Marcelo nos llama a las 5:45 h. y rápidamente recogemos el saco y la mochila para salir a las 6 h. Suena como si lloviera mucho aunque no cae casi nada ahora. Amanece y no es necesario la frontal ni el chubasquero. Subimos al mirador Nantar desde donde el Sangay deberá verse. Pero entre las nubes y la niebla no hay nada que hacer.
Tanto la subida como la bajada es resbaladiza con el barro, que sin ser demasiado si se queda en el pantalón y las botas. Llegamos a la curva del Río Yuquipa que pasamos en una “tarabita” pequeña. Jaula de hierro suspendida de dos cables por la que se avanza tirando de una de las cuerdas al otro lado del río.
Da la impresión de que volvemos al mismo lugar de partida, en aquel camino en mitad de la selva donde nos paró el autobús, pero por otro camino o recorrido, ya que ahora debemos de cruzar el río, que no atravesarlo con la canoa, para ir al otro lado. Pero creo que el recorrido y el camino al que saldremos también es otro. El intentar orientarse en la selva, igual que en un frondoso bosque, sin conocerlo, es tarea casi imposible a priori. La “tarabita” es una especie de elevador o tirolina de la que cuelga una cesta o plataforma enrejada, tirada por un motorcillo o por la propia mano del hombre, en la que las cuerdas corren entre sendas poleas a cada extremo del río.
En un principio me pareció bastante precario y peligroso, pero la cara de Marcelo era de tranquilidad, con lo que al final nos montamos y cruzamos sin más obstáculos o incidencias que la propia duda de si puede ser un medio fiable o no. Aunque al final fue divertido y emocionante cruzar por el aire este rio nada peligroso en mitad de la oscuridad casi desaparecida del amanecer.
Antes habíamos subido al mirador de ayer. La atmósfera de mal tiempo y lluvia le da un toque sobrecogedor y místico a esta preciosa vista de la selva. Aunque las fotos salen movidas por la falta de luz, intento captar, fijándome en las mismas vistas de ayer, la esencia de la vida del lugar en comunión con el agua del mal tiempo, que da también la vida, ya sea en forma de humedad, nubes o lluvia. Fantástico.
Después de cruzar el Yuquipa y antes de que comenzara a llover con intensidad, en medio de la oscuridad de la nublada y frondosa selva, vemos revolotear una mariposa gigante. Gigante para nosotros. Parece que vuela sin miedos y como si le pesaran las alas por el esfuerzo, quizás esté algo mojada. De tal manera que Marcelo se percata de nuestro ensimismamiento y coge la mariposa dulcemente sin hacerle daño al frágil pero enorme insecto para que le hagamos una foto. Fantástica. La selva no dejará de sorprendernos.
Al otro lado del río una pista forestal nos deja en un camino asfaltado en la Comunidad de San Vicente y de ahí a la carretera que viene de Puyo, donde tomaremos un bus a Macas. Al pasar el río comienza a llover con ganas por lo que llegaremos a Macas calados. En este lado y en la selva ha sido talada y algunos árboles sobreviven con cultivos, maíz, bananos, pastos para vacas, casas, etc.
En la oficina nos despedimos de Marcelo, nos ponemos algo seco y cruzamos al bar de enfrente a desayunar “continental”, café, jugo, pan con mantequilla y mermelada, huevos revueltos. El bar lo regenta una señora mayor y dos chicas jovencitas, una de ellas morenita. En la tele el noticiario de Amazonas TV luego nos despedimos de Jorge (el dueño de la agencia) y le escribimos la opinión en una libreta donde él recoge las impresiones de los turistas.
Como podréis imaginar la opinión y experiencia en la Selva, fue de lujo, increíble para nosotros, y así lo expresamos. Igual es porque era la primera vez que estábamos en la selva, y con poco que nos hubieran ilustrado u ofrecido, hubiéramos salido satisfechos y alucinados, seguro.
Con el paso del tiempo nos pasamos los correos electrónicos y estábamos en contacto con Marcelo mediante mail y creo que otra red social. Pero en cuando comenzó a pedirnos dinero porque necesitaba medicinas para su abuela enferma, poco a poco el contacto se fue diluyendo hasta ya no saber nada más de él.
Vamos a la terminal y compramos los billetes en la oficina de la coop Riobamba. El bus sale a las 9 h. y llega a Riobamba a las 15 h. tras 6 horas de viaje agotador por caminos no asfaltados en gran parte y bajo una lluvia constante hasta las Lagunas del Atillo (3.400 mts.) donde nace el Río Upano (afluente del Amazonas). En el autobús además del subibaja constante y las paradas, llevamos una mujer con un perro que de tanto en tanto se pone pesado y ladra.
Una de las curiosidades que se me quedó grabada en mi cabeza, no sé si en este viaje de vuelta del autobús o en el de ida, es que cuando el autobús no estaba muy lleno, observamos como un padre va con su hijo en los asientos de la parte de atrás. El niño se ha acabado una botella de cristal de una bebida, refresco, de un zumo, y al no saber qué hacer con la botella vacía en el autobús, le pregunta al padre. El padre, como quien lo ve lo más normal y natural del mundo, sin despeinarse ni sentirse mal, le dice a su hijo que abra la ventanilla del autobús y tire por ella la botella vacía de cristal. Jesús y yo nos quedamos perplejos.
Llegados a este punto me hace recordar lo que en anteriores relatos de esta expedición hablábamos de la percepción de la basura que tienen los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, o los países pobres más aún… quizás la educación y activismo de Rodrigo Donoso con su Condorman pueda plantar la semillita para que la gente y los jóvenes cuiden mejor su país, su tierra, ante la acumulación de basura y contaminantes. Un pequeño grano de arena para la montaña que tendremos que hacer… pero al final las montañas nacen de granos de arena, sin ellos, no habría nada. Curioso.
Llegados a Riobamba y después de ir al W.C. tomamos el primer bus para Ambato y bajamos en Urbina. Matamos el hambre comprándole a un vendedor ambulante del bus snacks de habas y banano.
Llegamos a Urbina, de nuevo caminata hasta el refugio y allí nos instalamos en la casa de Rodrigo (el edificio de enfrente) preparamos las mochilas para la partida y secamos la ropa de la selva que se ha mojado. Nos despedimos de Rodrigo. Cenamos y antes de dormir un canelazo.
Poco a poco sentimos como el viaje, la expedición y esta visita por las montañas, volcanes andinos y su selva, va acabando. Como en la selva, la tristeza y depresión de volver al viejo mundo, a la cruel realidad, comienza a morderme con más fuerza cada vez. Pero al menos estamos muy contentos de, a pesar de los primeros días, haber conseguido nuestros objetivos más altos (uno por partida doble como acostumbro a decir yo), y de haber disfrutado de unas horas de la magnífica e imprescindible Selva Amazónica… ¡Quien lo iba a decir!
Será nuestra última noche en la Estación de Urbina que casi la hemos hecho como nuestra segunda casa, y aunque esta vez dejamos nuestro “viejo cuarto” para ir a otro edificio, la estancia en el lugar es apacible y cercana. Despedidas y sinceros agradecimientos al gran Rodrigo Donoso, jamás habíamos tenido un anfitrión como él en este y todos los viajes por el mundo de las montañas hasta ahora recorridos. Magnífico, jovial, empático, activo, genial, increíble… y otros calificativos de los cuales no encuentro palabras ahora mismo. Muchas gracias, Rodrigo. Te estaremos enormemente agradecidos.
Fotos a nuestra nueva estancia en la Estación de Urbina, queremos inmortalizar cada momento, cada rincón, para que se nos quede todo en la memoria, en las paredes o pantallas cuando pongamos la proyección del viaje, en nuestros recuerdos más emotivos e impactantes de nuestras vidas. Para nunca olvidar.