Casi que nos levantamos de los primeros en la habitación, pero hay otros montañeros que se han levantado a la misma hora o poco después, pero sí somos de los primeros en el refugio. Ayer hubo un debate por ver a qué hora nos levantábamos, si a las 3:30, 4:00, 4:30 horas… al final creo que fue alrededor de las 4 de la mañana para ir en busca del pico y a eso de las 5 salir de refugio. A comenzar por un paso de escalada (que no parece difícil) los grupos se amontonaran al comienzo para superarlo uno a uno, por ello hay que ser de los primeros…
Bajamos al comedor para desayunar, después de intentar vestirnos en el “palomar” donde hemos dormido. Somos unos cuantos, pero no tantos como ayer para cenar. Después nos vamos a la entrada donde están las taquillas para equiparnos y esconder, dejar las cosas que no nos hará falta en la subida al pico, las dejamos en una habitación continua a la de las taquillas, y así no están visibles a los que entran o salen del refugio; ya que tenemos la intención de volver al refugio que queda muy cerca del comienzo del ascenso al Mönch. Pero al madrugar tanto nos tomamos la salida con tranquilidad, y aún así salimos de los primeros. No hay aglomeraciones.
Ya equipado salgo a la puerta del refugio y contemplo el magnífico espectáculo de la Naturaleza del amanecer en la alta montaña de los Alpes. El cielo se va tornando rojizo, azulado justo detrás el escarpado Schreckhorn y delante, abajo, el enorme plateau del Glaciar Ewigschneefäld. Impresionante. Una vez reunidos bajamos los pocos escalones o desnivel sin nieve hasta la pista nevada, y la seguimos en dirección al Jungfraujoch, deshaciendo lo andado ayer. Pero en poco tiempo nos desviamos a la derecha por una huella que nos lleva directo hasta el comienzo rocoso de la cresta sur del Mönch, al mismo sitio donde ayer veíamos a los alpinistas descender en rapel de la montaña. Somos pocos, un par de grupos ya se han adelantado y está asediando el paso de roca. El día ha amanecido, como ayer, y antes de ayer…, espectacular, pocas nubes y altas, buena temperatura, nada de viento, no tenemos ningún impedimento climatológico para no tener éxito en este ascenso; todas las cimas están visibles, sin nubes y sin viento, y con el frio justo para aguantar el hielo y la nieve, en sus crestas y grietas. Perfecto… al fondo, mientras el día se despierta, observo el puntiagudo y piramidal, así como alto e imponente, Aletschhorn. Es precioso y espectacular… lástima mi mala pata para abordarlo por un lugar donde solo los intrépidos y acostumbrados alpinistas, saben ascenderlo, incluso usando esquís, para atravesar más rápidamente el extenso Glaciar Aletsch.
Llegamos a la pared de la cresta, el primer paso. A primera vista no parece complicado, pero al comprobar lo que les cuesta a los montañeros avanzar por esta aristosa pared, nos hace ver que no hay presas, todo son esquinas, repisas deslizantes y paredes medio rugosas… o sea, que hay que escalar por adherencia. En una pared relativamente fácil vemos como los montañeros les cuesta subir, tiemblan sus extremidades, hacen posturas raras a veces con las piernas abiertas buscando repisas o algo parecido para poder sostenerse en una pared sin presas, sin huecos, ni grietas en la roca para meter la mano o los pies… solo los guías suben como si ya se lo conocieran, como si no hubiera dificultad; para los que no tenemos costumbre, lo veo más complicado, a pesar de que la pared no aparenta dificultad.
Sube un guía con sus dos clientas sudamericanas con apariencia de no subir muchas montañas, pero estirando de la cuerda desde la parte de arriba, todo sube, aunque sea lentamente. Antes otro grupo de montañeros también les ha costado hacer este paso, pero todos lo consiguen. Entre unos y otros, preparamos nuestra cuerda y equipo, e intentamos la subida encabezada o abriendo vía Pau. Con esas piernas largas comienza la escalada. Son pocos metros. Pero ya nos comenta desde la pared que no es tan fácil como parece. Llega a un punto en que la roca parece hacer una barriga pero sin agarres y todo es adherencia, nos dice que se va a caer, que no aguanta, que no tiene agarres, busca con la mano temblorosa nuevos e inexistentes agarres, mientras le entra el otro tembleque de “la moto” a las piernas mal puestas o mal asidas a la roca… pensé que tendríamos que recogerlo del suelo, aunque solo eran 5 a 10 metros de desnivel, el golpe podía ser sonado… pero no fue así y Pau escaló estos primeros 5 metros “difíciles”, cuando el resto ya era más fáciles, de tal manera que si el montañero que subía no se asomaba, no lo veíamos en la pared, o sea, que ya no era tan inclinada.
Pau llega a pasar la cuerda por varios seguros hasta llegar a un tercer o cuarto más arriba en una zona más horizontal de la cresta. La idea era subir nosotros cogidos a la cuerda asegurándonos Pau en la parte más alta. Mientras miraba el espectáculo de los intentos y esfuerzos del Pau y el resto de montañeros, intento imaginarme los pasos a realizar… pero no tengo en cuenta la dolorosa herida en los talones, que persisten y no se han curado. En los pasos que debo hacer, que debo dar, hace que abra las piernas y ponga los pies de forma que los talones harán un sobresfuerzo para elevarme con ellos… pero noto la herida, noto como baila el pie en la bota en la postura que debo de hacer, y el dolor, antes de hacer el esfuerzo, se nota con solamente posar el pie, sin hacer la fuerza en él para elevarme… imposible… pero no le digo nada a Manolet, que está junto a mí, ni a Pau que está arriba, al final de la cuerda. Hago algunos intentos y paro, no avanzo.
Un trio alemán o austriaco esperan que haga mis pasos para ir en la pared detrás de nosotros, pero al ver que no puedo avanzar con mis botarras demasiado duras para estas escaladas, estas posturas, y mis talones en carne viva, les digo que sigan ellos, que me sobrepasen, para intentar ver y observar de nuevo los pasos a seguir. A todos les cuesta este paso de adherencia, pero entre tembleques y lentitud en sus pasos, llegar a superarlo. Curiosamente observo como el primero de los tres que abre la vía, se para en el primer seguro y ayuda a subir al segundo, de esta manera la cuerda comba menos y es más directa para asegurar al que le sigue, cosa que nosotros no hemos hecho… y finalmente nos damos cuenta.
Hago otro intento. No puedo. La cuerda tendría que estar colgando del primer seguro para si a la hora de hacer un vuelo, no pegarme contra la pared, pero Pau está arriba del paso, no se puede. Intento de nuevo el paso de ascenso a la repisa de adherencia, estiro la pierna y vuelvo a poner el pié por el talón en una esquina de un brazo rocoso de la pared. Hago el amago de apoyarme en él para hacer fuerza y ascender, pero nada más el primer saltito, el talón me arde, la herida se abre… pienso que si hago este paso me quedaré sin talón, el dolor será terrible y no podré seguir con la actividad. Pero no le digo a ninguno que el no poder seguir o intentarlo, es por culpa del talón, dejo que piensen que es por culpa de la dificultad del paso…
Desisto. Le dejo a Manolet. Manolet me repite que no es escalador, aún así intenta los mismos pasos que iba a hacer yo. Una y otra vez. Nada. No hay manera. Estamos atacados en el comienzo de la cresta por un paso supuestamente fácil, y uno de nosotros ya lo ha superado… ¿qué hacemos? Manolet lo deja, al menos, le digo “has llegado más lejos que yo”; se ríe. No subiremos. Le decimos a Pau que desistimos, estamos tardando mucho aquí abajo y aún nos queda toda la bajada por el Glaciar Aletsch, desandando todo el camino desde el inicio de la actividad. Manolet me comenta: “No podemos con este paso que me decís es de IIº, e íbamos a subir toda una cresta con esta dificultad” refiriéndose a la Haslerrippe en el ascenso planeado al Aletschhorn.
Al final volvemos al Refugio de Mönchjochhütte, que queda a nada de esta cresta y subida al Mönch, para recoger las cosas y volvernos a equipar, rehacer la mochila, para intentar volver a Fiesch. El día sigue siendo magnífico, impresionante, las fotos y vistas serán majestuosas mientras emprendemos la marcha de vuelta.
Son aproximadamente las 8 de la mañana cuando salimos del refugio en busca del final del Glaciar Aletsch. Casi que en esta actividad haremos su recorrido desde su nacimiento hasta poco antes de su extinción, por todo su enorme y ancho valle glaciar. Excepcional. Pero ahora en bajada hasta poco antes de Konkordia, y después llano, lo llano que nos deja las olas de hielo del glaciar y sus grietas…
Bajando por el camino o la pista de nieve, hielo, que comunica Mönchjochhütte con Jungfraujoch, no nos encontramos a nadie, es muy temprano para el turismo, a lo mejor para el primer tren cremallera, ese famoso tren, que saliendo de Interlaken nos deja en este alto collado de la alta montaña alpina. Aprovechamos para caminar sueltos, alegres y sonrientes, a pesar de no haber podido subir ninguna de las montañas que nos hemos propuesto, estamos disfrutando de unos días y actividad única para un “montañero de a pie”. Seguimos las mismas huellas y camino de ayer, no hay pérdida. Llegados a Jungfraujoch giramos a la izquierda glaciar abajo. Atrás dejaremos el Jungfrau y su interesante, extraordinaria subida, y más a nuestra espalda la capa, la capucha del monje, por la que no hemos podido subir, el Mönch. Pero ahora las vistas hacia el frente, bajar por todo ese valle enorme protagonizado por este extenso y gigantesco glaciar, con sus grietas, formas, morrenas alineadas… serán las que capten el objetivo de mi Olympus. Nos da la impresión de estar metidos en una aventura de aquellos exploradores de finales del sigo XIX, cuando se perdían por la Antártida, Patagonia, Himalaya, entre sus glaciares y valles inhóspitos, imposibles de habitar, magníficos, solitarios, indómitos. Magníficas fotos.
Estamos desandando el recorrido de ayer, y llegando a la zona de grietas cuando el glaciar comienza a ondularse para bajar por el valle, y se resquebraja en profundas y alargadas grietas ocultas por peligrosos y no aparentes frágiles puentes de nieve, nos damos cuenta, fijándonos bien, en la peligrosidad del lugar, si justo en el momento de cruzar dicha grieta (que lo que se veía era solo una décima parte de lo que era), ésta nieve se rompía y caíamos justo en el centro de la misma hacia el fondo de un negro abismo sin luz. Pasamos uno a uno asegurando por delante y por detrás (al que está en el centro de la cordada), asegurando justo cuando el compañero está haciendo el salto. Esto ralentiza la marcha, pero es necesario por seguridad.
Una vez bajado la zona de grietas y casi horizontalizarse el glaciar, decidimos ir por el centro del mismo, siguiendo por la sucia y terrosa línea que forma una de las morrenas centrales del glaciar. Ya no hace falta acercarse a la orilla, desde este lado, derecha, para cruzar una gran grieta, como cruzamos ayer, porque no vamos al refugio Konkordia. Nos metemos en el centro del glaciar, caminando sin recordar excepcionales obstáculos que nos pueda poner este hielo vivo y rodante. Pero es largo y caminar con los crampones que se clavan, y debes de desclavar en cada paso, es esforzado, un esfuerzo del que no te das cuenta pero que te va cansando poco a poco.
La marcha se puede decir que es casi lenta pero sin parar. Lenta por que el paisaje le cuesta cambiar, mientras caminas por el glaciar, parece que pronto llegamos a Konkordia, al centro mismo de Konkordia y la unión de los 4 ramales de glaciares, pero no llegamos, cuesta. Mientras el paisaje, las montañas, las crestas, glaciares colgantes, van pasando ante nuestros ojos, maravillados, impresionados. A la derecha aparece de nuevo la larga cresta, que incluye la ladera norte del Aletschhorn, y como no, arriba de ella en el centro, la punta del mismo pico, que se irá haciendo invisible ocultándose detrás de ella por la perspectiva y profundidad del paisaje… pero aún así, impresionante, como las vistas hacia la parte del glaciar que se abre bajo de ella, el Grosser Aletschfirn, que se aleja en otro increíble valle de hielo, hasta el collado en el que se ubica el Refugio Hollandiahütte… ya descrito otras veces en esta actividad, pero es que no me canso de maravillarme.
Y poco a poco, a la izquierda, cuando dejamos atrás la gigantesca cascada y caída del Glaciar Ewigschneefäld, nos acercamos a la esquina del lugar donde se ubica el famoso Refugio de Konkordia. Ahora lo vemos más lejos y perfectamente apreciamos su posición en la montaña. Magnífico mirador hacia Konkordia. Encaramado arriba de una pared de 150 metros, parece un nido de águilas, inexpugnable, llamativo y excepcional. A medida que nos acercamos a ese cruce de glaciares que es Konkordiaplatz, lo voy observando, admirando y fotografiando.
Paramos a comer algo, es cerca del mediodía. A pesar de ver el camino a recorrer todo el tiempo, la progresión por el glaciar no es rápida, ni normal. Poco a poco las botas vuelven a comenzar a hacer daño a mis talones, los Compeed que me quito y me vuelvo a poner nuevos, o a veces unos encima de otros por que la herida ha sobrepasado sus límites, cada día, ya se están moviendo, no son suficientes para aguantar el dolor, y según la posición de la bota al andar, el daño y dolor va cogiendo forma, intensidad… y aún queda mucho, aún hay que andar, de forma que mi caminar cambia de forma poco a poco, para evitar ese dolor que va in crescendo paso a paso…
Después seguimos glaciar abajo dejando atrás Konkordia, ahora ya tenemos más cerca a nuestra vista el vallecillo que se abre entre el cordal montañoso que queda a la izquierda del valle glaciar, y que lo rompe con una entrada o hueco, es Märjelen, por donde entramos al glaciar hace cuatro días.
El día sigue siendo increíble, soleado y de increíble visibilidad. El progresar por el glaciar es lento, e interminable. Cada vez, inconscientemente, voy caminando con más cuidado, más lento o con la zancada más corta, no quiero hacerme mucho daño en el talón, los talones, que cada vez los noto más resentidos, hasta incluso tengo una apreciación de que se me está hinchando el tobillo. Pero debo proseguir. Sin saberlo Manolet quiere llegar a Fiesch y no quiere hacer noche en el glaciar o sus límites, por ello las pocas pausas y el paso intenso.
Llega un momento que los tres vamos por lugares diferentes del glaciar, evitando grietas, olas, oquedades… al atardecer los colores del glaciar ahora más en sombra, junto con sus formas y perfiles, lo hace único, espectacular, extraordinario, en este laberinto helado, enorme, gigante… una experiencia increíble, impresionante, a pesar de su supuesta sencillez de lo que realmente es: una masa de hielo en movimiento circundada por altos murallones de piedra. Sensacional… aparece un solitario montañero que, al igual que nosotros hace cuatro días, lleva una marcha casi rápida por el glaciar en busca de Konkordia; y es entonces cuando Manolet se convence con sus mismas palabras de que sí es un recorrido habitual, viendo que hay otros que lo hacen…
Y ya por fin, después de horas metidos en el glaciar y acercándonos poco a poco a sus límites en Märjelen, como si nos acercáramos a cámara lenta, salimos del glaciar por el mismo sitio al que entramos hace cuatro días. Pau es el primero en salir y nos filma. Manolet no para de animarme o insistir en no bajar el ritmo de la marcha para poder llegar al teleférico y bajar a Fiesch. Resulta que el último teleférico sale a las 19 horas de la tarde desde Fiescheralp; eran aproximadamente las 17:30 o 18 horas, en una hora debíamos de llegar a Fiescheralp… como tengo yo los talones… no sé. No puedo correr.
Después de beber un poco de agua, salimos del borde del Glaciar Aletsch, que lo dejamos a la espalda, en busca subiendo un poco hacia las inmediaciones del refugio de Märjelen, Refugio Gletscherstube; desandamos el camino ya hecho. Antes nos damos cuenta de que la cueva del glaciar por el que se colaba el riachuelo que bajaba de Märjelen, ha colapsado, ha caído, y un laguito se ha formado entre la roca y el hielo. Me quedo impresionado. El caminar por tierra o roca con estas botarras técnicas y estas calcetas exageradas, según el paso, según la posición del pié… llega a hacerme más daño que caminar por el glaciar… y ya son muchas horas, hará más calor fuera del glaciar con lo que el horno en mis pies será peor y aumentará el daño, la herida, las bufetas, bambollas… no sé si podré ir más rápido.
Pero justo antes de llegar al nombrado refugio, giramos a la derecha en busca de aquel túnel que atraviesa la montaña (no les haré, no me harán, subir a Talligrät, además de que tardaríamos mucho más), con lo que adelantaremos recorrido para llegar a tiempo a Fiescheralp. Y es entonces cuando comenzó la carrera: Pau y Manolet se adelantan por el interior del túnel, y yo les sigo con la máxima velocidad que me daban mis pies doloridos… era como una especie de “chiquito de la calzada” caminando, disfrazado de montañero. Me acordé de la última etapa del Tour de La Val d’Anniviers, en la que Trino, con las mismas heridas que yo, caminaba de forma parecida.
Al otro lado del largo túnel un camino por el que no he pasado antes. El recorrido por el túnel es nuevo para mí. Me he encontrado con algún que otro turista o excursionista dentro del túnel. Es curioso lo tarde que es, que aún haya alguna otra persona haciendo alguna ruta por la montaña. El camino es nuevo pero no hay pérdida, hay que seguirlo hacia el sur, por la ladera de la montaña, cruzándola, sin bajar y sin subir. Mis dos compañeros han cogido carrerilla, los voy perdiendo. Llega un momento que dejo de verlos delante de mí en lo que queda de camino. Yo intento ir lo más rápidamente que puedo o que me permiten los pies. Estoy tan concentrado en la ruta y en la inmediatez de llegar a Fiescheralp, que dejo de hacer fotos con vistas al valle de Fiesch… menos el rincón de glaciar de Fiesch, que de nuevo asoma su lengua entre las escarpadas y encrespadas montañas.
Este camino que sigo y cruza la ladera de la montaña, deriva en otro más principal, lo sigo hacia la derecha, después de unas cuantas revueltas y miradores. Hay carteles señalizados que me indican la dirección para ir a Fiescheralp. Éste al poco llega al cruce donde nosotros hace cuatro días dejamos el camino para subir por la senda hacia Talligrät. Al reconocer este cruce o desvío de recorridos, me creo que ya estoy cerca de las instalaciones del teleférico… pero ¡qué va! Sigo caminando y caminando, y parece que no llegue nunca ni veo en la distancia dichas instalaciones, por las revueltas de la ladera de la montaña. Quizás por mi cansancio, por mi situación, por mi dolor en mis talones, mis pies hinchados, se me hace eterno esta marcha, este recorrido por los aburridos caminos hacia Fiescheralp. Pienso que no llegaré a tiempo, perderemos la última bajada del teleférico a Fiesch… y entonces no sé qué haremos… pero aún así no desisto en mi marcha, con la velocidad que me permiten.
Al final descubro al final del camino el techado y la construcción, junto con el cable y pilares que lo sujetan, Fiescheralp… ya estoy llegando. Pero no confundirlos con los primeros cables que descubro, que son de otra subida diferente de esta especie de estación de esquí o infraestructura turística…, son los siguientes. Estoy llegando a las construcciones y no veo a nadie o poca gente. No veo a mis compañeros y no veo moverse los cables del teleférico… ¡he llegado tarde! No sé qué hora es.
Justo antes de llegar a la puerta de entrada al edificio donde está el teleférico, en la rampa de subida al lugar, sale Pau y me dice que hemos llegado a tiempo: el último que sale es a las 19:30 y son entre las 19:15 o 19:20… ¡Qué suerte! Bajamos por el teleférico a Fiesch igual que subimos hace cuatro días. Descansamos, nos reímos y contamos la experiencia sobre este gran Glaciar Aletsch. El día sigue y acabará perfecto, sin una nube, espléndido. Ahora al llegar a la estación solo queda el último recorrido: llegar al camping. Y es aquí cuando noto que el pie no va bien, no anda bien, voy mucho más despacio y tardo un mundo en los pocos metros que separan la estación de tren-teleférico, del camping donde tenemos el coche y donde pasaremos la última noche en los Alpes en esta actividad.
Al llegar al camping y acercarme a Manolet que estaba junto al coche y remolque, le comento “si hubiese tenido que andar una etapa más, no lo hubiera podido hacer”. Tobillos hinchados, talones en carne viva al quitar los Compeed… un desastre. Pero al menos y a pesar de todo, pudimos recorrernos este fabuloso y magnífico Glaciar Aletsch, con los impresionantes y anómalos días que hemos pasado de buen tiempo, y una experiencia que espero nos sirva para más adelante, no tener los mismos fallos, esa soberbia de querer hacer lo que nuestro nivel o conocimiento del lugar, nos permita, y no pensar que lo podemos todo. Aún así ha sido una actividad única con el mencionado glaciar como protagonista, recorriéndolo desde su nacimiento hasta casi su desvanecimiento valle abajo. Extraordinario y vivo… aunque estoy pensando que tardaré unos años en volver a él de nuevo… ¡Quien sabe!