Nos levantamos Jesús y yo. Parece que tenemos algo de resaca, pero anoche fue fenomenal, genial; el pequeño sufrimiento y mal trago de la resaca vale la pena a cambio de otra noche de risas, alegría y juerga como ésta. Desayunamos solos arriba en el comedor. El resto de los amigos descansan; es su día de descanso en La Paz, mañana los veremos en las faldas del Huayna.
Hacemos las mochilas y bajamos a recepción del hotel para chequear estos días que hemos estado. Nos reunimos aquí con Quique e Infi y también hemos quedado con Lucio. No hace falta buscar más guías ni perder más tiempo, que no tenemos, en negociar la última expedición a una gran montaña: Lucio es nuestro hombre. Cargamos su coche medio todoterreno medio ranchera amarilla con todas las mochilas, hierros y otros utensilios. Esta vez somos 4 en lugar de 2 y el coche va sobrecargado, sobreesforzado y en algunas de las empinadas calles de La Paz le cuesta andar y tenemos que bajar, en alguna ocasión, graciosamente a empujar al viejo y pobre coche cargado. De nuevo Lucio repite música. No me corto: “Lucio ¿no tienes otro c.d. de música?” Y Jesús detrás mío en el asiento del coche le da un golpe a mi asiento molesto por mi actitud desagradable. Tampoco se corta ya. Lucio parece que no hace caso o hace como que no ha entendido y no va la cosa con él. La tensión entre Jesús y yo es latente. Mucho tiempo muy juntos y con sufrimientos parecidos, por la distancia de aquellos seres queridos con y sin “fantasmas” merodeando. Yo, interiormente, me echo la culpa a mí, pero es inevitable, poco o nada controlable mi desagradable y despreciable actitud, no puedo hacer nada… pero ahora sé que Jesús, contando que también estaba pinchado por mí, tenía su propia rabia, y en estos días comenzaba a fluir y a desahogarse.
Subimos a El Alto de nuevo. Recogemos a Marcela, la cocinera, nuestra cocinera, y compramos un pollo frito para comer. Y ya desde aquí salimos camino del hermoso e impresionante Huayna Potosí. No es el mismo camino de tierra que cogimos para ir a Condoriri, éste está más cerca de La Paz, pero aun así polvoriento, terroso, largo e incómodo como el otro.
Me da la impresión de que al final Quique e Infi están muy ilusionados con esta salida al Huayna. Más que nada porque estamos los 4 juntos, igual que en tantos otros viajes. Hace tiempo que Infi la contamos como una especie de “extensión” de Quique; sabiendo que en años anteriores no estaba con nosotros en el Mont Blanc, Elbrus, ni en nuestras salidas por Sierra Nevada, Pirineos… sentimos de alguna manera como que siempre estuvo aquí con nosotros, como que siempre habíamos sido 4. Parece algo sobrenatural pero mágico a la vez; una sensación fantástica de amistad y compañerismo. Realmente comienza a surgir de mí una sosegada, hermosa, plácida y alegre sensación ahora que estamos los 4: da la sensación que estamos en Alicante y que estamos haciendo una salida normal, habitual, a las montañas alicantinas. Flashes de animada y alegre nostalgia aparece en mi mente, entre los fantasmas y las desavenencias mentales que estoy teniendo en esta expedición y que no me dejan disfrutar como me hubiera gustado ¡Maldita sea! Ni aún ahora estando los 4 me dejan en paz esas comeduras de coco, esos pensamientos engañinos, infieles, desagradables, deprimentes que me hacen sufrir.
El camino de tierra ancho pero largo, parece que ya deja atrás El Alto, La Paz, y se adentra en el árido, frío y desértico altiplano andino. Llega un momento en que llegamos a un cruce y un puesto militar. Es curioso que en medio de esta nada, sin fronteras, sin ciudades, poblaciones ¡Casas!… nada, haya un puesto como vigilancia, como aduanero ¿Querían controlar a la gente que se acerca a estas montañas? Desde las garitas nos piden los pasaportes, Lucio los recoge y se los entrega al guardia. Debemos registrarnos para entrar en esta parte del país, o para acercarnos a las montañas, ya que no solamente es el camino al Huayna, también a CHacaltaya y otros. Bajamos a estirar las piernas y nos acercamos al límite del camino que a partir de aquí gira para introducirse en el valle en las faldas derechas del Huayna. Hay un poste con dos carteles: “Zongo, CHacaltaya”, y al fondo ya se divisa la impresionante, altiva y blanca mole del Huayna Potosí: la tierra comienza a elevarse desde la horizontal llanura y de repente se verticaliza, se agresta, como en Condoriri, tiene la mole más alta o principal en el centro y de ella caen dos brazos a cada lado como si fueran las alas del Condor (pero esta vez en el Huayna), el brazo de la izquierda más blanco, vertical y no tan agreste, el brazo de la derecha más rocoso, más en sombra, alpino, altivo y agreste, en el centro un excepcional y enorme glaciar colgante sobre un plateau ancho de blanca nieve ligeramente inclinado hacia la izquierda, salvados por una barrera rocosa contrastada por las sombras y la blanca nieve, y arriba del todo un extraordinario “capuchón” picudo, altivo, de vertientes verticales y cresteríos de hielo y nieve en sus diferentes vertientes… Impresionante, hermoso y extraordinario. El contraste entre el plácido, horizontal y llano desierto del altiplano, marrón, seco, inerte, contrasta increíblemente con las enérgicas vertientes, agrestes, verticales, altivas, blancas y brillantes del Huayna. Un contraste poderoso, llamativo, extraordinario y asombroso… a veces da la sensación de no ser algo natural, como si algún Dios caprichoso hubiera querido poner esta viva, formidable y blanca montaña en medio del desierto, del altiplano andino, y a lo lejos aparece como un pegote de extraordinaria belleza y contraste. Aunque el contraste se hace mayor cuando pasamos junto a 2 lagunas de aguas azul oscura, sobresalientes y enérgicas. El agua da un toque de vida, de color, a este marrón muerto del altiplano andino ¡Impresionante!
Seguimos por el polvoriento, terroso y árido camino acercándonos cada vez más a la falda derecha de la montaña. Debemos cerrar las ventanillas y taparnos la boca porque este polvo se cuela por cualquier sitio y nos asfixia la respiración. Pasamos otra barrera. Y yo sigo haciendo fotos con la cámara que me dio Tomás del espectacular Huayna Potosí cada vez más cerca. Cerca o casi pagado al camino paramos junto a un lugar, una ladera, una loma del terreno, que cada vez se va inclinando más, con decenas o cientos de casitas pequeñitas como si fueran “casas de perro” pero más pequeñas aún, iguales, puestas desordenadas en la loma con una pequeña cruz algunas y otras no, con una puertecita sin ventana mirando al camino. No sabíamos que era ese lugar, que representaba, el por qué de esas casitas en medio de la nada… Entonces no se si fue en ese momento que nos explicó Lucio o al cabo de unos días en La Paz que vimos la misma imagen en una postal, nos enteramos de que eso era un cementerio y cada casita una tumba ¡Excepcional! Con la imagen del fondo del Huayna, dando un aspecto siniestro, casi macabro, curioso y asombroso a la vez; me recordó a aquel cementerio de Zermatt lleno de montañeros y alpinistas muertos con vistas al espectacular Cervino allá arriba. Pero este cementerio no era de montañeros ni excursionistas muertos al Huayna, creo, o al menos no en su mayoría, es un simple y sencillo cementerio de los aborígenes del lugar. El saber por qué estaba aquí en medio de la nada con vistas al impresionante Huayna, aunque de espaldas a él, es lo que no escrutaríamos al final; seguramente debe de haber algún motivo mágico, excepcional de costumbres o tradición Aymara que desconocemos para su curiosa ubicación. Increíble.
Por fin Lucio para el coche junto a una construcción. Una casa que parece está en obras; con piedras sueltas por todos lados, arena, herramientas de construcción. Acampamos aquí. Ya estamos en las laderas, faldas del Huayna Potosí. Es un solar. No es un sitio bonito este: artificial y labrado por las máquinas que hacen los caminos; pero montamos las tiendas: Quique e Infi la suya de North Face amarilla, y Jesús y yo la nuestra roja habitual. Las sombras se apropian de nuevo de mi carácter y personalidad, soy insoportable, pero Jesús ya no me pasará una más. Un buen corte: “¡¿Qué te pasa en la boca?!” (deja de quejarte y decir sandeces). Tiene razón. Me lo merezco por desagradable… acabamos de montar las tiendas ¡¿Qué voy a hacer con estas sombras y fantasmas?! ¡¿Me alejaran de mis incondicionales amigos al final?!…
Comemos el pollo sentados sobre unas piedras. La finca vallada junto a la que hemos acampado es una estación sismológica, guardada por una tía de Lucio. La verdad es que el sitio es feo. Debemos estar a unos 4.800 metros de altitud. Siguiendo el camino, nos deriva en una construcción que nunca veremos, solo por las guías de internet: es el Refugio del Huayna Potosí. Un lugar más acorde para comenzar una actividad o ascensión de alta montaña.
Después de comer Lucio queda con nosotros para acercarnos al Glaciar Viejo, camino del Huayna, y hacer prácticas de escalada en hielo, reuniones, autodetención… pero al final decido de no ir yo y pasarme la aburrida tarde andina meditando y reflexionando en la inmensa soledad del lugar. Veo pasar las horas frente a un paisaje desolado, feo el cercano, pero intenso y apacible el lejano. Desde aquí no se ve muy bien la montaña, ni ésta, ni las de alrededor, solo la vasta extensión hacia el oeste o suroeste por donde venía el camino que hemos cogido desde La Paz para llegar aquí. Reflexiones en la soledad del altiplano alpino ¿Lucha contra mis fantasmas? ¿Recuerdos del amor y la familia lejana? ¿Inseguridad de no poder hacer ni controlar a miles de kilómetros de distancia?… o solo un intento de tener calma, de enfrentarme a mis quejas, pensamientos… o el preguntarme ¿Qué me pasa y cuando duraría esto?… Bueno. Calma, recogimiento, cuando las horas pasan lentas y no pasa nada a tu alrededor, cuando lo único que se mueven son las luces y las sombras de un sol caminante en el horizonte, el Alma se estremece, se sosiega, languidece ante la misma soledad, peor que la muerte, peor que una tortura es la soledad del Alma, de depresión de la mente. Realmente no hay algo significante de lo que hay que explicar en lo acontecido en esa tarde, solo que ese tiempo en soledad me ayudó a poner algo de orden en mi alocada mente.
Vuelven los compañeros de hacer las prácticas. Se lo han pasado en grande y han aprendido mucho con Lucio. Lo veré en las fotos que me enseñen. Estoy contento de que Infi esté aquí con nosotros, va a ser otra formidable aventura tanto para ella como para nosotros; pero como ella se inició en la montaña con nosotros me da la impresión de que parecemos sus maestros, sus hermanos mayores en la montaña, sus protectores y los magos que le enseñamos la magia de estos lugares. Responsables de sus asombros y esfuerzos. Vida y experiencias, grandes experiencias gracias a los tres compañeros de Grandes Montañas. Me ilusiona.
Merendamos. La tarde avanza aburrida, lenta o rápida según las veces que se mire el reloj, hacia una noche muy oscura y muy fría. No hay nada que hacer ya. Al tiempo cenamos y antes de que el frio se interne y nos invada los huesos de nuevo nos metemos en los sacos de plumas, calentitos, compañeros y restauradores de calor. Imprescindible y salvadores por estos lares. Mañana toca la subida al campamento de altura que su nombre inglés nos dice algo de donde está ubicado y como es: “Camp Rock” a unos 5.250 metros de altitud; pero será una marcha fácil, tranquila, corta, poco esforzada, entre lenguas glaciares y gigantescas morrenas llenas de piedras y guijarros sueltos en la que han excavado un perfecto sendero, una verdadera “autopista” para nosotros… Jesús y yo estamos aclimatados, la marcha será fácil y yo estaré mejor mañana. Espero. Lo necesito ¿De nuevo una cima con dudoso éxito? No creo. Mi fortaleza de espíritu, de voluntad y pasión, está por encima de estas tonterías que me atormentan. Mañana nos reuniremos con el resto del grupo. Seremos muchos de nosotros en este campo de altura. Todo gira poco a poco a que las cosas se arreglen, se estabilicen… estos días de montaña serán extraordinarios. Duermo junto a mi incondicional y sufridor gran compañero de grandes montañas… tengo miedo a que se rompa esta unión con la montaña y todo lo que la rodea y envuelve mi mundo, romper con los amigos… con Jesús… pero seguro que no ocurrirá, de hecho, Nunca deberá ocurrir, porque mi Alma está ligada a ellos, a la Montaña, y ello sería quedarse sin Alma, convertirme en un zombi, Muerto en Vida…