De nuevo otro gran día de buen tiempo y frío amanece en las faldas de una gran montaña en este místico y encantador país como es Bolivia, en las faldas de este Huayna Potosí. Parece que hoy el humor será diferente, los ánimos serán más latentes y exaltados, la alegría y simpatía intentarán ser la nota predominante, los fantasmas desaparecen por unos días, e intentaré enterrar el hacha de guerra conmigo mismo y con el mundo que me rodea… ¡Tengo que disfrutar! ¡Este será un viaje, una expedición irrepetible! Y debo aprovecharlo.
Nos levantamos sobre las 8 de la mañana y desayunamos sentados en las mismas piedras y rocas en el “campo base” improvisado mientras hacemos mochilas, nos equipamos y seguidamente desmontamos las tiendas. Todo tranquilamente. Justo al tiempo llegan el resto de nuestros compañeros para partir todos juntos hacia el campamento de altura del Huayna. Todos menos Edu y Carmen que se han quedado en La Paz y pretendían hacer otra actividad. El resto del grupo, Ballester, Javi, David… llegaran a un acuerdo con Lucio para contratarlo como cocinero, transporte… pero solamente será guía de Quique e Infi en la subida al Huayna. Me hace ilusión estar de nuevo todos juntos para hacer una actividad de convivencia, esfuerzos y espectacularidad de esta envergadura: subir una gran montaña. El grupo unido, juntos, con amigos montañeros de siempre pero con los que nunca había compartido, realizado una gran actividad como esta (quitando la visita a Los Condoriri), hacía que me sintiera parte importante del mismo, acostumbrado a hacer este tipo de expediciones veraniegas, hacía que los fantasmas y malos rollos se alejaran de mi perturbada mente. Era increíble. Supongo que el efecto no era el mismo con mis compañeros habituales de grandes montañas, Quique y Jesús, quizás por culpa de la misma rutina de conocernos, de haber compartido muchos viajes y aventuras… y el resto de grupo era la novedad, lo nuevo, y que encajara todo tan bien, era increíble, magnífico. Parecía un instinto egoísta de nuestra parte del cerebro más primitivo: “el caerle bien o ser aceptado por otro grupo” superior (a nivel de que tienen más viajes y experiencias a sus espaldas). Pero si hacemos caso al cerebro más pragmático, racional y emocional, sin duda elijo a mis compañeros habituales, incondicionales de siempre con los que he compartido estas y otras aventuras, Jesús, Quique, Infi… sin dudarlo… sin dudarlo.
Todos partimos juntos en dirección al campamento de altura: Camp Rock. El día es genial, soleado y bueno, y la senda casi una autopista sin pérdida, ancha, excelente. Al principio el camino es horizontal, casi llano, y cruza algunas partes de la falda de la montaña en dirección a una gran morrena, que después se transforma en espolón y que nos subirá al mismo campamento de altura. Estas partes son los terrenos que los grandes glaciares dejaron hace años con su irremediable proceso de retroceso; por ello a la izquierda nos iban quedando las indicaciones al Glaciar Viejo y a alguna laguna excavada hace cientos de años por el mismo. No lo apreciábamos pero al fondo izquierda quedarían todos estos lugares, mientras enfrente, hacia donde se dirigía la senda, se erguía una gigantesca morrena de tierra suelta, piedras grandes y pequeñas que nos acercará hasta el espolón que nos sube al Campamento Alto del Huayna. Esta morrena es como si fuera una extensión del mismo espolón. Y las vistas antes de llegar a los pies de la morrena eran increíbles…
Caminar por el fondo del valle que se abre entre una grandiosa barrera de paredes verticales pero de roca cortada con neveritos a la izquierda del mismo. Pero el paisaje que más te sorprende e impacta son aquellas dos puntas en lo más alto de la montaña rodeadas de un blanco inmaculado terreno nevado, helado por el frio meteoro y por escondidos y grandiosos glaciares bajo él. Algunas cornisas, sobre todo a la derecha, de estos altos apéndices, grandes, desafiantes, que forman hongos de cimas suaves, redondeadas, o laderas verticales, paredes blancas heladas con muy poco o nada espacio para que sobresalga la roca gris, oscura y desnuda. De entre los altos piquitos me parece que ninguno de los dos llegaba a ser la alta cima de más de seis mil metros de altitud del Huayna… si acaso la puntita de la derecha que parecía quedar como más atrás, al fondo, coronada por pocas roquitas también. La perspectiva de la montaña desde aquí hacia parecer que estas dos puntitas parecieran que tuvieran la misma altura, pero la realidad era bien diferente. Debajo de la parte más alta la montaña se va ensanchando y aparece una gran ladera blanca, nevada, suave casi horizontal, como si fuera un gran plateau desde el cual van cayendo a derecha e izquierda en cascada (sobre todo izquierda) los quebradizos glaciares rotos en seracs como si fueran gigantescos escalones, dados, cubos cuadrados, rectangulares, que hacen resquebrajar, romper los glaciares a medida que van bajando por los vallecillos y laderas más empinadas. Uno de ellos, el de la izquierda, es el que acaba en una laguna, y es el que llaman Glaciar Viejo visitado ayer por mis compañeros para hacer sus prácticas. A medida que vayamos subiendo por la morrena y el espolón antes nombrados, admiraremos a nuestra izquierda y al fondo del valle la enorme, gruesa y espectacular masa gigantesca de hielo, gris, azulado, sucio o blanco según su parte, que es el Glaciar Viejo, que baja desde las mismas altas laderas cimeras del Huayna. Impresionante. Pero en medio del parecido plateau que hemos nombrado antes, una especie de ladera rocosa sin nieve abundante que se verticaliza y ensancha a medida que baja por la ladera, como si fuera una pirámide o triángulo, dejando la nieve y glaciares arriba, acabando en terrenos pedregosos, rocosos, de piedras grises, oscuras con muy poca nieve que acaba en las grandes extensiones de tierra grisácea, polvorienta de un color más claro, muy amplios que son las morrenas que bordean estos vallecillos, espolones, al Glaciar Viejo y será lo que más pisemos hasta llegar a las rocas de la parte más vertical del espolón que nos sube al Campamento de Altura. Como os podéis imaginar un paisaje y espectáculo soberbio, grandioso, hermoso, magnífico. Una blanca y alta, grandiosa montaña, helada, en medio de un árido, estéril y polvoriento desierto. Como un Edén, un oasis entre Saharas.
El camino está muy frecuentado. Expediciones que suben o bajan con sus porteadores en éste que dicen es e seismil más fácil de los Andes. Por suerte el día acompaña; solo unas nubes altas casi transparentes cubren y entelan el cielo. Para no hacerme suposiciones de saber hasta dónde hay que llegar, subir, culminar mirando las alturas de la montaña, prefiero no pensar en la subida, no preocuparme por su fisionomía y dificultad, y seguir paso a paso, día a día, pensando más en el hoy que en el saber qué pasará mañana; éste ha sido el secreto del éxito de las pasadas cimas y lo que será también en ésta. Solo quiero mirar, observar la montaña para admirarla y maravillarme ante la belleza de una gran montaña andina; y hoy solo preocuparme en llegar al Campamento de Altura sin cansarme, paso a paso, disfrutando de cada momento. Espléndido. Todo marcha bien.
Llegamos a los pies de la morrena y la senda comienza a subir en zigzag por sus terrosas y pedregosas laderas. Desde la lejanía parecía empinada pero ahora sobre ella, tiene la inclinación de cualquier fácil morrena. La idea es subirnos a su delicada y alargada cima, parte más alta de la morrena, tan alargada como la propia morrena. Ya sabéis que éstas tienen forma de pirámide, una pirámide muy alargada, y debemos pasearnos por la alargada punta de dicha pirámide. Estamos todos dispersados. Llega un momento en que parece me encuentro solo entre desconocidos que suben y bajan; pero miro a otros puntos y descubro al resto o parte del resto de compañeros en distintos puntos del recorrido. No hay pérdida. A pesar de que Lucio no nos ha dicho hasta donde, físicamente, señalándolo en la montaña, hay que llegar, no hay otro camino. Todas las sendas o recorridos te suben a Camp Rock en esta parte de la montaña.
Ya estamos en la “senda” de subida metida en el espolón rocoso que ha resultado ser una caótica empinada ladera de grandes piedras y parte de roca madre, entre las cuales se desdibuja una traza a veces en zigzag y a veces rectilínea en subida que te lleva espolón arriba. Aquí sigue habiendo mucha gente. La senda o traza entre las piedras es la única visible y casi transitable que hay, y todos subimos o bajamos por ella: porteadores y porteadoras Aymaras con sus habituales vestimentas bolivianas ya descritas en pasadas aventuras, y algún que otro montañero; los occidentales o anglosajones son los más llamativos por el contraste con los aborígenes bolivianos. Aquí el terreno es entretenido para mí mientras cojo altura a la velocidad más prudente posible. No quiero ir demasiado rápido y por suerte el pararme para hacer fotos o para admirar el paisaje es habitual. Eso sí, si te sales de la traza corres el riesgo de caminar por piedras y rocas que te pueden caer en un pie o caerte con ellas. Me recuerda a aquella inhóspita bajada del Perdiguero con mi buen compañero Jesús Santana aquel julio del 2.002. Mejor no salirme de la traza, también por la lenta progresión e incómodo caminar. Los compañeros suben esparcidos por la ladera y trozos de la traza de subida. Casi no controlo a ninguno, cada uno a una altura subiendo a su paso. La única que está por detrás de mí es Infi. Subo sin dificultad a un ritmo asequible y tranquilo, con más entusiasmo del que pensaba. Parece que me regresa la fuerza a la vez que el ánimo, al reunirme con el resto de compañeros, ha vuelto a fluir con ganas y armonía.
Después de un falso rellano (siempre lleno de piedras sueltas) y una subida más o menos corta pero empinada, llegas a la parte más alta de recorrido de hoy: Camp Rock. Un curioso y frágil refugio de piedra (claro está, construido con las piedras del lugar) con un tejado verde, como si fuera algún metal verde uralita o algo parecido y una pequeña chimenea. Mirando hacia abajo desde aquí por el camino realizado, seguimos viendo decenas de personas que suben y bajan. Al fondo del recorrido ya podemos observar ampliamente el gran valle por el que baja la enorme, extensa lengua de hielo del Glaciar Viejo, acabado en una lagunilla de un agua verde clara casi sucia. Han sido dos horas de subida, y la altura ronda los 5.130 m. Mirando desde los muros del refugio hasta el seguimiento del espolón, se abre un falso semillano con pendientes, bajadas como si se tratara de un suave collado de alta montaña, eso sí, todo, todo el terreno lleno, sin dejar hueco a nada, de estas rocas, piedras sueltas por todos lados, en las pendientes y en las partes más llanas. Supongo que de ahí el nombre inglés “Camp Rock” campo de rocas, o rocoso. Aunque en inglés no explique exactamente estas palabras. Y aquí es donde comienza también la nieve del recorrido de subida al pico, tocando y paseando por sus glaciares. Nos decían que se puede hacer un segundo campamento más arriba, en el centro del plateau (antes nombrado), pero no recuerdo con exactitud si era para realizar otra subida al pico, más directa pero técnica y entretenida o como avanzadilla de éste en el que nos encontramos. Pero nos parece que salir desde aquí y a esta altura puede estar bien, no hace falta subir más arriba y pasar más frio acampanado bajo la nieve y el hielo.
Poco a poco van llegando los compañeros a Camp Rock y rápidamente debemos ocupar los escasos sitios que hay para plantar la tiendas, antes de que nos lo quiten. Somos muchos y hay poco sitio. Rápidamente montamos las tiendas en una hilera de pequeños huecos preparados para ello, y en el que ya se habían montado y clavado otras tiendas. El lugar es justo el punto menos pedregoso y casi más hundido del extraño collado que forma Camp Rock. A partir de aquí el espolón sigue su nervio hacia arriba pero curiosamente sin rocas o piedras, ya es roca madre, pero claro, sin inclinación o verticalidad hace que sea imposible que se mantenga ninguna piedra o roca suelta. Incluso tienen alguna lisa paretilla que nos servirá de parapeto para las tiendas. Por suerte estos huecos están como limpios de piedras y piedrecillas, pero es casi imposible clavar las piquetas en la dura tierra, entre piedras y roca. Entonces utilizamos dichas grandes y pesadas piedras para coger los vientos y al final quedan perfectas. Unos murillos hechos con las mismas piedras separa una tienda de otra, como si de bungalows con jardín se tratara quedando una imagen curiosa y simpática, ya que son unas 5 tiendas iglú para los 11 que somos. Inmortalizo el momento en “la plantá”. Cada pareja, cada equipo con su tienda y su parcela, simpática y alegre imagen. Jesús y yo plantamos nuestra roja cucaracha (es lo que parece nuestro iglú montado visto desde arriba, el caparazón o concha de un insecto. Como el destartalado edificio de Calatrava en Valencia) en una de las puntas de la hilera. No tenemos vistas al precipicio o a la bajada de la vertiente porque nos la salva otro grueso murito de piedras a media altura que también nos sirve como pantalla contra el viento. Nuestro trato ha mejorado. Al estar más animado intento contagiar a Jesús con palabras suaves, alargadas y simpáticas a la hora de ir dándonos instrucciones mientras planeábamos cómo y dónde montar la tienda. Después hacemos fotos del lugar, de nuestra tienda, del maravilloso grupo que somos y que hemos coincidido en esta parte, en este pequeño rincón, alto rincón de los Andes. El ánimo y la alegría siguen ganando la batalla. Lucio y los cocineros también han montado su “carpa” pero en otro punto algo más cerca y bajo el refugio, y más alejada de las nuestras. Antes le hemos preguntado a Lucio por el refugio, pero nos da una respuesta con evasivas como diciendo que ya está ocupado o que pertenece a alguien o a algunos y es como difícil o imposible quedarse o pedirlo. No sé. Antes de que llegara todo el grupo me he asomado a la puerta. No parece muy acogedor y sí frio y algo sucio, supongo que será por la oscuridad. Llego a reconocer algún banco y una mesa, y a alguien por allí, pero nada de literas o no recuerdo el verlas… Da igual. En nuestras tiendas estamos cómodos y contentos. Esta vez no han subido la tienda-comedor… ¡¿Dónde la hubieran puesto?!
Ya está todo montado. Nos juntamos todos los compañeros para hablar, charlar en el centro de nuestras parcelas. Nos abrigamos con el plumas de North Face después de parar la actividad para no coger frio aquí arriba. Curioseamos por el lugar. Miramos y admiramos las montañas que quedan al este de donde estamos al otro lado del valle que las separa del Huayna Potosí y que era por donde veníamos en coche. Son casi de la misma altura a la que nos encontramos ahora, superan con creces los cinco mil metros de altura. Y una de ellas es especialmente agreste y espectacular con la cima picuda y nevada casi como una pirámide deshecha y destrozada, con una pared en su centro en forma también de triángulo (Cerro Telata). La otra montaña no es tan agreste, es más bien un alto valle ocupado por un gran circo y glaciar cerrado por fáciles piquitos y lomas suaves; lo que más destaca en esta segunda montaña es el gran glaciar de altura (Cerro Charkini). Hermoso paisaje. Las nubes altas blanquecinas casi transparentes nos han acompañado durante toda la mañana. Todo es buen tiempo, buenas sensaciones; y no hace tanto frio como en Condoriri ni en el Illimani.
Vemos a Lucio y otros guías, cocineros con un cubo, acercarse a la abundante nieve que queda y comienza en el lado del glaciar (por donde subiremos), contrario a la vertiente del valle hacia donde se divisan las otras dos montañas nombradas. No hay agua aquí arriba. Siempre hay que fundir nieve y todos van al mismo punto a coger la nieve a una altura prudente por encima del camino por el que se sale para ir a la cima del Huayna Potosí. Nos prepara la comida y a cierta hora nos acercamos todo el grupo hasta las inmediaciones de la tienda de Lucio para comer. Sentados en estas piedras móviles cada uno es un asiento diferente, comemos lo que ha preparado Lucio. Charlamos y lo pasamos bien. Estamos a gusto y animados para mañana emprender la última subida a un pico en Bolivia, al último y tercer seis mil por el momento. Dicen que es el seis mil más fácil de los Andes, pero no por ello deja de ser un seis mil con todas sus características, condiciones e inconvenientes. De momento la última aventura de altura en esta expedición en Bolivia está servida.
Por la tarde el sol se convierte en la estrella al colarse de tanto en tanto sus rayos entre las nubes altas. Nos hacemos fotos. Hablamos de como irán las cordadas mañana. Sara no sube, se queda leyendo el libro que se ha subido al cual parece que está enganchada y lo lee mientras tomamos el sol: la Biblia de Barro de Julia Navarro. El “equipo North Face” (Quique, Infi, Jesús y yo, que llevamos el mismo plumas negro de esta marca, comprado a la vez en el mismo sitio de Ibi) nos hacemos una foto juntos conmemorando nuestra complicidad, amistad… todos sonrientes, alegres, compartiendo estos momentos únicos, entrañable e irrepetibles. Jesús escribe en su diario. El diario que ahora utilizo para escribir estas líneas junto con recuerdos y las rememoradas fotos. Lleva su gorro andino comprado en Los Condoriri, blanco y azul. Yo sigo llevando el colgante de la Isla del Sol en el Titicaca, y mis anillos. “Mágicos”. Parece o quiero creer que me han dado buena suerte. Es como una especie de “ritual”, vestirse con amuletos, simbología del país, del lugar, de la cultura, nos hace aceptar y adoptar, y a la vez ser cómplices, de su misma magia, cultura e historia, de sus gentes; y compartir este sentimiento es como compartir su magia y sus conjuros de buena suerte. Curioso y aconsejable para cada país que se visite. Integración, respeto y admiración. Fabuloso resultado. Recomendable.
A media tarde tomamos té que prepara Lucio. El sol se va retirando poco a poco y las sombras y el frío se van haciendo los protagonistas. Hay que hidratarse bien, mañana no tendremos mucho tiempo para beber agua mientras subimos. Un mar de nubes se ha formado en el valle, entre las montañas descritas y el Huayna Potosí. Crean un paisaje e imagen encantadora, hermosa, mientras los rayos del sol aún apuntan sobre las cimas de éstas, también de paz y sosiego. Pero a la vez es una buena señal atmosférica, cuando las nubes ocupan el fondo de los valles en las alturas se despejan como una especie de inversión térmica, señales de buen tiempo. Cruzaremos los dedos y que así sea. Paisajes de alta montaña en el altiplano andino: aridez, frio, blancura, hielo y grises rocas. Impresionante.
Mañana tenemos que madrugar mucho. Mañana es el ataque a la cima del Huayna Potosí. Por ello nos vamos a dormir pronto, a eso de las siete y media de la tarde. Cae la tarde y en cuanto no nos toca el sol en este Camp Rock, todos los compañeros desaparecen metiéndose en sus tiendas. Jesús y yo charlamos y nos preparamos la ropa para mañana. Le sangra la nariz. No es la primera vez. Debe ser la altura. No sangra mucho pero sí lo suficiente para manchar su pañuelo. Pero a pesar de esto y de nuestros ánimos todo va bien. Parece que hemos superado, aceptado y respetado nuestras furias y malos rollos… cada uno con sus pensamientos y comeduras de cabeza. Pero hoy, ahora, no. Nos metemos en nuestros cálidos y esponjosos sacos de pluma Nanga Parbat de Diamir. De nuevo descansamos y nos preparamos como en los anteriores picos para la marcha y actividad de mañana. Lo único es que, al pensar que es una montaña más baja y fácil que el Illimani, el sobrecogimiento es menos intenso, la ansiedad (si la hay) es menor, insignificante… todo es cabeza, psicología, si esta montaña es más baja y fácil que la anterior subida, damos más por hecho el éxito de la misma y por ello la “ansiedad” o “preocupación” es menor… lo único es que el cansancio es acumulativo, así como el frío y su incomodidad. Pero si pensamos que es la última gran montaña que subiremos juntos en esta expedición en Bolivia, el cansancio y el frio también se superan al menos se les hace menos caso… ¡¿Psicología?! ¡¿Cabeza?! Mañana veremos el resultado. Este será el último gran madrugón a gran altura en muchos años, pero en ese momento no lo sabíamos ¡Qué calentito mi saco una vez dentro y bien cerrado!