La noche transcurre con ansiedad ante la emoción ¿cómo responderá el organismo? ¿Qué tiempo habrá? Hace viento toda la noche y se desprenden gotas de las bolsas de agua de la carpa, por lo que se moja el saco, la ropa y la cara cuando justo coincide que se cuela.
A las 12 h. no nos cuesta nada levantarnos y vestirnos pues es mucha la ilusión. Desayunamos en la mesita café soluble con leche en polvo, cereales, queso… te. Cargamos la mochila y salimos “despacito” por la senda que pasa junto a las dos tiendas de arriba. Rodrigo comienza un ritual de calentamiento antes de salir de la tienda que nos llamó o me llamó la atención, y que repetiría en la siguiente salida a la cima del Chimborazo. Y es mover la cintura, haciendo giros, acompañando de los brazos y manos de un lado para otro lado, como un espantapájaros con los brazos de paja sueltos a merced del viento que cada segundo cambia de una dirección a la contraría. Así durante muchos minutos.
Avanzamos siguiendo los hitos con los frontales por entre las bombas volcánicas que jalonan el espolón de ceniza. En 1 h. estamos poniéndonos los crampones, encordándonos y sacando el piolet. Rodrigo forma cordada con Julio y Delfín va de primero con Joaquín y conmigo cerrando.
Como siempre salimos en silencio, con la mochila de ataque, con la oscuridad total y el frío de la alta montaña. Justo donde termina el filo del glaciar, de una de las lenguas que bajan de la gran carpa de circo que es el glaciar del Cotopaxi, en un rincón junto a la morrena, nos paramos para ponernos los crampones y coger el piolet. A partir de aquí comienza la larga subida por el frio, formidable y sano glaciar del Cotopaxi en busca de su cima. La oscuridad es total, salvo por nuestros frontales. A partir de aquí Delfín será el que imponga la marcha de subida, la cual no recuerdo que fuera dura, o demasiado dura, a pesar de la altitud.
Las dos cordadas avanzan por el hielo cuesta arriba en medio de la noche cerrada y con un frio atroz. Debido al pasamontañas se me empañan las gafas y no dejo de moquear. El ritmo que Delfín y Joaquín me marcan va despacito y con muchas paradas. Voy bien a pesar de que noto la altura y tengo cierta angustia. Mientras sigamos despacito a este ritmo me veo capaz de subir a donde haga falta.
Delfín no traza un zigzag demasiado marcado. Vamos bastante directos evitando las grietas y enormes seracs que ni si quiera vemos. Saltamos una grieta y seguimos avanzando, pero aproximadamente a las 04:30 h. a 5.700 y cuando ya se huele la cima, Delfín encuentra una grieta que no sabe cómo salvar, y que no recuerda. Quizás se haya abierto o agrandado desde la última vez, y solo hace 11 meses.
La verdad es que los recuerdos de la subida entre la total oscuridad, el frio y una superficie monótona, son siempre los mismos en esta y en otras grandes montañas: nulas. Estas concentrado subiendo, marcando bien los pasos para no resbalar, para mantener el equilibrio si el hielo o la nieve o el terreno es inestable o desigual. De vez en cuando levantas la mirada para ver como el resto de tus compañeros de cordada están en tu misma situación, o si la cuerda se estira o se afloja en el caso de ir encordados, estar un poco más atentos. O para ver si en el horizonte aún negro, oscuro, nocturno, aparece algún rastro de la luz del próximo amanecer, que siempre nos anima, nos da fuerza. Por el momento en esta subida por los hielos del Cotopaxi iba muy bien, normal.
Pero llega un momento en que Delfín se para, va a un lado y otro como pensativo, en mitad de la negra oscuridad. Se para pensativo. Estamos parados. Delfín habla con Rodrigo. Jesús se entera de lo que pasa, yo tardo algo más en enterarme. Resulta que ha aparecido una nueva grieta insalvable en el habitual camino de subida por el glaciar que solía hacer Delfín, y ahora, con un serac sobre nosotros también insalvable. No podemos cruzar. No podemos seguir. Pero aún estamos en plena noche, en plena oscuridad, no vemos nada, Delfín no ve nada. Rodrigo acaba por decidir y decirle a Delfín que esperemos a que amanezca, y con la luz del nuevo día, podremos ver el camino o por donde salvar la grieta para seguir el camino de ascenso.
Con lo que nos quedamos quietos, parados, durante minutos, muchos minutos. Tenemos buen material, chaqueta, peto, pasamontañas, guantes… lo idóneo para subir una gran montaña y no pasar frío; pero parados tanto tiempo en medio de un glaciar y a la altura a la que nos encontrábamos, comenzamos a pasarlo mal, el frío del que queremos protegernos comienza a colarse cuando nuestro cuerpo deja de emitir calor del esfuerzo, del ejercicio… ¿Cuánto tiempo estaremos así? ¿aguantaremos tanto tiempo parados? Estamos a 5.700 metros, a más altura que la cima del Elbrus.
Delfín es un guía de alta montaña que sube habitualmente al Cotopaxi por esta cara sur, pero como nos diría Rodrigo más tarde, hacia 11 meses que no subía, y seguramente el glaciar se ha movido, ha modificado su faz con lo que han parecido grietas nuevas, seracs nuevos… y Delfín, en su camino habitual, se ha encontrado con una grieta nueva que no podíamos saltar. La subida desde la base del glaciar donde nos habíamos puesto los crampones y nos habíamos encordado, era hacia arriba directo pero girando o desviando algo hacia la derecha.
Seguimos helados, sin hablar, sin movernos, en medio del glaciar en esta subida al Cotopaxi. Pero el viento poco a poco comienza a sentirse cada vez con más fuerza, justo minutos o un tiempo antes de que comenzase a amanecer. Y cuando la luz ya está iluminando el glaciar, el paisaje, la montaña y a los que intentamos subirla, el viento es más fuerte si cabe, insoportable y terriblemente helado, congelado. El frio era horroroso mientras seguíamos quietos, parados, en esa ladera del glaciar inclinada, congelada, pero ninguno de los dos nos atrevíamos a decir nada, ni Jesús ni yo seríamos los que dijéramos de bajar, de escapar del espantoso e insoportable frio mientras seguimos de pie plantón esperando a que Delfín viera o recordara el paso para saltar la grieta. Seguimos esperando parados impasibles y con el habla, si es que hubiéramos querido hablar, paralizada por el horrible frio que entumece y endurece los músculos de la boca.
Las esperanzas, ilusiones, fuerzas y valor por llegar a la cima se iban disipando con la misma rapidez que el viento se intensificaba, a la vez que el frio se nos iba metiendo ya en los huesos atravesando todas las capas de nuestro material, de nuestra ropa. Si no estábamos temblando de frio, poco faltaría. Delfín no se movía a pesar de ya tener visibilidad, de que ya teníamos la luz del día, del amanecer envolviéndonos. A la vez nos dimos cuenta al tener luz para poder ver y fijarnos, que el viento nos dejaba en la superficie de nuestras figuras hielo húmedo que se iba acumulando en los pliegues, arrugas y rincones de nuestras ropas, guantes, gafas, gorros… era un viento que nos traía y cubría de hielo, con lo que ya se hacía hasta peligroso permanecer allí inmóviles. Eso sí, las vistas que iban apareciendo iban siendo impresionantes, aunque no las podíamos disfrutar.
Llega un momento en que Rodrigo, que encabezaba la cordada con Julio justo a nuestra espalda, le grita a Delfín, al ver que no prosigue y no encuentra el paso para proseguir la ascensión, y al comprobar que las condiciones meteorológicas cada vez eran más adversas, le grita a Delfín: “¡¡Viento Blanco, debemos bajarnos!!”
Sentí alivio y a la vez resignación y pena, desilusión por no poder llegar a la cima del Cotopaxi, por tener que bajarnos, pero el frio y el viento eran insoportables. Viento Blanco le llaman al frio viento de los Andes que viene cargado con congelada humedad, que forma cristales de hielo y que se van acumulando en las superficies que toca, sea roca, glaciares, montañeros… Y así poco a poco emprendimos la marcha de bajada desandando el camino por el blanco y vigoroso glaciar.
Aquí comienzan las dudas, bajar, subir, volver a la grieta anterior, esperar, y entonces Rodrigo da la orden de bajar ante el riesgo de seguir dando tumbos de noche y caer en alguna grieta y precipicio. Hace frío y Viento Blanco que arrastra nieve golpeándonos el rostro y helándonos la ropa. No podemos esperar quietos a la luz del día, comenzamos el descenso y voy comprendiendo conforme voy perdiendo altura encabezando nuestra cordada detrás de la cordada de Rodrigo.
Voy asimilando amargamente a cada paso que se trata de una retirada definitiva, mientras impotente trato de apagar la linterna frontal sin lograrlo por la torpeza de los guantes gordos y la furia del vendaval. Llegamos completamente blancos y desolados a las rocas a quitarnos los crampones. Rodrigo balbucea una disculpa, dice que es la primera vez que le pasa. Delfín está abatido y no comprende que ha pasado. Para Terrés, Julio y para mí se escapa la ocasión de hacer por primera vez el Cotopaxi.
Rodrigo no se lo creía, era la primera vez que le pasaba. Cuando llegamos abajo del glaciar, el Viento Blanco seguía castigándonos, y Rodrigo no paraba de lamentarse. Era la primera vez que no llegaba a la cima del Cotopaxi, al menos con clientes, era la primera vez que Rodrigo no llevaba a unos clientes a la cima del Cotopaxi.
En toda la ruta no hemos encontrado a nadie, ni en los campamentos; nadie sube por aquí. Quedarse una noche más en el campo alto sin víveres y tratar de repetirlo mañana sin garantías no es una opción. Rodrigo sugiere que volvamos la semana que viene después del Chimborazo, con un guía que tenga más reciente la ruta. Está tan afectado que dice no nos cobrará el intento pero son dos días menos de selva y Joaquín parece resignado con el fracaso y no parece dispuesto a repetir.
Es cierto que en un principio no quería repetir un segundo intento, para mí había hecho el Cotopaxi sin haber llegado a la cima, ya que el haber tenido que detenernos tanto tiempo y no proseguir, no había sido a causa de nosotros; pensaba que, si hubiéramos seguido subiendo, hubiéramos logrado la cima, con lo que para mí la cima estaba hecha. Nos quedaban entre 150 y 200 metros de desnivel, con lo que no sentía el impulso o el deseo de volver al Cotopaxi en un principio, aunque no haya disfrutado de su impresionante cima con ese gigantesco cráter.
Para colmo debemos bajar al campamento 1 cargando la mochila grande y la pequeña enteras, no hay caballo para bajar y no nos avisó nadie por lo que la mochila grande pesa una enormidad. Rodrigo escurre el bulto y se baja lentamente a descansar antes de conducir mientras recogemos en la carpa azotada por el viento y totalmente húmeda y llena de goteras.
Tengo un enfado monumental y bajo cargado a tope con los hombros molestos y bastante rápido. Yo no estaba tan enfadado como Jesús, realmente me pareció algo con lo que teníamos que contar, tanto el no poder llegar a la cima del Cotopaxi como el descenso cargados hasta el refugio o conjunto turístico. Pero sobre todo por el error de no poder llegar a la cima del volcán cuando teníamos posibilidades físicas. Creo que lo acepté y al no achacarlo a algo que yo podía controlar o de lo que fuera responsable, me relajé más… como cuando decimos que “son cosas que pasan en la vida”. Julio y Delfín llevan mochilas más pequeñas pero entre los dos portean la caja. Ya en el campamento 1, en el comedor conocemos a Eduardo, el dueño, y Joaquín se convence de intentarlo la semana que viene, aunque la selva solo serán tres días en Macas y ya vamos muy justos de tiempo.
Al final para que un segundo intento al Cotopaxi me convenciera, emocionara e ilusionara para realizarlo, necesitaba un aliciente más. En este caso Rodrigo y Jesús no paraban de intentar convencerme con argumentos y propuestas. Una de ellas, salida de Rodrigo, fue la que más me convenció, y era subir a la cima sur del Cotopaxi (5.880 mts.), rodear el cráter por su parte más alta hasta la cima norte (5.897 mts.) y de aquí bajar por la ruta de la cara norte al famoso Refugio José Ribas, donde a 4.600 metros (más abajo del refugio) nos recogería la camioneta taxi. Esta sí que me gustaba e interesó, no solamente subiría a la cima sur, a la que nos quedamos a unos 200 metros, si no que subiríamos a la cima más alta, rodearíamos el gigantesco cráter teniendo unas vistas increíbles, subiríamos a la cima norte o punto más alto del volcán que todo el mundo subía, y bajaríamos por otra ruta diferente haciendo una formidable circular con las cimas y caras del Volcán Cotopaxi. Si era así, accedí.
Y de nuevo Rodrigo se pondría manos a la obra para conseguir un guía que subiera habitualmente por la cara sur del volcán, y a la vez enseñara a Delfín el nuevo camino para otros clientes o ascensiones. Eso sí, como decía Jesús perderíamos días de Selva (después de los ya perdidos por el “turismo burocrático”). Pero podría ser increíble ver por fin ese gigantesco y alto cráter, y recorrérnoslo de una cima a la otra del volcán. Sería fantástico.
El viaje en coche de regreso es muy largo primero por la pista de tierra hasta Mulalo, y de allí a la panamericana por Latacunga. En Salcedo paramos a comprar helados artesanos típicos de crema de leche. El de sabor chocolate está muy bueno. Entramos en Ambato en vez de rodearlo para recoger a Silvia y Ariana (la mujer e hija de Rodrigo) de casa de los suegros y comer con ellas por segundo domingo consecutivo. Esta vez comemos en Mocha, en un pequeño bar de carretera. Después de comprar pan en la plaza del pueblo que está a 3.200 metros, comemos sopa de gallina y probamos el cuy con papas. Podría ser similar al conejo pero es un sabor diferente.
Me parece que yo no probé el Cuy, pero Jesús no le hizo ascos. Quería probar y experimentar todo aquello que venía de esta cultura ancestral andina. El Cuy es una especie de gran roedor, como una mezcla entre conejo pequeño, marmota… o hámster grande. Con un peculiar sonido o gritito ahogado agudo que hace… como su propio nombre “¡kui, kui!”. A mí me dio cosa comérmelo, demasiada semejanza a esos roedores de tamaño mediano.
Rodrigo nos contaba que cuando venían sus nietos pequeños de otros hijos mayores que ya tenía de otra mujer, casados y colocados (como se suele decir), uno de ellos se acercaba a la jaula de los Cuys y escogía aquel que más le gustaba señalándolo con el dedo mientras aún vive y colea, para comérselo. Tremendo.
Desde Ambato, Julio y Delfín viajan en la parte trasera de la camioneta, a la intemperie mientras llovizna. Van tapados con el saco de dormir de Julio. Son duros estos andinos. De regreso a Urbina ducha caliente reconfortante y ponemos a secar la ropa junto a la chimenea de nuestra habitación. Hay una familia de Quito en la casa cenando y luego por la tarde plantar algunos de los árboles que aún sobran de los que compró Rodrigo la semana pasada para el grupo de ingleses que ya se fueron.
María Magdalena es una indígena pequeñita, ataviada siempre con el traje típico, que atiende la casa y tiene muy buen humor. Que se sepa es la primer mujer indígena de la provincia de Chimborazo que ha subido al pico (lo hizo hace unos años con Rodrigo). Creo que Rodrigo nos dijo que María Magdalena era la primera indígena quechua que había llegado a la cima del Chimborazo. Recuerdo en una ocasión que Delfín se mofa de ella con tono de broma, burla cariñosa y casi machista, a mis ojos, en que, al ser más alto y grande que la pequeña María Magdalena, intentaba montarse sobre ella como a cuscaletas, a caballito, intentando pasar una pierna por encima de su hombro y la pobre María Magdalena agachándose por el peso de la pierna, de su cuerpo… era como intentar hacerle entender a la valiente María Magdalena “quien está arriba y quien abajo” a la hora de la importancia en el trabajo, en la casa…la posición de cada uno. Aunque los dos reían, uno con una forma de inocente prepotencia y la otra sin más remedio mientras le pedía que se quitara de encima… mi cara reflejó una leve sonrisa pensando “en que tonterías se divierten éstos”, pero por dentro pensaba que no me gustaba lo que veía, era como un machismo o “buying” de adultos encubierto en tradiciones, siendo víctimas de una educación aún patriarcal entre estas gentes. Esa podría ser una primera impresión.
Urbina está a 3.600 metros (más alto que cualquier pico de la península) y siempre hay que ir abrigado, especialmente cuando hace viento, que es casi siempre.
La tarde pasa plácida y serena como siempre. Mañana iremos a Quito a arreglar papeles. De nuevo en la cena mesa chiquita, ya que en la grande hay un grupo de franceses que vinieron en bus con nosotros. Cena un ruso al que no hacemos mucho caso. Por supuesto tocan los músicos para los guiris.
Acaba así nuestro día del intento a hacer la cima del Volcán Cotopaxi. No llegamos a estar decepcionados ya que tendremos una segunda oportunidad con un guía que se conoce el camino de subida de la cara sur de la montaña. Y con el empecinamiento y culpabilidad de Rodrigo por no poder llegar a la cima cuando hubiéramos tenido posibilidades físicas y ningún impedimento por nuestra parte, seguro que haremos cima la próxima vez. Rodrigo es un gran tipo, con orgullo, dignidad y palabra, además de una tranquilidad, seguridad y energía tremenda.