Nos levantamos a las 7:30 y no hay nadie a la vista. Los holandeses se fueron a las 4 h., pero de nosotros se han olvidado, incluso cuando se fueron se llevaron la chaqueta (chompa) de Joaquín. Suerte que ya habíamos acabado con las actividades de alta montaña. Hacemos las mochilas para dejar y para llevar, y como no aparece nadie nos vamos. A última hora se ven en la casa contigua Delfín con Julio y otro y podemos despedirnos pero sin desayunar.
El día es precioso. No hay ni una nube y las vistas hacia el Carihuayrazo y Chimborazo son excelentes, nítidas, preciosas. Les hago fotos. Estas montañas como el paisaje que se vislumbra desde la Estación de Urbina ya forman parte de nuestro común recuerdo y fascinante rutina, ya son montañas hermanas, queridas, que han dejado que nos subamos hasta los más alto de cada una, recorrérnoslas. Da la sensación de que vivimos en la Estación de Urbina desde hace tiempo, y es un sentimiento bonito. Las llamas y alpacas no las han recogido, pues pacen tranquilas en los raíles de la casi inutilizada vía del tren.
Nos asombra ver que no hay nadie en todo el edificio principal de la Estación de Urbina, tanto que no nos han preparado ni dejado el desayuno. Un sentimiento de dejadez y solitud me invade. Y saliendo con las mochilas hacia la carretera nos encontramos a Delfín en las jambas de la puerta de entrada, algo en alto, del edificio contiguo, que nos mira sonriente, pero sin pronunciar ni una o pocas palabras ni afán efusivo de querer despedirse de nosotros. De hecho, no se movió de entre las jambas de dicha puerta. No sé si le dije o pensé que no nos habían preparado el desayuno, o fue Jesús quien propuso el decirlo, pero al final lo dejamos correr y salimos en busca de la carretera para parar al primer autobús que nos llevara a Riobamba, no queríamos perder más tiempo. Ya comeríamos algo en el viaje o cuando tuviéramos ocasión.
Vamos a la carretera a parar al primer autobús que vaya a Riobamba. Tomamos uno que va a Guayaquil y ni si quiera para en la terminal, 1,5 Dl. Vamos andando con prisa pues el bus sabemos que sale a las 10 h. No es esta terminal, es la del Oriente que no sabemos dónde coño para. Cogemos un taxi (1,5 Dl.) y tomamos el bus in estremis. Cooperativa Riobamba. Color naranja. Va lleno y nos acomodamos como podemos. Yo con un guiri alemán.
En Ecuador y no sabría decirte si en otros países o regiones andinas donde la Selva Amazónica queda al este, le llaman “el Oriente” a todo aquello, zona geográfica, lugar o algo que vega de la selva o del este de las montañas andinas. El Oriente es la selva y todos sus rincones. Por eso existe la estación de autobuses que va al Oriente, y muchas otras expresiones o para denominar las raíces, lugares de, o hacia la selva, lo expresan diciendo el Oriente. No dicen “voy a la selva” o “aquel señor es de la selva”, es como si sustituyeran “selva” por “Oriente”. Curioso. También porque muchas partes del Oriente, al otro lado de la cordillera, no están propiamente en medio de la selva, si no en sus límites, en sus bordes, en lugares verdes que en otro tiempo fueron selva.
En la salida de Riobamba se llena de viajeros el pasillo. Muchos de ellos campesinos del poncho y de gorro de fieltro que se van quedando en las partidas rurales del principio de la ruta. El revisor tiene cara de indio amazónico y nos cobra 5 Dl. a cada uno. Son 6 h. de viaje con continúas paradas para subir y bajar gente en medio de ningún sitio.
Llegamos a las Lagunas de Atillo en el P.N. Sangay, un entorno volcánico de alta montaña con prados y turberas. Paramos a comer en un pequeño complejo de chozas-comedor, tienda. Nosotros compramos dulce en la tienda para comer y beber en el bus. Las lagunas son enormes y muy bonitas. Llueve débilmente.
El recorrido de Riobamba a Macas se hace por una carretera que luego en su mayoría es camino casi de montaña, en dirección sur y este saliendo de la primera. Hay que cruzar las alturas de parte de los Andes que separan la selva del altiplano ecuatoriano, del centro de la Avenida de Los Volcanes, y esa parte es justamente el sur de las tierras elevadas dominadas por el Volcán Sangay y su entorno. Justo la parta o punto más alto de la carretera son los alrededores o las inmediaciones de las Lagunas de Atillo, seguidamente el camino ya baja altura en busca del llano dejando las montañas atrás, y en busca de la población de Macas. Cambiando por completo el paisaje, de un verde oscuro casi quemado por el frio del altiplano, a un verde más claro, más selvático, con algo de Forest Rain en la parte este de las laderas del parque del Sangay, y un verde brillante, casi fosforito, en la zona de las famosas lagunas.
El Volcán Sangay, que ya lo hemos nombrado en varias ocasiones, queda al este o sureste de la población de Riobamba, cerrando por el sur La Avenida de Los Volcanes de Humboldt. Tiene erupciones muy seguidas, está muy activo y sus terremotos y seísmos se sienten a kilómetros de su ubicación, muy sentidos y acostumbrados en la ciudad de Riobamba. Hace una erupción (no como las del Tungurahua que parece se ha calmado ya, al menos por un tiempo, menos fuerte y estruendosa) cada hora cronometrada de reloj. Y para llegar hasta su cima, el recorrido hasta la base del mismo, son dos días de caminar por lugares entre selváticos y de altura (con vegetación aclimatada al frio y la altura), y barro hasta las rodillas en ocasiones. Es una marcha muy fatigosa y desesperante. Y al llegar a la base de la montaña para subir hasta el cráter humeante y activo, cima del volcán, los montañeros deben de cronometrar entre erupción y erupción, y hacer una marcha de ascenso rápido hasta la cima y bajar, antes de ser víctima de una de esas erupciones en las que la lava saltante o una bomba volcánica puedan alcanzarte si estás asomándote en su caldente y peligroso cráter. A Jesús le fascinó esta montaña y nos repetíamos que el día que volviéramos a Ecuador, sería para subir al Sangay. Lo único es que las fechas para abordar esta montaña es entre diciembre y enero. Espectacular.
El paisaje cercano a las Lagunas de Atillo es precioso, me recuerda a esas películas tipo King Kong, o documentales donde la montaña sobresale entre la selva (aquí sin selva aún) con una espesa costra de verdor en la roca, en toda la roca sea vertical u horizontal, y cayendo decenas, cientos de arroyos, cascaditas de entre los recovecos de la misma, con altos pináculos verticales que no dejan de tener ese verde extraterrestre, y siempre el tiempo húmedo, nublado, casi lluvioso constantemente, con chiri miri o lluvia torrencial, pero siempre húmedo. Excepcional.
Pasado el puerto el paisaje empieza a cambiar. Aparecen cada vez más árboles, hasta no poder negar que estamos en la Selva. Árboles altos llenos de líquenes y más debajo de bromelias y otras epifitas, algunas palmeras y lianas. La carretera pasa a ser una pista de tierra con algún que otro bache donde no se puede correr demasiado. Túnel, puente, más paradas excavadas a los lados; está en construcción aún y es seminueva. Antes solo se podía llegar en avión o desde Puyo (por Ambato) en un rodeo monumental.
La idea de ir a Macas en lugar de a Puyo o Tena, era por consejo de Rodrigo. Nosotros habíamos oído hablar de los anteriores lugares por las expediciones de nuestros compañeros del Centro Excursionista Almoradí, y queríamos disfrutar de sus mismas experiencias. Pero Rodrigo nos dijo que podíamos ir a Macas ya que habían abierto una carretera nueva que comunicaba ésta con Riobamba, con lo que estábamos más cerca de la selva y el trayecto sería más corto para poder disfrutar más de nuestra estancia en “el Oriente”. Además que Macas ofrecía los mismos servicios que los anteriores lugares para el turismo de selva, exceptuando que era un lugar nuevo para dicho turismo al tener, ahora, mejor acceso. Con lo que, como siempre, hacemos caso a los deliciosos y acertados consejos de Rodrigo y nos fuimos para Macas.
Si viéramos un mapa de Ecuador descubrimos que Macas se encuentra al este, sureste de Riobamba; o sea, es cruzar los Andes por los terrenos del Sangay y sus preciosas Lagunas de Atillo, bajar las laderas y girar algo al sur, sureste, para llegar a esta población, viendo cómo se adentra en el manto verde de la selva, del Oriente.
Ya no llueve. La Selva es enorme y espléndida. Vamos perdiendo altura y va dando el sol. Los indígenas que suben y bajan ahora nada tienen que ver con los del poncho andino. Estamos en el Oriente y se parecen más a los brasileños. Suben los trabajadores de la carretera de diferentes nacionalidades y muy ruidosos. Sube una chica vendiendo empanadas dulces, le dan coba.
El camino excavado en la montaña selvática y lleno de barro a veces presenta un tremendo precipicio al lado abierto del mismo. Me recuerda aquellas películas, documentales e incluso noticias, en que nos cuentan como un autobús, o un camión se precipita ladera vertical abajo al caerse de estos caminos maltrechos, fangosos por la intensa y habitual lluvia. Me estremezco al mirar por la ventana y ver ese vacío verde.
También me doy cuenta como suben las mujeres jovencillas que se quedan de pie en el pasillo, parece que hablan como si ligaran con los jóvenes chicos sentados que vienen o van a trabajar a algún punto de esta carretera, o en sus finales. Se les ve sonrientes, coquetas… da la impresión de no ser retrogradas en este tipo de acciones, que las mujeres pueden ser más liberales y no tener miedo a coquetear en un autobús… me sorprende enormemente. Aunque luego descubres que el hombre sigue siendo un machista en algunos aspectos como en los del adulterio (no es lo mismo el de un hombre y el de una mujer), y ciertos aspectos de la relación entre hombre-mujer; pero no más que en muchos sitios de la España profunda.
Llegamos a la terminal y a pie buscamos por la zona de la iglesia Planeta Tours o el Hotel Orquídea. Como no lo encontramos cogemos un taxi que en menos de 2 minutos nos deja en el hotel y nos cobra 1 Dl. (pardillos). El hotel está muy bien, limpio, aseado y tranquilo. El dueño nos atiende muy cordial y educado, es un hombre mayor. Habitación doble, 8 Dl. cada uno.
Paseamos por la ciudad y sus modestos comercios. Nos la terminamos y volvemos sobre las mismas calles… Llamamos a casa (cabina) y tomamos una cerveza en una pizzería después de que en un bar nos digan que no tienen cerveza. A las 18:30 tenemos que ir a la oficina de Insondu Tour Operator en la calle Bolívar. Eso es lo que nos ha dicho el dueño por teléfono. Tomamos una Pilsener, 1 Dl. en la pizzería mientras se hace la hora.
El clima, el ambiente cambia completamente del altiplano ecuatoriano al Oriente, a las puertas de la selva. No hace frío, hay una humedad más soportable, el cielo es más abierto, no da la sensación de estar encajonados entre el terreno y el cielo como en el altiplano, o quizás sea por el cambio de aires (sin las cenizas del Tungurahua) que nos ha sentado mejor.
Macas parece un pueblo pequeño, al menos de casas bajas sin pisos altos, pero es una ciudad importante en el Oriente en la zona en la que está ubicado. Las poblaciones de alrededor parece más bien barrios, aldeas, grupos de casas en su mayoría, muchas de ellas, algunas de ellas inmersas en la selva, en la exuberancia de las plantaciones que han sustituido a la vegetación de la selva original.
Vamos y hablamos con Jorge, el dueño, y contratamos una excursión de 1 día con noche incluida en una cabaña típica de la gente Shuar, con un guía nativo, “Marcelo”, por 55 Dl. cada uno. Firmamos el contrato y le damos el número de pasaporte. Luego nos recomienda una pizzería al lado en la misma calle. Italiana Pizza. Por 16 Dl. cenamos los dos a todo lujo, pizza mediana (que en realidad es grande), lasaña, ensalada, pan de ajo, una Pilsener, dos coca colas. Nos vamos a dormir pues mañana hemos quedado en presentarnos a las 7 en la oficina. Cloramos el H2O con pastillas de Micropur Forte, y vemos un poquito la tele antes de dormir. Después de mi diarrea de Guamote, mejor no tentar a la suerte, ahora que parece se me ha cortado.
La empresa de Jorge nos prepararía un recorrido de dos días por la selva amazónica en lo que llaman la Reserva de Nantar, durmiendo una noche en una cabaña Shuar y haciendo pequeños recorridos por los alrededores, montando en canoa por un río… Estábamos ilusionados. Tanto hablad de la Selva Amazónica, tanto verla en películas, documentales, desde pequeños, y oír las experiencias de nuestros compañeros del Centro Excursionista Almoradí que tantas veces y en cada expedición andina la visitaban, y ahora nosotros seríamos protagonistas de esas “aventuras” y experiencias. Nos parecía alucinante y estábamos entusiasmados, emocionados. Quizás la selva, igual que visitar el cráter del Volcán Cotopaxi, nos parecía algo exótico, fundamental e imperdonable no disfrutar de ella, aunque solo sea un día, dos días con su noche, pero seguro que la experiencia iba a ser inolvidable.