2 h. (4.800 mts.) campo alto. Bebemos un traguito de agua y cogemos el espolón que sale de Campo alto hasta el glaciar (1 h.). Parada para encordarnos y ponernos los crampones. Hoy soy el último de la cordada (Manuel, Joaquín y yo). La otra la forma Delfín y Rodrigo. En plena oscuridad parece que ya conocemos el lugar y ritual para coger el glaciar y buscar la cima del Cotopaxi. Da la impresión de que ya hemos estado varias veces aquí y haciendo lo mismo. Manuel, por ser el guía que conoce o sube habitualmente la montaña por esta cara sur, será el primero, encabezando nuestra cordada, conmigo detrás de él y Jesús cerrando la cordada. Detrás de nosotros vienen en otra cordada de dos, Delfín y Rodrigo.
Bajo la dirección de Manuel subimos, no con un paso muy rápido pero sí enormemente directo, sin zigzags. Salvamos una grieta y seguimos subiendo por la izquierda de la primera vez. Empieza a amanecer y nos despedimos de la iluminación de las ciudades del valle (Avenida de Los Volcanes).
Seguimos sin cansarnos y con paso firme por en medio del extenso y enorme glaciar del Cotopaxi. Aún estamos en noche cerrada cuando ya cogemos la directa glaciar arriba en busca de la cima. Como comenta Jesús, este recorrido no gira a la derecha como buscando un paso entre los seracs y grietas bajo la misma cima sur del Cotopaxi, si no que sigue recto como si subiéramos por una tobogán gigante pero por la rampa del mismo.
Llega un momento que, aunque hasta la mitad del glaciar hemos subido fuertes y sin cansancio, el subir recto y sin zigzag comienza a hacernos mella. La verdad es que esperaba que en algún punto de la subida, Manuel comenzara a girar de un lado para otro haciendo ese zigzag esperado. Pero no. En ningún momento Manuel deja de ir recto hacia arriba. Comenzamos a sentir el cansancio de subir recto sin zigzag, la altura, comienzo a retrasarme. Más adelante le grito a Manuel que haga zigzags, que nos estamos cansando. No hace caso. Pocos minutos después me paro y me vuelvo para decirle a Rodrigo de ir haciendo zigzags, que subir recto nos está matando. Rodrigo le dice lo mismo a Manuel, que haga zigzags… tampoco hace caso. Con lo que tenemos que ir parándonos cada vez en más ocasiones a medida que vamos cogiendo altura.
Las últimas rampas de la pirámide y llegar a la pared del cráter que se alza sobre ella. Por aquí resulta duro seguir avanzando. No hemos parado, estamos muy alto y llevamos mucho desnivel. El guía lleva un buen paso y constante. Me parece que el corazón me va a salir del pecho. Nos concede algunas paradas.
A causa de esas paradas, cortas pero cada vez más necesarias, la cordada de Delfín y Rodrigo que ya ven el final de la pala, la gigantesca y eterna pala del glaciar del Cotopaxi, nos adelantan para llegar antes que nosotros al borde del cráter del volcán.
El cansancio a pesar de nuestra magnífica aclimatación va haciendo mella en esta recta, directa y sin tregua ascensión. Nos vamos parando cada vez más. La cordada de Delfín y Rodrigo ya ha desaparecido entre los escarpes helados que circundan, rodean y se acercan a la gigantesca circunferencia del cráter del volcán. Llega un momento que, a pesar de estar tan cerca de ese balcón, de ese horizontal lugar del borde del cráter, no puedo seguir. Doy diez pasos y paro, doy cinco pasos y paro, doy tres pasos y paro. Pero no desistimos, avanzamos, sabemos que estamos cerca de la cima. Mi respiración se acelera, me falta el oxígeno, me falta el aire, no me entra el suficiente a pesar de las fuertes y sonoras bocanadas que doy… parece que he corrido 10 kilómetros en media hora con un sprint impresionante. No quiere parar, no quiero desfallecer, pero el cansancio es impresionante… aunque no son los mismos efectos que en el Chimborazo, esta vez no tengo sueño de altura, ni subo como un zombi… lo vamos a conseguir.
De repente, en un momento de la extenuante subida, vemos como se asoman Rodrigo y Delfín desde el límite exterior de lo que sería el cráter del volcán, como si fuera un balcón. Nos animan. Comienzan a cantar el “¡Sí se puede!” que cantaba la afición ecuatoriana a su equipo de fútbol en los pasados mundiales. Los tenemos ahí al lado, son pocos metros, pero no podemos dar un paso más. Parece imposible salvar esos helados pocos metros entre el hielo del glaciar y pocos escarpes rocosos del cráter. Por suerte no hay Viento Blanco, no hay mal tiempo. Al amanecer no había nubes que nos impidiera la magnífica y espectacular vista… aunque a medida que el sol va cruzando el firmamento a la vez que se va centrando en el mismo, aparece las típicas nubes inofensivas de cima que van y vienen.
Aún no hemos llegado hasta donde están Rodrigo y Delfín. Y es entonces cuando Rodrigo saca una bolsa de golosinas, de chuches, azúcar puro y artificial, y nos la enseña. Es entonces como un escondido resorte que mi cuerpo de anima sin quererlo conscientemente, simplemente por el hecho de ver la recompensa calórica para mi castigado cuerpo si llegamos hasta donde está Rodrigo. Parece algo casi milagroso. Es como si el instinto de supervivencia fuera ahora más fuerte que el mismo cansancio, ya que sabe que con esas gominolas recupera partes de las fuerzas y energías. Es como si mi cuerpo tuviera otro cerebro que piensa y reacciona diferente. Increíble.
Por fin llegamos al borde del cráter y lo celebramos. Abrazos, apretones de manos, fotos, agua y algo de comer. Estamos en el borde del cráter. Las nubes nos cubren poco a poco haciendo invisible el paisaje y los aspectos de la cima del volcán, pero antes he podido fotografiar Los Ilinizas, al otro lado de La Avenida de Los Volcanes, al otro lado del altiplano ecuatoriano jalonado de grupos de blancas nubecillas.
Curiosamente parece que nos recuperamos rápido, nada de cansancio, nada de sueño de altura ni de síntomas parecidos a los de las cimas del Chimborazo. Hago fotos al lugar; sobre todo a la perfecta y suave gigantesca circunferencia del cráter del Volcán Cotopaxi. Impresionante. Delante a la derecha, siguiendo el borde del cráter, una subida escarpada medio rocosa, medio cubierta por el hielo y la nieve. Arriba de este escarpe considerable, está la cima sur del Cotopaxi. Es una montaña y lugar impresionante, espectacular.
Para rematar nos queda una trepadita a un resalte de roca y nieve que es la cima sur del Cotopaxi, 5.880 mts. (solo 17 metros más bajo que la masificada cima norte). Vemos a Rodrigo arriba del escarpe de la derecha. Nos dice que subamos. La verdad es que no era consciente que fuera la cima sur del Cotopaxi, yo ya estaba contento de estar aquí, pero quedaba otro “remate”, unos cuantos metros más de subida entre hielo y tierra, para llegar a una larga planicie helada, nevada… ahora si es la parte más alta del sur del cráter del gigantesco e impresionante volcán Cotopaxi.
Desde la cima el panorama es bellísimo, no solo por las montañas que emergen de las nubes (Chimborazo, Ilinizas, Corazón…) si no por la vista del enorme cráter humeante (fumarolas) de 800 metros de diámetro, 4.500 metros de profundidad, al que bajó por primera vez Pérez de Tudela con dos montañeros ecuatorianos en los años 70.
Las vistas al gigantesco cráter nos asombran, nos atemoriza, nos deja boquiabiertos: es un gigantesco agujero abierto, con una circunferencia ovalada perfecta, con una barra rocosa vertical a la misma altura que lo caracterizan, como si un gigantesco molde de magdalena redonda, lo hayan hincado y hundido en la cima de una montaña, y hayan sacado lo de dentro. Pero está vivo, de su fondo, el cual no lo vemos entero al estar tan hundido en el interior, salen fumarolas que se mezclan con las nubecillas de cima. Olía mal si te acercabas al cráter, como suelen decir, a huevos podridos: el azufre. El volcán no está extinto, está vivo, suele duerme. Es impresionante e inolvidable. Jesús tenía razón, merecía la pena ver este altísimo y gigantesco cráter del Volcán Cotopaxi, con esa circunferencia de unos 800 metros… ¡Cerca de un kilómetro de diámetro! Es fácil decirlo pero verlo es soberbio, magnífico, dantesco… y si pensamos en su fuerza y energía que puede tener, apocalíptico. No hay palabras.
Por suerte no estamos como en las cimas del Chimborazo, como ya he comentado antes, y podemos disfrutar de la cima del Cotopaxi: fotos con las banderas, fotos con Delfín y con Rodrigo. Podemos celebrar el éxito de la tercera cima, sacamos los tres dedos de la mano en las fotos como anunciando para la posteridad que es nuestra tercera cima importante en Ecuador. Estamos exultantes, eufóricos, alegres y fascinados por el éxito. Rodrigo también está contento por nosotros y por él, al final nos ha podido subir a la cima sur del Volcán Cotopaxi, la segunda montaña más alta de Ecuador.
Más fotos, más felicitaciones. Mil fotos al cráter; la de rigor con la bandera y para abajo. Nos ponemos crema para el sol y nos encordamos de nuevo e iniciamos el descenso. Abro la cordada. En la parte alta la nieve está ideal para bajar sin demasiadas precauciones y muy directos también. Pero en la parte baja la nieve está tan húmeda que hace zueco pese al anti-boot y nos hace tropezar. Es un coñazo ir encordados en esta parte.
La bajada la hacemos muy bien, parece que el cansancio no es tan fuerte y nos vamos recuperando a medida que bajamos altura, a pesar de que caminamos y hacemos ejercicio para bajar por la ladera helada del glaciar. Estamos estupendos. Rodrigo, que es un excepcional observador de las montañas, como ya hizo en el Chimborazo, nos advierte que en una ladera del volcán, la ladera oeste, ha perdido todo el hielo del glaciar, el glaciar ha desaparecido dejando la ladera desnuda. Y a la vez ha aparecido una fumarola, que normalmente están en el interior del cráter, en mitad de esta ladera desnuda de hielo, desde el borde del cráter hasta la base de la montaña… la montaña se recalienta, se activa el volcán… nos recuerda al Tungurahua cuando erupcionó por el lado de la montaña en lugar de por el cráter, su cima… Sobrecogedor… un temor interno recorre mi cuerpo… no quisiera estar en sus laderas cuando decidiera despertar violentamente.
Descansamos en mitad del glaciar. Nos hacemos fotos. Todos estamos muy contentos y animados por el éxito y por el buen día que nos hace, a pesar de las nubes que nos han invadido y entelado las vistas. Va haciendo calor. El frio va desapareciendo y nos tenemos que abrir las ropas… que diferencia con la intentona de hace unos días…
Descubro en esta y otras montañas andinas de Ecuador, como los glaciares son más vigorosos, extensos y sanos en las laderas que dan hacia el este, las que miran a la Selva, al Oriente, que en las que dan hacia el oeste, hacia la costa, el Océano. Seguramente sea por los vientos: los que vienen del mar son más templados, menos fríos, y los que vienen del interior del continente sean más frescos, menos calurosos… al menos a partir de cierta altura. El glaciar del Cotopaxi, esa “carpa de circo” es un buen ejemplo. Incluso el trozo de ladera que se ha quedado desnudo de glaciar, como indicaba Rodrigo, mira directamente al oeste.
Por fin llegamos al espolón al final del glaciar y nos quitamos cuerda y crampones. Desde aquí 1 h. 30 minutos de bajada al refugio que Rodrigo y yo hacemos bastante rápido para llegar cuanto antes a la cabaña y cambiarnos, comer algo, etc. Mientras preparamos la mochila para meterla en la caja de la camioneta. Empieza de nuevo a llover. Tememos que todo se moje pero la funda impermeable cumple su papel.
Al final no hemos hecho el recorrido pactado conmigo para repetir la ascensión al Cotopaxi, eso de subir a la cima sur, después bordear el cráter, hacer la cima norte y bajar por el refugio de la cara norte, por el recorrido más habitual de ascenso a esta montaña. Por las condiciones de subir al Cotopaxi desde el Refugio de la cara sur, directamente, sin pasar por el campo alto a hacer noche, puede que ni se nos pasara por la cabeza seguir el plan de la travesía del Cotopaxi. Aunque pensándolo bien, por la velocidad de ascenso y nuestras condiciones físicas, no hubiera sido ningún problema, pero el hecho de realizar el ascenso, la actividad, tal y como la habíamos hecho, con esos desniveles y récords de tiempos, ya es una proeza que merece hacerse, aunque, como pensaba yo “repitiéramos montaña”.
De regreso a Urbina todos menos Rodrigo y Joaquín dormitamos en el coche. Al llegar allí la ducha de agua caliente y la hoguera en la chimenea para secar la ropa. Hoy nos ha invadido un grupo de holandeses (otra vez a la mesa pequeña). Después de la actividad y en la tranquilidad de la Estación de Urbina, dejo de tomar la dosis del Fortasec, e increíblemente la diarrea vuelve. Con lo que debo de volver a tomar las píldoras de Fortasec unos días más… mañana vamos a la selva y no sabremos qué agua beberemos… Pero por suerte no me ha molestado nada la diarrea, ni me he acordado de ella en toda la actividad de ascenso al Cotopaxi. Ha ido muy bien.
El Cotopaxi ha sido una ascensión dura, hemos hecho 1.900 metros en 7 h. 40 minutos, y la bajada en 4 h. Ha sido agotador, pero puedo decir que la cima y la vista del cráter no me han defraudado en absoluto, y eso que llevaba todo el año soñando con ver este lugar. Puedo decir que es la montaña que más me ha gustado de este viaje.
Y así culminamos nuestros objetivos montañeros en esta Expedición a Ecuador, con la ascensión a las dos montañas más altas del país, es más, yo siempre diré que “hicimos dos Cotopaxis”. Realmente las vistas y experiencia del gigantesco volcán han sido únicas, irrepetibles, magníficas, para mí no especialmente mejores a las del Chimborazo pero sí diferentes, ya que una montaña como el Volcán Cotopaxi es única en el mundo. En el Chimborazo no llegué a disfrutar de la cima, del éxito conseguido, pero en este segundo intento del Cotopaxi, gracias a nuestra magnífica aclimatación, como dice Jesús, establecemos tiempos y distancias de récords. Hicimos bien en no amilanarnos por las condiciones adversas en este último intento, en no pensar “será muy difícil” y esos pensamientos negativos; porque a veces las fronteras y límites nos los ponemos nosotros mismos, no la montaña y sus circunstancias.
De esta manera, a pesar de los obstáculos al comienzo del viaje, y sobre todo gracias a nuestra energía, nuestro valor, nuestro no desfallecer ante las adversidades y a la generosidad, ayuda del gran Rodrigo Donoso, hicimos nuestros dos objetivos montañeros: la cima de Chimborazo, nuestro primer seismil, y la cima del Cotopaxi, también nuestra segunda montaña más alta que habíamos hecho, 250 metros más alta que el Elbrus de hace tres años. Estamos muy contentos, alegres y agradecidos. Para nosotros es una proeza, un hito, una heroicidad, que tienen que ver más con nuestra actitud, nuestra aptitud mental, que por nuestras condiciones físicas. Estamos exultantes, orgullosos y nos sentimos realizados.
Y ahora nos merecemos un descanso. Visitar la Selva Amazónica es otra gran aventura. Nos quedan pocos días, y dos días antes de coger el avión hacia España, acabando así nuestra aventura por el país andino, tenemos que estar en Quito para coger los salvoconductos, también por los días de más para hacer el segundo intento del Cotopaxi, hemos reducido los cinco días en la selva a dos. Pero seguro que son dos días intensos y fascinantes en plena Selva Amazónica.