Relato sacado de un artículo ALMORADI – EL ECUADOR. UN PASEO POR LA AVENIDA DE LOS VOLCANES escrito con el mismo título en el número 72 de la desaparecida revista Sismógrafo, Magazine de Cultura y Ocio, en febrero de 2.007:
El Ecuador es el único país de Sudamérica donde sus grandes montañas andinas son todo volcanes, alineados de tal manera que Humboldt ya llamó a aquella región “La Avenida de Los Volcanes”.
Como cada año salimos de nuestras casas para recorrer lugares y montañas lejanas, altas y sobresalientes. Este año, mi compañero Jesús Santana y yo, que pertenecemos al Centro Excursionista Almoradí decidimos “cruzar el charco2 y visitar la mítica y exótica cordillera andina, a su paso por el Ecuador.
Quito: amplia, con pocos edificios altos concentrados en el barrio más nuevo de la ciudad, La Mariscal o Gringolandia para los ecuatorianos. Muchos hoteles baratos y no tan baratos ofrecen sus servicios a los recién llegados; si eres un poco hippy, te recomendamos El Cafecito, un lugar barato, acogedor, donde se come muy bien.
Para salir de aquí a cualquier parte del país lo más cómodo y usual es coger un autobús. Nuestro siguiente objetivo es un hostal cercano a Riobamba, así que nos acercaremos a la Estación Terminal Terrestre donde cogemos algunos de los muy coloridos y variados vehículos. De Quito a Riobamba puede haber unas dos horas y media a tres horas, según lo rápido que vaya el autobús. Entre ellos hacen carreras para ver quien llega antes al destino. Unos veinte minutos antes de llegar a Riobamba paramos en medio de la noche en un páramo oscuro y solitario. Cayéndonos una especie de lluvia negra del cielo, llegamos casi perdidos a la Posada de la Estación de Urbina. Esta incesante lluvia son las cenizas del Volcán Tungurahua que en estos días está en plena erupción. Algo espectacular que nosotros nunca antes hemos visto.
Nuestros objetivos: subir las dos montañas más altas de Ecuador, el Cotopaxi (5.897 mts.) y el Chimborazo (6.310 mts.). Estamos a unos 3.600 metros de altitud y situados estratégicamente entre el Chimborazo, Carihuayrazo y el Igualata. Antes debemos aclimatarnos a la altitud y por ello realizamos varios trekkings y subidas a las montañas cercanas. Durante estas actividades llegamos a ver en directo una terrible, enorme erupción del Volcán Tungurahua, saliendo de sus entrañas gran cantidad de polvo, cenizas y tierra.
Pero no todo es montaña y sufrimiento. Entre montaña y montaña nos da tiempo a hacer algo de turismo por el país: visitamos Guamote, a unos kilómetros al sur de Riobamba. Un pueblecito en el que cada jueves hay un mercado indígena de los más visitados. También vemos Riobamba, denominada la “Sultana de Los Andes”, por que la rodean cuatro montañas de más de cinco mil metros y una de más de seis mil. Es una ciudad con edificios de arquitectura colonial, cuadriculada, que alberga pequeños tesoros y escondites. Para desplazarnos solo tenemos que esperar que pase un autobús en dirección a Riobamba. Éstos paran en cualquier lugar de la carretera, desesperados por coger clientela. En Riobamba, en su Terminal Terrestre, solo tenemos que preguntarle a cualquiera que grite sin parar: “Guamote, Guamote, Guamote…”
Viendo que ya estamos preparados, Rodrigo, nuestro guía, nos lleva hasta la cara sur del Volcán Cotopaxi: en vez de subir por la habitual y marcada cara norte, nos ha sugerido subir el volcán por la cara sur. Cerca de Latacunga y Lasso, el Volcán Cotopaxi aparece como un enorme cono perfecto, rodeado de nubes que no dejan apreciar la blancura de sus nieves y glaciares. Enorme y grandioso domina todo el horizonte como un gigante sentado en su trono de piedra y cenizas.
Después de aproximadamente dos horas y media llegamos al Campo Bajo de la cara sur del Cotopaxi, a unos 4.000 mts. El volcán aún queda lejos, pero el sitio es idílico y bonito, aunque en nuestra cabaña tengamos que calentarnos con un peligroso lanzallamas. Debemos subir al Campo Alto situado a unos 4.805 mts. de altitud por unas pendientes de arenas, páramos de cenizas y tierra volcánica. En unas dos horas llegamos ahí, el campo se compone de unas “carpas” enormes de lonas y plásticos amarillos, desde luego nada acogedor y lóbrego. Nos sentimos como en una película de ciencia ficción sobre Marte.
Nos levantamos muy de madrugada para hacer la intentona a la cumbre; subiendo por el filo de una morrena que nos llevará irremediablemente hasta la entrada al extenso glaciar. Aun con toda la oscuridad de la noche paramos en mitad de la subida. Delfín, el guía, no sabe por dónde sigue el camino, el glaciar ha cambiado sus formas y lo que el año pasado era una subida sencilla este año se ha convertido en impracticable. Esperamos a que amanezca para poder ver el camino, pero al mal tiempo, el “viento blanco”, la ventisca arrecia justo con las primeras luces y nos obliga a volver. Hemos estado a unos 200 mts. de la cumbre, a una media hora de pisar la cima.
No nos amedrentamos; al cabo de unos días volvemos con otro guía que sí sube habitualmente el volcán por la cara sur. Estamos en el Campo Bajo pero hace mal tiempo, llueve sin parar, no muy fuerte pero constante; y la lluvia a partir de 4.300-4.400 mts. se convierte en nieve. Parece que el Cotopaxi quiere poner a prueba nuestra paciencia. Esperamos a que pare de llover para poder subir al Campo Alto y de allí poder subir al ansiado volcán. Si no mejora el tiempo y no podemos subir al Campo Alto, como muy a malas, subiremos desde el Campo Bajo. Es algo impensable en esos momentos, es un desnivel de 1.900 mts. para subir una montaña de cerca de 6.000 mts.
Sobre las 23:00 horas nos levantamos, nos vestimos y desayunamos para sobre las 00:00 horas empezar la subida: en poco tiempo llegamos al Campo Alto, completamente nevado. Seguimos subiendo por la misma morrena para adentrarnos en el glaciar. Manuel, el guía, nos lleva a toda pastilla sin zigzaguear por la empinadísima pendiente helada del volcán. Se hace de día, las nubes pasan por las laderas. En los últimos 150 metros no puedo más, el esfuerzo ha sido terrible y la velocidad exagerada. Llegamos por fin a la entrada del inmenso cráter del volcán. En algo más de siete horas y media hemos llegado a la cima ¡una locura! Descansamos un poco y al rato subimos unos pocos metros de la enorme seta de nieve y hielo que es la cumbre sur del volcán. Estamos a 5.880 mts., 17 metros menos que la cumbre norte enfrente nuestra. La vista es majestuosa: el enorme cráter tiene casi un kilómetro de diámetro y unos 300 metros de profundidad, formando una circunferencia perfecta, helada. Fumarolas salen del cráter; huele a huevos podridos, es el azufre. Rodrigo nos dice que se está recalentando y que en una ladera del volcán se ha derretido totalmente el glaciar. La bajada tranquila pero larga; de noche no se ve lo que se sube y de día te das cuenta de lo que has andado. La nieve abundante ha abordado el Campo Alto cubriéndolo todo y casi llega a media hora del Campo Bajo; una vez aquí cogemos la “ranchera” de Rodrigo para volver a Urbina.
Para subir al Chimborazo entramos al Parque Nacional; hay que pagar unos 5 dólares y dejar el coche en la puerta del refugio. Estamos ya a unos 4.800 mts. y debemos subir, esta vez andando, al Refugio Edward Whymper que se encuentra a unos 5.000 mts. Los refugios son acogedores, con no demasiados lujos, pero muy buenos para pasar la noche e ir aclimatándose. Desde este último refugio el Chimborazo nos muestra su cara más tenebrosa con El Castillo (unas agujas y paredes inestables) a la izquierda, y la alta y helada cumbre Veintimilla (6.250 mts.) a la derecha. Los glaciares grisáceos, teñidos por las cenizas del Tungurahua, siguen en su lento pero cada vez más notable retroceso; aparte del cambio climático también y en mayor grado la oscura ceniza posada en sus superficies acelera el proceso de deshacerse el hielo. Admiramos la imagen también soberbia del murallón que forma por este lado la montaña: laderas grises, oscuras y marrones de la tierra volcánica en contraste con unos glaciares enfermos, grises pero resplandecientes a la luz del atardecer.
Nos levantamos sobre las 22:20 horas después de no haber dormido casi nada y mal. Sobre las 23:30 emprendemos la subida a la montaña más alta de Ecuador y de toda América hacia el norte. Nos acompaña Rodrigo, Fabián, el guarda del Refugio Whymper, éstos en una cordada, y nosotros dos junto con Eloy, el guía, en otra. Esta es su 211 subida al Chimborazo. Hay que salir muy temprano, pasar bajo El Castillo es muy peligroso por la caída de rocas la deshacerse el hielo al amanecer. Más arriba llegamos al glaciar en forma de tobogán, algo peligroso, que Eloy nos hace cruzar casi corriendo. Ya en la cresta el glaciar ha retrocedido tanto que para volver a subirnos en sus lomos tenemos que escalar un poco en la pared de hielo con los piolets técnicos ¡¿Por qué me habré dejado el otro piolet en Urbina?! Subir por las laderas increíblemente empinadas del glaciar cansa mucho. Estoy muy agotado y Eloy no para de estirarnos de la cuerda para subir. Bajo nuestros pies oímos como cruje el hielo con un asustadizo ¡Crak!, pensando que se va a romper y a colarte en una grieta, acordándote de que lo verdaderamente peligroso del Chimborazo son sus aludes de placa de hielo. Amanece y al rato llegamos a la esperada y ansiada cumbre Veintimilla. Descansamos un buen rato para luego cumbrear hasta la Whymper. Ya hemos llegado a la cima. Estamos a 6.310 mts. de altitud, son aproximadamente las 7 de la mañana y yo me pregunto cómo me bajarían de aquí. Le doy la maltrecha cámara de fotos a Rodrigo; yo no tengo fuerzas ni para respirar, estoy tan cansado que solo quiero descansar y dormir.
Bajando, en la cumbre Veintimilla, Eloy me da un par de aspirinas; se ve que este guía todo lo soluciona con aspirinas. Pero realmente me va haciendo efecto y la bajada es de lujo; ahora soy yo el que tira de la cuerda. Tenemos que rapelar la pared de hielo que por la noche tuvimos que escalar, y al llegar a la cresta de El Castillo bajamos por el lado contrario destrepando un poco, para no coger la peligrosa zona de caídas de piedras junto al glaciar que nosotros llamamos de los alemanes porque hace pocos días encontraron los cuerpos de dos alemanes que se mataron el enero pasado. Luego damos una formidable vuelta al macizo de la montaña, en la que vemos una vicuña (la parienta salvaje de llamas y alpacas), para llegar al coche sobre las 15:30 horas.
Hemos conseguido nuestros principales objetivos en poco más de dos semanas. Algo increíble no solo por la hazaña en sí, si no por las experiencias, los paisajes, las anécdotas… todo. Acompañados siempre de la mejor gente que podíamos tener. Después de estas maravillosas y geniales aventuras decidimos que ya está bien de montaña y que queremos ver la selva amazónica ecuatoriana.
La zona de selva más cercana es la de los alrededores de Macas. Así que cogemos otro autobús en Riobamba cargado hasta los topes; vertiginoso y en ocasiones más peligroso que la propia montaña pero que recorre lugares hermosos de selva, lo que llaman “rain forest” del Parque Nacional de Sangay (otro volcán), envuelto en brumas, lluvia, humedad y vida.
Por fin llegamos a Macas. En el bonito pueblo buscamos un sitio donde hospedarnos. Marcelo es el guía de la etnia Shuar que habita en la selva. Nos lleva a hacer una bonita, atractiva y divertida marcha por la selva. Andando por la Reserva de Nantar, subimos a un mirador para apreciar la enormidad de la selva amazónica, montamos en canoa por el río Yuquipa, vemos árboles con más de 200 años de antigüedad cuyas raíces te encuentras 100 metros antes de llegar al tronco, insectos gigantes, mariposas gigantes… Pasamos la noche en una típica cabaña Shuar y al atardecer una magnífica tormenta con todo su colorido y belleza se ha formado sobre nosotros. Es una experiencia fabulosa, increíble, muy grata y recomendada para todo el mundo… ¡Si no fuera por la de vacunas que te tienes que poner para ir!
Así con este dulce sabor de boca que nos deja la selva volvemos a Quito para en pocos días regresar a España. Aprendemos muchas cosas en este viaje, y aún nos quedan muchas otras cosas por ver y hacer en Ecuador; seguro que algún día volveremos.
J. Joaquín Terrés