la atención, ya que no tiene sentido esta formación aquí en medio. Lo llaman Morurco. Más adelante Rodrigo nos diría que esta roca se piensa que era el “tapón” del cráter del volcán o una de sus grandes bombas volcánicas, y que, en una de sus gigantescas y antiguas erupciones, lo escupió para no caer demasiado lejos del volcán. El tiempo y la erosión la ha ido desgastando y dándole la forma actual. Realmente es una formación espectacular, casual y curiosa. Su parte más alta llega a los 4.849 metros.
La subida por estas lomas de tierra blanda, arenilla volcánica es suave y paulatina, no tiene nada de cansada y la subida es muy llevadera, pero aunque parezca que no, coge altura. Llega un momento en que el Cotopaxi, rodeado e invisible por las nubes, se descubre, y es cuando nos quedamos boquiabiertos con la magnífica, enorme, espectacular, gigantesca forma de volcán. La forma de cono, de cucurucho a revés, es perfecta, a pesar de su cercanía y dimensiones, no ha perdido esa perfecta forma volcánica, de cono al revés.
Otra cosa que nos sorprende es su extenso, blanco y formidable glaciar que rodea toda la montaña, sin dejar sitio o rincón sin hielo o nieve, solo en la cima, en el inicio del cráter, aparece una pequeña barrera rocosa que le da la forma vertical, el muro externo del cráter, como si fuera la carpa de un gigantesco circo que envuelve y protege el interior, en este caso la tierra, el terreno del Cotopaxi. Este glaciar baja hasta casi los 2.900 metros, desde mil metros más arriba, dándole un aspecto sano, saludable, extenso, con sus seracs y concentraciones de hielo en ciertos lugares… a pesar de que todo el cono de la montaña tiene la misma forma, sin recovecos o perfiles diferenciables. Espectacular y asombroso. Magnífico y precioso.
Antes de bajar en la loma a la que llegamos hacemos fotos al Cotopaxi cuando las nubes nos lo muestran. Frugalmente. Majestuoso, gigante, blanquísimo, brillante, y al pie de sus glaciares enormes y surcados de grietas y seracs, se encuentran dos bultitos brillantes que son las dos carpas del Campo Alto (4.800 mts.), donde mañana dormiremos antes del ataque a la cima. Julio nos hace las fotos, y nosotros nos hacemos fotos con Julio. Hay que inmortalizar el momento, el lugar, el espectáculo de la Naturaleza, de la Tierra… hay pocos volcanes en el Mundo de estas características, tan perfecto, tan alto, tan enorme. Es único, precioso e impresionante.
En el descenso, el sol del atardecer dora las lomas herbosas con su espléndida vegetación resistente al viento casi continuo. Flores rosas, amarillas, anaranjadas, violetas, blancas, una alta variedad. Por último la grata sorpresa de que un cóndor nos sobrevuela con su majestuosidad y elegancia. Los prismáticos nos permiten verlo. La vista del cóndor será un augurio de buena suerte, ver un ave de esta envergadura, en peligro de extinción y tan excepcional, única en la fauna andina, y venerada como una divinidad por las antiguos aborígenes. Excepcional. A pesar de la altura y distancia, nos asombramos con su figura, con su vuelo, nos sentimos privilegiados por poder disfrutar en estos minutos de las vistas hacia el enorme y desafiante Cotopaxi, y del vuelo de un cóndor que vigila sus laderas y quebradas. Estamos alegres, contentos y animados. El agua labra la blanda tierra volcánica y forma angostos y profundos desfiladeros, las Quebradas. También es una palabra que sustituye a valle en la Cordillera Andina.
De vuelta al campamento nos cambiamos con ropa seca y nos sentamos en el comedor a comer dátiles y a escribir el diario. El comedor o edificio que hacía de restaurante, comedor, bar… era igual o más cuco que el resto de los edificios, cabañas o habitaciones del conjunto turístico. Además tiene unos grandes ventanales que miran hacia el espacio libre al lado contrario de la montaña y las laderas que nos suben a ellas, siendo un privilegiado y estupendo mirador. Podrías comer o cenar en una de sus mesas y estar admirando las vistas al altiplano, a la alta estepa del pasillo o corredor de La Avenida de Los Volcanes.
Tiene una decoración curiosa y muy típica de Ecuador, entre cosas coloridas, adornos como de fiesta, otros adornos de utensilios y objetos andinos, que le daban un aspecto casi encantador y recargado. Estaba construido sobre columnas que eran troncos de árboles, traviesas (sin ser de vía de tren) de madera en el tejado que hace de vigas. Rústico y acogedor. Los muebles, mesas, sillas son todos de madera; con una pequeña barra desde donde nos sirven… realmente es un sitio bonito, interesante y que merece la pena visitar; igual aún les faltaba algún servicio o comodidad, pero cuando estuviera acabado, sería un hotel ideal para pasar algún tiempo dentro de su soledad en las faldas del Cotopaxi.
Mientras Joaquín hace un tour de fotos del atardecer en los alrededores. Julio comienza a hacer la cena. Hay dos trabajadores y nosotros solos, mientras en el refugio de la cara norte habrán más de 100 personas. No hay nadie en el refugio y eso le da una apariencia o percepción de nuevo, poco utilizado o conocido. Pero viniendo de Rodrigo confiamos y nos tranquilizamos. Además el hecho de que no esté lleno de gente o abarrotado como en la ruta norte habitual, nos hace pensar en que estaremos más sosegados y menos agobiados a la hora de realizar la actividad, la ascensión, y a pesar de que no podamos interactuar con otros desconocidos montañeros dentro del refugio, como siempre hacemos en estos casos, estamos animados y contentos. Hasta incluso privilegiados de tener todo un hotel, un refugio para nosotros solos. Al anochecer nos encienden las lámparas de gas (que es la iluminación del lugar).
Desde aquí se ven las luces de los pueblos y ciudades de la Avenida de Los Volcanes entre el Cotopaxi y el Iliniza que es donde se puso el sol. Impresionante vista. Entre el intento de hacer fotos al lugar o merodear, deambular por él curioseándolo, encuentro un rincón donde se ve perfectamente el cono de Cotopaxi de entre las cabañas y habitaciones, aprovechando la figura de Jesús que aparece (o le digo que aparezca) en una escalerilla para darle proporcionalidad a la imagen y una postal de recuerdo para él; hago una foto con el atardecer y un grupo de nubes que cubren totalmente los Ilinizas, dando una imagen bucólica y casi romántica. Hace frio y nos abrigamos incluso para estar dentro del comedor. Los chicos nos encienden la calefacción a base de piedras volcánicas calientes (pómez) y la luz del camping gaz (No hay corriente eléctrica) La cena sopa de papas con queso, espaguetis con carne, palomitas, y una manzanilla con miel.
A la hora de irnos a dormir o poco antes de cenar, para calentar nuestra habitación, cabaña, nos encienden “la calefacción”: encienden un soplete con una gran bombona de gas, y apuntan el fuego de soplete, que casi es un mini lanzallamas, hacia las piedras pómez, oscuras, negras, con esos orificios característicos como si fuera queso gruyer, que están dentro de la chimenea. Las piedras comienzan a coger un tono más brillante y rojizo, comienzan a coger color, a ponerse incandescentes, y a dar calor, supuestamente. Porque, aunque el fuego del soplete ya de por sí da calor, no estaría muy seguro de que calentar esas piedras volcánicas, daría el resultado de calentar toda la estancia como si fuera un fuego normal de chimenea de leña. Pero la imagen e invento es muy curioso, ingenioso y casi cómico. Como decía Jesús aquí todo lo aprovechan del volcán. Se me quedó grabada esa imagen, recuerdo que creo nunca se me irá de mi mente: el soplete calentando las rocas volcánicas de la chimenea. No sé si tenía que estar toda la noche o gran parte de la noche calentando las piedras, pero estuvo o tenía que estar bastante rato. Pero el hecho de dormir junto a una bombona de gas y un soplete encendido a “toda castaña”, no decía mucho sobre los métodos de seguridad y prevención en el recinto. Nos lo tomamos casi a broma, aunque igual ellos, allí, no lo verían raro, lo verían como algo normal.