Otro día más en nuestro fabuloso campo base en La Paz, el Hotel Señorial Montero. Los planes han cambiado, se ha anulado la actividad del Sajama y decidimos otras alternativas que pasan por la ascensión de otro pico que supera los seis mil metros para que Quique e Infi puedan hacer su seismil en Bolivia, en los Andes. Después nos enteramos de que ninguno del grupo del Sajama había sobrepasado dicha cota y por lo tanto tampoco tenían su seis mil conquistado en esta expedición. Por ello ya hablamos con Lucio en preparar una expedición al Huayna Potosí, y habíamos quedado en el día de hoy a las 5 de la tarde en el hotel. Mientras teníamos toda la mañana para recorrernos, de nuevo, las inquietas, únicas y curiosas calles de La Paz.
Desayunamos en el comedor del hotel. Subimos Jesús y yo, y al poco rato nos reunimos con Quique e Infi. Después salimos por las ya conocidas calles de La Paz (Sagárnaga, Santa Cruz, Illampu, Linares…), paseamos y nos recorremos diferentes lugares de ese gran mercado que tiene La Paz en esta parte de la ciudad. Quique e Infi llevan pocos días aquí, y el primer día ya se recorrieron rincones que hora nos enseñan: como la parte del mercado donde solo se venden chaquetas, abrigos. Pasamos por algún banco a sacar dinero para pagar el resto del viaje a la Selva. Recuerdo aquella sucursal de banco fuertemente custodiada en la misma Avenida Illampu; y después pasar por la oficina de Serere a cancelar la cuenta de la semana y actividades en la Selva Amazónica boliviana.
Después nos acercamos a la Avenida 16 de Julio (El Prado) o 6 de Agosto (según la parte en la que te encuentres) para, entre otras cosas, aprovechar y mandar postales a España. También en una de las tiendas de la avenida, compramos postes del Alpamayo, Illimani, Huayna Potosí… de aquellas fabulosas montañas que habíamos subido o nos faltaban por subir. Mi tradición, al igual que la superstición de comprarme el anillo, es hacerlo después de haber conquistado dichas cumbres; no tentar a la suerte y darlo ya por hecho. Que la soberbia y la excesiva confianza no nos pueda… mirar lo ocurrido en Sajama. Mientras hablamos, charlamos, reímos, compartimos experiencias, palabras, emociones y expresiones entre los cuatro, sobre todo entre la pareja recién llegada y nosotros. En cierta forma es un alivio ya que la convivencia de tantos días entre Jesús y yo ya se estaba desgastando y notando la falta de aire para cada uno. Y de eso reconozco una gran parte de culpa. Es muy agradable hablar con la tranquila, siempre alegre, entusiasta y valiente Infi, y con el organizado, ordenado, planificador, alegre, realista, fuerte e imprescindible Quique. La Avenida de El Prado bullía de gente mientras caminábamos como un extraño grupo de turistas que se impresionan ante cualquier novedad, curiosidad y formas de la ciudad.
Entre otras conversaciones se comentaba el tema del viaje al Huayna. Yo desde un principio había decidido no ir. Dejarme ya la fría, esforzada y solitaria alta montaña para esperarme a ir a la fantástica selva. Realmente mi ánimo y fuerzas descendían enormemente con la posibilidad de volver de adentrarme en esos gélidos e inhóspitos glaciares. Ya andaba muy cansado de ello. Pero a Quique e Infi les sorprendió mi actitud (como el resto que me conocía) “¡Que no te vas a venir con nosotros!”. La verdad es que lo sentía como una ofensa hacia ellos, a nuestra amistad, así lo hubiera percibido yo: “vienen mis amigos de muy lejos y con dificultades por unos días, y no les voy a acompañar a subir una gran montaña”, “¡Tan mal está mi cabeza y tocado mi Espíritu con esos fantasmas de España que les haré ese feo a mis amigos, compañeros de cordada y montaña!”. Mientras me seguían e intentaban convencer, ante la insistencia de los 3 que era el mismo pensamiento que el mío, al final decidí aceptar acompañarles al Huayna e ir los 4 juntos. En un principio me costó la decisión, haciendo de tripas corazón y vaciando el estómago, forzadamente, de malos rollos y sensaciones. Pero después poco a poco lo fui asumiendo y metiéndome en el papel que me ocupa, en mi papel que nunca debí dejar… “¡Cómo estoy de tonto! No acompañar a mis amigos al Huayna”. Y así todo volvió a su cauce. Pero inesperadamente, subconscientemente iba a realizar físicamente y de nuevo una acción, una actividad con un sobreesfuerzo, y de nuevo a pesar de la normal alegría que tenía que tener, acompañar a mis amigos, volvió a surgir ese malestar, ese enfado o cabreo, esa repulsa a “pasar por situaciones incómodas, dolorosas…” como las que había pasado y pasaba en España. La cosa es que por aguantar tanto intentando tragar sin traumas y como si no hubiera pasado nada, manteniendo la compostura, hizo que estas pequeñas cosas, por muy pequeñas, tontas o ridículas que parecieran, me quejara con mal humor, cuando no existía un ápice de queja en mi por lo mismo, cuando antes la paciencia y comprensión eran la nota dominante en mi vida. Y la planificación de subir al Huayna se volvió inconscientemente en contra mía, haciéndome saltar como lo hice, por suerte, en otras pocas ocasiones, pero notables. Por un lado quería ir al Huayna con mis amigos, pero por otro lado no quería volver a pasar ese frío eterno y gélido que me trastocaba y hería el corazón… por suerte la convivencia con el resto del grupo hizo más afable y distendida la actividad, pero… hasta ahora no sabíamos si el grupo de Sajama se vendría con nosotros o qué harían…
Una vez decidido y convencido de que ya tenía los planes claros: Huayna Potosí y Selva Amazónica después, ya podía llamar a España. De esta manera ya les podía comentar lo que habíamos hecho y lo que íbamos a hacer. Esta tarde, antes de que fuera demasiado tarde en España lo haría. Nervios y cosquilleo en el estómago al saber que tengo que hablar con María de nuevo ¿irá todo bien? ¿Había pasado algo? ¿Se habrá cansado de esperarme?… Inseguridad, angustia, pero a la vez mezclado con ganas de saber de ella, de hablar con ella, de decirle que la quiero… un lío entre mi maltrecha cabeza y mi corazón.
Cruzamos a la otra acera de la Avenida 6 de Agosto o El Prado. Jesús apunta: “Colegio D. Juan Bosco, Universidad Boliviana, Basílica de María Auxiliadora…” en medio de El Prado un homenaje y monumento a Simón Bolívar: “La República agradecida”. Sobre su noble corcel aparecía elegante con su traje militar, peinado y retoques de época al importante personaje para la liberación de los pueblos sudamericanos Simón Bolívar. Y justo en el enorme pedestal y escultura, las banderas de aquellas naciones liberadas por él de la hegemonía y dominio español. Al igual que en Ecuador, a veces nos sentimos como herederos de “torturadores, dictadores y dominantes españoles” al ver y recorrernos tanto simbolismo y recordatorios de las batallas ganadas a los españoles, de las fechas de las mismas y de la liberación y creación de estos nuevos países. Era una extraña sensación. Era como ser alemanes en Israel después de la Segunda Guerra Mundial, quizás no tanto, pero con un mensaje parecido. Pero eso sí, nadie ni nada nos reprochó o tuvo algún pequeño comentario, ni si quiera levemente ofensivo, ante nuestra condición de ser españoles y de la Historia. Al contrario, las fechas y nombres estaban ahí para no olvidar, y no para recordar y reprochar. Los sudamericanos (al menos la población, no sabría decir de los políticos) ya no veían a los españoles como invasores, conquistadores, torturadores, genocidas… como antaño fuimos con ellos; si no como hermanos de otro continente que comparten una lengua y muy pocas ramas de una pequeña raíz. Raíz olvidada, perjudicial y escabrosa.
Ya es mediodía. Hora de comer. Nos aproximamos entonces a aquella fantástica pizzería donde te ponían unas estupendas y enormes “ruedas de carro” como pizzas. Dentro del casi laberíntico grupo de calles que envuelven la calle Sagárnaga, en la escondida calle Mario Jiménez. Muy buena y natural la comida, y como siempre la refrescante y excelente cerveza Paceña con el conquistado y visitado Illimani en su etiqueta.
Después de comer Quique, Infi y Jesús deciden volver al hotel, ya que a las 5 de la tarde habían quedado con Lucio para preparar el ascenso al Huayna Potosí. Y mientras llega la hora, hacer tiempo en las habitaciones y saludar al grupo que debe de regresar hoy de Sajama, yo decidí perderme un poco por el Mercado de Las Brujas en solitario con la excusa de llamar a casa, a España. Y de la calle Mario Jiménez, cojo Sagárnaga arriba, Avenida Illampu, Tarija, Rodríguez. Lentamente camino hasta los numerosos puestos ya vistos por enésima vez pero de los que no me canso curiosear. Lo de siempre: fetos de llama muerta, armadillos disecados, jabón para el amor, aromas y olores para atraer el dinero, hechizos, embrujos… Increíble. La verdad es que necesitaba estar solo durante un tiempo. Solo conmigo mismo sin la presencia de Jesús o mis compañeros, los cuales son heraldos de esos infortunios y fantasmas que vienen de España. Parece que soy uno más en La Paz, un visitante más, un caminante más sin importar de donde venga ni lo que me ha ocurrido a mi o lo acontecido allá de dónde vengo… creo que estos pensamientos eran clave para encontrar esa paz, ese sosiego. Pero no me detengo. Entro en el locutorio que hacía esquina y llamo a España a un coste más bajo que aquellos que habíamos encontrado por los alrededores de los hoteles.
Primero llamo a mi familia, a mi casa. Después a María. Parece que aún me dura el entusiasmo y ánimo por el gran logro conseguido, y lo transmito a mi madre y familia una vez que llamo a casa. Para mí es muy importante comunicarles que he subido a la montaña más alta en lo que llevo de vida subiendo montañas, con un éxito y resultado mejor de lo esperado. Les comento que ha ido todo muy bien, que el esfuerzo, entrenamiento, dificultad… todo ha sido superado con éxito y casi sobradamente. Quizás allá no entiendan lo que significa para mí, comentar tan alegremente el éxito de esta empresa a muchos o todos los niveles, la subida al gran Illimani, pero en el fondo de mi corazón comprendí que con esta hazaña se me abría otra puerta, como ya se abrieron en el Mont Blanc y en el Elbrus, la puerta que me daría acceso a poder conquistar cualquier otra gran montaña (dentro de las posibilidades, condiciones y opciones que elija y vea más adecuadas para mí), pero no cabe duda que me sentía como si pudiera subir cualquier montaña, y realizar cualquier empresa que me propusiera. Eso era lo que significaba para mí el poder contar con tanto entusiasmo y alegría el gran éxito de la subida a la cima del Illimani.
Y ahora venía hablar con María. Está en su casa de campo de Elche. Está atardeciendo y hace calor allí. “¿Cuánto tiempo?” Me alegraba esa expresión porque sentía que me echaba de menos, aunque no lo dijera, y aunque solo fuera un poquito. Le comento la hazaña y actividad en estos días desde la última llamada y contacto. Aunque no lo diga parece que le gusta que le cuente cosas de aquí, pero no cosas superficiales o materiales del país y sus montañas si no referencias mías, místicas, espirituales… que al fin y al cabo es mi forma de describir mis emociones, vivencias en la montaña y a la propia montaña y todo lo que la rodea. Incluso su madre ha preguntado por mí, al igual que su hermana pequeña y su cuñado. Me alegra. Ahora entiendo la necesidad casi obsesiva de formar parte y ser alguien importante en la vida de María. Pero había quedado demostrado, aunque solo sea un poquito, que sí lo era… que sí lo fui. Y es curioso después de tanta lucha y penuria con esos fantasmas, resultó que sí fui una persona muy importante y destacada en su vida… pero la vida no siempre te enseña en ese momento lo que quieres oír o saber, porque quizás sepamos aquello que es importante para cada uno, justo después de que ha pasado… pero bueno. Ahora estaba contento. Los fantasmas alejados, escondidos (pero no desaparecidos) se encogían y perdían importancia entre los sencillos y mágicos puestos del Mercado de Las Brujas mientras volvía al hotel. Me sentía aliviado y contento, solo esperaba que la montaña no me devolviera la inseguridad, el cansancio, el frío, la inquietud, el desasosiego, el sobreesfuerzo… espero que la montaña vuelva a ser la salvadora que siempre ha sido. Ya no quería preocuparme más hasta la vuelta de la Selva. Ya dejé recado que volvería a llamar a la vuelta de nuestras actividades y visita a la Selva (ya que después del Huayna Potosí acababa la alta montaña y comenzábamos la actividad tranquila y apacible en la Reserva de Serere, cerca de Rurrenabaque, en la Selva Amazónica Boliviana).
Siento en los escritos de Jesús que la convivencia entre ambos ya es más difícil. Quizás por mi malestar y mal rollo que casi desde el comienzo de este viaje he ido mostrando con altibajos, con bajadas y subidas con una insoportable forma de ser, quejica, inestable, casi malhumorado… Jesús ya no aguanta más el aguantarme, valga la redundancia. Pero me doy cuenta de que no solo está molesto por mí, por mi actitud (que desde luego no ayuda), si no por el tiempo que ya llevábamos lejos de España, de su familia, de Eva; sobre todo desde que ésta le contó que tuvo que verse con su ex para vender el piso. Esa impotencia al estar tan lejos, el no poder hacer nada ante la distancia… ¿Y si lo necesitaba en esos días? ¿y si quería verlo, hablar con él y no podía? La cabeza se nos llena de hipotéticas resoluciones a cuál de ellas peor… Eva, María ¡¿Qué podíamos hacer?! Una por una cosa, la otra por otra… pero al fin y al cabo inseguridades, malos pensamientos, negatividad… Jesús comenzó a estar harto de mí. Es normal. A pesar de que no hubiéramos tenido estos condicionantes, el estar siempre juntos: comer, dormir, escalar, pasear, desayunar, visitar, hablar… a veces recae en un descubrimiento del compañero o compañera de algo que no te gusta, desprecias o rechazas ¿de qué forma? Con enfados, intolerancia, menosprecio… Después vienen las risas del resto del grupo, diciendo que casi nos comportábamos como una pareja de verdad. Pero para mí alivio veo que no solamente era lo que yo hacía o decía, sino también el recorrerse las mismas calles una y otra vez, ir de compras cada vez que alguien quería comprarse un souvenir… al final descubrimos, ahora que escribo estas líneas, que estábamos muy condicionados por la lejanía de España, de nuestras parejas, situaciones… y que realmente el resto del grupo (menos Trino que desconocíamos si tenía pareja, se supone que estable, conocida y presentada, no) eran parejas o matrimonios, con lo que no sufrirían, en gran parte, nuestras desavenencias.
De todas formas y como he dicho en muchas ocasiones y siempre repetiré, el viaje había que hacerlo. Una experiencia o una posibilidad de tantos éxitos, días, disfrute, vivencias como ésta y en un país como este, no podíamos dejar de perder la ocasión. Y si tuviera que volver a hacerlo, a repetirlo, a este país o cualquier otro, sin duda, mi compañero de viaje volvería a ser Jesús Santana.
Después de mis andanzas, pensamientos y deambulos por las calles de La Paz, del Mercado de Las Brujas, vuelvo al hotel. Ya han hablado, contratado y quedado con Lucio para mañana irnos al Huayna Potosí; y ya habían vuelto el grupo de Sajama al hotel. Hablando con alguno de ellos, desde los más valientes y audaces en la montaña hasta los más prudentes, todos coincidían al unísono en lo mismo: desde que llegaron a la región, el frío era mortífero, gélido, siberiano, pero a medida que intentaban aclimatarse, hacer alguna actividad en la alta montaña, el frío y la fuerza del viento se acentuaban especialmente a límites extremos y condiciones casi antárticas. Subiendo al Parinacota, un volcán de unos seis mil trescientos metros, al amanecer tuvieron que bajarse en la cota cinco mil novecientos por el viento y el frío mencionados. Se les helaba casi literalmente las manos y los pies. Pero después las malas y congeladas condiciones se trasladaron al resto de la región de Sajama, a la misma población, al Campo Base del Sajama (hasta el que llegaron…); en la carretera vieron como un camión, casi un tráiler, estaba volcado de costado a causa del fuerte viento, y su movilidad se había movido muy peligrosamente en la carretera, en el camino mientras todos estaban dentro y viajando, a causa del fortísimo viento también… o sea, una verdadera odisea. No pudieron hacer ninguna cumbre, casi se quedan todos helados, no podían ni salir a la calle, afuera de las tiendas por culpa del fuerte viento y el intenso frío… solo tuvieron un respiro para bañarse en las calientes aguas de baños termales al aire libre, con las vistas de la mole del Sajama como fondo. Una foto muy contrastada ver a la gente con bañador y bikini dentro del agua, y al resto que no se baña rodeándoles con ropa y abrigados de pies a cabeza. Increíble. Por suerte ese frío no fue el del Illimani ni Condoriri ¡Qué horror!
Nos ha convencido su historia. A Quique le ha convencido. Verdaderamente había que irse de allí, volver a La Paz y olvidarse del Sajama. Estaba impracticable, imposible. El Niño ha actuado con energía en aquella zona, en aquella región; la bajada anormal de temperaturas allí ha sido bestial. Aunque suponemos que será algo temporal; que no siempre estará así, con ese frío y viento, el resto de la temporada.
Después de las charlas y decisiones para saber que hacer lo que queda de tiempo hasta el día de ir a la Selva, al anularse la actividad por Sajama el grupo decide acompañarnos para hacer el Huayna. Pero en lugar de salir mañana con nosotros, lo haría pasado mañana. Así tendrían un día entero de descanso en La Paz. Parece que al final todos juntos disfrutaremos de una actividad en común en la alta montaña. Extraordinario. Aunque en la Selva estaremos todos juntos mínimo 5 días. 3 pasaremos en el Huayna Potosí con Lucio al final: la aclimatación y preparación irá muy poco a poco dentro de los límites del tiempo que hace falta. Lucio quiere llevarse a Quique e Infi a hacer prácticas antes de subir a la montaña. A Jesús y a mí no nos hace falta, creo, después de nuestra aclimatación y experiencia que ya llevamos en nuestra estancia en este increíble país como es Bolivia.
Pero después de tantos días de montaña, de esfuerzos, de frío, de planteamientos, planes, organizaciones… “sufrimientos” y recompensas, y por qué no decirlo, algo de “aguantable y respetable estrés”, nos merecíamos unas horitas de fiesta, de diversión, de olvido, de compenetración y complicidad, de amistad fuera de la montaña; unos grados de alcohol y algo de desinhibición, nos vendrá muy bien: 7 de agosto, San Cayetano y el cumpleaños de David Soriano, hemos reservado en el Luna’s para los 13 que somos… pasaremos una noche genial. Cenamos en el mismo Luna’s y David ha comprado una tarta de chocolate que, llegado a un determinado momento que ya ha repartido entre nosotros, comienza a repartir con el resto de clientes, desconocidos nuestros, del Luna’s; con una naturalidad, gracia y sinvergonzonería casi encomiable y a la vez provocadora. Fascinante y divertido. Las chicas han comprado sombreros de fiestas: azules para los chicos y rosas para las chicas, nos los ponemos a mitad de la cena cuando los efectos de la Paceña y de una botella de Ron Habana de 7 años (después de la cena) hacen su efecto desinhibidor y gracioso, y el sentido del ridículo y la vergüenza se convierten en alegría, complicidad, risas y desconexiones momentáneas entre nuestro cerebro primitivo y el racional más evolucionado ¡Genial! ¡Qué bien nos lo pasamos!
Salimos del Café Luna’s y preguntamos por alguna discoteca cercana. Nos hacemos fotos en la calle todo el grupo. Parecemos de una despedida de soltero, bebidos y desmadrados; muy alegres, divertidos y sonrientes. Por fin subimos a una especie de disco-pub que está en un primer piso haciendo esquina muy cerca del Luna’s. El color verde oscuro y fosforito, y una música nada conocida, de fiesta, de grupos andinos pero modernos, es lo que más me llama la atención, y casi lo único que recuerdo. Música alta y cubatas con el ron comprado por David. Hay algunos otros clientes que van muy borrachos y se acercan al grupo intentando decirnos algo, pero sin entenderse nada. “Estos bolivianos no saben beber” piensa Jesús. Otros, más conscientes, se sorprenden al ver al grupo de fiesta, bailando y desinhibido ¡Magnífico! ¡Lo pasamos genial, estupendo!
Después de 15 días realmente necesitábamos tener estas horas de fiesta, de alegría y celebración entre todo el grupo. Ahuyentamos los fantasmas, hacemos más fuertes los lazos de unión entre nosotros, y por unos momentos olvidamos o superamos la distancia de tiempo y longitud que nos separan de nuestros seres queridos en Alicante. Lo hemos pasado muy bien. Cansados y ya con la noche muy echada encima casi entrando en la madrugada, decidimos comenzar a caminar de vuelta al hotel por las calles de La Paz, ahora solitarias bajo la noche cerrada. Parece que ya nos conocemos las calles como si fuéramos aborígenes de la ciudad, no nos da miedo la soledad y oscuridad de las mismas, nos sentimos dueños y señores de todo lo que se mueve o está inerte a nuestro alrededor, sin miedo y con mucha nobleza… ¡¿Será el efecto del alcohol?! Hemos visitado la mágica Isla del Sol en el misterioso Titicaca, recorrido las extraordinarias murallas de Tiwanako, pisado las cimas de algunas montañas más altas y hermosas del país… no pasará nada si nos sentimos los hombres más duros, fuertes y valientes por unas horas… al menos hasta que nos metamos en la cama en el hotel… espero no tener resaca mañana.